Capítulo 1

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Los cuentos en esa casa estuvieron prohibidos, sin excepciones. Ni siquiera para el viejo pascuero hubo cábida bajo ese techo.

Las únicas historias, películas e ideas que se permitían, eran aquellas donde las mujeres luchaban, salían adelante, y le ganaban al patriarcado de alguna manera.

Jude y Anna tenían hambre de salir adelante, hambre de crecer y demostrarle al mundo que el sistema les falló, pero que ellas fueron más fuertes.

No fue fácil, porque aunque en los trabajos no se los decían, era muy raro que siempre les dieran las vacantes a los hombres solteros. Y ellas estaban seguras de que una madre divorciada, era vista como un problema.

Porque las madres no pueden ser solo trabajadoras. Tienen que ser chofer, animadora, enfermera, maestra, consejera, cocinera, y cualquier cosa o profesión que su crío necesite. Y las empresas, no están muy de acuerdo en compartir la vida de sus trabajadores con tantas responsabilidades. Quieren ser los únicos, los ventajosos, los dueños de todo.

"Porque seguro los dueños son varones", decía Anna.

"Siempre son varones", respondía Jude.

Day y Nolan crecieron así. Escuchando cómo el patriarcado lo arrebataba todo, y el mundo estaba siempre esperando para joderlos si ellos lo permitían.

Nolan, siendo un crío en preescolar, a veces se preguntaba: ¿qué tenía él de diferente a todos los hombres de los que se quejaba su madre? ¿No lo convertía a él en un igual a los demás? A todos les colgaba el mismo trozo de carne entre las piernas, y no comprendía la diferencia.

Él siempre se preguntaba cosas, y como su madre, aunque lo intentaba, no se le daba muy bien explicar las diferencias, por lo que llamaba a su padre para aclarar sus dudas.

Nunca le respondía.

Siempre había alguna reunión, alguna visita, algún pendiente, o cualquier burrada que se le ocurriera para zafarse de las llamadas del niño.

Hasta que un día en el colegio, un niño tumbó su lonchera en el almuerzo. La tumbó con saña y escupió sobre su sandwich de jalea. Inundado en rabia y repitiendo en su cabeza que el mundo estaba esperando para joderlo si él lo permitía, se le lanzó encima gruñendo y le repartió varios tortazos en la cara.

Se llevó una buena riña de su madre, una explicación sobre lo salvaje de ser un varón que golpea, de Anna, y sorpresivamente, una llamada de su padre. La primera llamada que le hacía, porque generalmente era él quien marcaba su número.

Así se dio cuenta, de que la atención de su progenitor aumentaba si había problemas de por medio, y las peleas y malas notas, comenzaron a ser el pan de cada día.

Day, en cambio, era una niña recta. Estudiosa, amable, educada. Con sus cabellos dorados siempre bien recogidos con un listón de algún color empalagoso, y los ojos azules entrecerrados con ternura.

Obtenía las notas más altas, y era la mejor de su clase de ballet. Porque a muy temprana edad, descubrió el orgullo que despertaba en su padre verla sobresalir.

Quizás no asistía a sus cumpleaños ni a sus Navidades, pero un recital, una feria de ciencias, o un torneo de ajedrez, jamás se lo perdía.

"Esa es mi campeona, la mejor de su clase", pavoneaba él. Y para ella, no había nada más sagrado que eso. Así que cada mañana, se despertaba segura de que ese día, sería la mejor.

Crecieron así. Como el día y la noche. El cabello azabache de Nolan y el brilloso dorado de Day. Los ojos celestes de ella contra los oscuros de él. Uno en detención, la otra en el cuadro de honor. Él escapando a una fiesta con sus múltiples amigos, y ella visitando un café con la misma amiga que mantenía desde el preescolar.

Entre mapasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora