Décimo viernes

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Espero paciente a Daniela en el mismo lugar donde nos despedimos el sábado tras la madrugada. Mi coche dejó de oler a perfume a mitad de semana y echo de menos que entrar a esta máquina con ruedas me recuerde a ella de esa forma. He llegado quince minutos antes de lo acordado, ojalá poder decirle que bajara ya pero sigo sin tener su número ni sus redes sociales. Ahora ya sé su nombre, mi hermano me ha hablado de ella y de Marcos, pero sigue siendo medio desconocida para mí. Aunque esto que me hace sentir en el pecho no es de alguien a quien no conoces...

Diez minutos antes de las tres se abre la puerta de su portal y aparece ella, con una chaqueta vaquera abierta que deja ver el top negro y los pantalones blancos que lleva cada vez que nos vemos. Yo también llevo lo mismo de siempre. Supongo que forma parte de esta relación tan extraña.

—Hola —dice al entrar al coche y me sonríe de esa forma que me atraviesa el alma porque sus ojos no parecen tan tristes como la primera vez que nos vimos —, ¿cómo ha ido la semana?

—Bastante bien —respondo sinceramente desde hace mucho —, aunque ahora todavía mejor.

Se le escapa una risilla alegre y yo arranco para poner rumbo al mirador que, aunque antes era un lugar triste, ahora es un lugar donde sentirme seguro si está ella.

—¿Le viste? —pregunta de camino allí.

—Sí, así que gracias por decírmelo —le miro de reojo —. Estuvimos hablando y nos lo contó todo a mí y a mis padres. Lloramos mucho todos y, joder, no sabes lo que echaba de menos dormir respirando tranquilo, Daniela —me gusta decir su nombre —. Ahora que sé donde está Leo, que está bien y que no está en cualquier lugar muerto es... no sé, es como sentir que vuelvo a estar un poco más vivo.

—Se te nota en la mirada, Eric, y eso me gusta —la veo de reojo mirándome y se me eriza la piel por sus palabras. 

Estiro mi mano despacio hacia su muslo para apoyarla en él y ella coloca la suya sobre la mía, me acaricia el brazo y su gesto está lleno de cariño. Diez minutos después, llevamos hasta el mirador y ninguno de los dos quiere romper este silencio que se ha instalado en el coche, y tampoco bajar de él. La miro apartando la vista de una ciudad medio iluminada por la gente que vive de noche o muere en el insomnio. 

—Todavía no entiendo como es posible sentirme tan bien contigo, si apenas sé nada de ti.

—A veces las miradas dicen mucho más que los años llenos de palabras vacías junto a alguien.

—¿Crees que decirte que me gustaría conocerte durante tantos años que ya no sepamos que más contarnos es precipitado?

—Creo que es una completa locura decir que a mí también me gustaría vivirlos —me sonríe con vergüenza y yo solo tengo ganas de besarla de nuevo —. Bueno, ¿entonces con Leo fue bien?

—Fue genial, la semana que viene volveremos a visitarle. Nos enseñaron el centro en el que está, las rutinas que tiene y cómo gestionan todo allí. Estuvimos con él hablando a solas, y luego nos dijeron que tal vez deberíamos ir a algunas sesiones de sus terapias y demás movidas. Es todo tan extraño pero a la vez siento que es lo que necesitaba... pero sigo sin aceptar que lo paguen tus padres —confieso rompiendo la burbuja de perfección —, no es normal y no queremos que...

—Eric, créeme que pagar ese centro para ellos es calderilla.

—Señorita modestia te voy a llamar ahora —bromeo. 

—Ha sonado fatal, lo siento —se encoge sobre ella misma y aparta la mirada —. No me gusta hablar del tema, pero de verdad que el dinero para mis padres no es un problema y, bueno, que lo destinen a algo bueno no me parece mal. Les dije que lo tomaran como si fuera la paga que me estaban dando a mí —en sus palabras se nota cierto dolor —. El tema de mis padres es... complicado ¿vale? 

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⏰ Última actualización: 3 days ago ⏰

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