Cuando Day cumplió ocho años, su madre y Jude pensaron que ya era lo suficientemente grande para no tener terrores nocturnos. Aunque se mudaron de su pequeño apartamento, donde compartía cama con su madre, a una nueva casa donde Day tenía su propia habitación, la idea era que debía quedarse allí sin importar lo que ocurriera.Nolan consideraba que era un cambio abrupto dado que llevaba toda su vida compartiendo cama, pero, ¿qué podría saber él de crianza? Era siempre la respuesta a sus réplicas.
—Day es una mujer fuerte —indicó Jude, zanjando el tema.
Y él hizo una mueca en desacuerdo, porque no le parecía que fuera una mujer, sino más bien una niña, pero se retiró derrotado, sabiendo que contra su madre, nunca tenía argumento válido para debatir. Al menos desde su perspectiva.
La primera noche bajo la nueva casa, el rechinido de su puerta lo hizo casi saltar de su cama.
—Hay una sombra en mi ventana —anunció Day llorosa.
Se armó de valor y se puso de pie, dispuesto a enfrentar a la sombra que la agobiaba. La acompañó a su habitación, y la fulminó con la mirada en cuando detectó que era una simple rama meciéndose por el viento.
—¿Puedes quedarte? —pidió en un susurro.
Él se encogió de hombros, sin estar muy seguro de su decisión, y temiendo, por supuesto, la reacción de su madre.
—Por favor —rogó con voz fracturada, terminando de ablandarle el corazón.
Hizo una mueca resignada al regaño, y asintió metiéndose en la cama con ella.
Así pasaron las noches, los años. A veces eran ramas, a veces sombras, en otras, algún trueno, y algunas más extrañas, como aquella vez que escuchó un ruido y juró que sonaba a una gallina. Nolan no comprendía cómo una gallina podría asustarla, pero igual durmió con ella.
Fue muy común compartir cama y sueños durante toda su niñez, incluso rozaba lo cotidiano, sobre todo en las noches de tormenta. Se podría decir que estaba acostumbrado, que ya debería ser algo ordinario en su vida, tan habitual como hacer las compras.
Pero desde aquella noche, desde que unieron sus labios y probó su sabor, todo le parecía nuevo, revelador. Y aunque siempre disfrutó estar con Day y siempre quiso compartirlo todo con ella, ahora lo anhelaba con euforia.
No solo deseaba estar con ella, sino que sentía que el aire le faltaba cuando no lo estaba. Y compartir con ella, ahora le parecía insuficiente, porque él quería pertenecerle, entero y para siempre.
Así que esa noche, él no durmió.
Quiso reponer cada día que no la vio por las últimas semanas, cada mirada que se perdió, y cada palabra que no escuchó. Y se permitió disfrutar de tenerla entre sus brazos.
Hundió la nariz en sus cabellos, aspirando su aroma para inundarse por dentro. Abrazaba su cintura, acariciaba su espalda, abría su palma para cubrir su cabeza y enterrarla más en su cuello. Deslizó el pulgar por sus hombros, por sus brazos, sus muñecas, recorrió sus nudillos, y regresó a su espalda en una amplia caricia.
Se llenó los dedos de su piel, de su cabello, los pulmones de su fragancia, el corazón de su esencia, y el pensamiento de su nombre.
Le pareció un momento eterno, grabado en un recuerdo que quedaría impreso en él, y al mismo tiempo, demasiado fugaz. Reducido a una noche que no sabría si podría repetirla, y trataba de aspirar de ella lo más que pudiera, para encapsularla en su memoria.
Un relámpago iluminó la habitación, el retumbe apareció unos segundos después, hizo vibrar los cristales, e hizo saltar a Day entre su abrazo. Él apretó los brazos a su alrededor y acarició su cabello, recordándole que estaba ahí.
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Entre mapas
RomanceJude y Anna son dos universitarias que comparten todo: el apartamento, la amistad, los estudios y los fracasos. Tras experimentar matrimonios fallidos, quedan a cargo de sus hijos y descubren que el sistema no apoya a las madres solteras. Desalentad...