Octavo viernes

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—Vuelves a escaquearte de la música —dice sentándose en el capó del coche —, aunque admito que llevan semanas poniendo las mismas canciones y en el mismo orden. Es como una clase de tortura o algo así, ¿no crees?

No respondo. No tengo ganas. No quiero pensar. No quiero hablar. No quiero ni respirar.

—Aunque también llevamos demasiadas semanas yendo, supongo que la gracia es ir menos y no recordarlo, ¿no?

Sigo sin responder. Me quedo inmóvil mirando al cielo sin devolverle la mirada, no quiero verme reflejado en sus ojos. Hoy no soy la mejor compañía.

—¿Qué te pasa, Leo? —su tono cambia por completo —, ¿Estás enfadado conmigo por irme sin avisar? Porque creo que debería ser yo la enfadada por acostarte conmigo y no aparecer hoy por...

—Han encontrado a mi hermano, Alondra, no me apetece hablar, ¿vale? —lo digo enfadado, tanto que me enfado conmigo mismo porque una persona normal estaría feliz de saber dónde está su ser querido después de semanas.

Es ella ahora la que no responde. Se recuesta a mi lado y noto como estira su brazo sobre mi vientre. Un calor extraño me invade y no sé describir por qué. Siento cierta paz con su gesto y en el pecho me sobrecoge la idea de lo absurda que es nuestra relación.

—¿Prefieres que me vaya? —susurra tan cerca de mí que casi puedo sentir su voz dentro de mi cabeza.

Me giro a mirarla y niego con la cabeza sin hablar. Tal vez si dejo salir las palabras que se me acumulan en la garganta me eche a llorar. Estiro mi brazo y la rodeo, su cabeza se apoya en mi pecho y estoy seguro que va a darse cuenta que mi corazón va algo rápido, pero no tiene por qué saber que ha empezado a acelerarse al escucharla.

Nos quedamos así y en silencio tanto tiempo que temo que nuestros cuerpos se congelen ahora que comienza el frío en las madrugadas. Ya es uno de noviembre. Dudo que vaya a olvidarme de esta fecha en lo que me queda de vida.

—¿Fuiste a ponerle flores? —susurro al caer en la cuenta.

—No le gustaban —lo acompaña de una carcajada.

—Pues hueles a flores —admito que ella siempre huele a flores, pero hoy es otro tipo de flor.

—Es que fui a verle, pero yo le dejo un par de cigarros y una carta. Éramos mucho de escribirnos, ¿sabes? A veces no salen las palabras de viva voz pero sí con un bolígrafo y papel.

—Mi hermano también estuvo en el cementerio hoy, llamó a mi madre desde allí. Nunca superó que su mejor amigo muriera, ¿sabes? Resulta que va todas las semanas, se pasa horas allí y luego desaparece durante días para drogarse y olvidarse de todo. Supongo que cada uno tenemos nuestra forma de escapar de la realidad.

—Le he escrito sobre ti a Marcos.

—Ha llamado para hablar con todos menos conmigo.

El silencio vuelve a hacerse el dueño del lugar y dejo de sentir su cabeza apoyada en mi pecho. Me incorporo junto a ella y se apoya en mi hombro, suspiro como si eso fuera a sanar algo de lo que tengo anudado en el pecho y me coge la mano, como si eso fuera a sanarle a ella.

—Leo... —susurra.

—Creo que tu Marcos es el mismo Marcos del que mi hermano estaba enamorado.

—Creo que tu hermano era el novio de Marcos.

Apoyo mi cabeza en la suya, que sigue sobre mi hombro y suspiro masticando sus palabras. Tengo tantas preguntas dando vueltas que no sé ni cual hacer primero, o si de verdad las respuestas me van a traer algún tipo de paz.

AlondraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora