Nolan llevaba una capa de mugre sobre la piel. Una capa de tierra, sudor propio y ajeno. El interior de las uñas ennegrecidas, y una rajada cicatrizando una costra rojiza sobre su mejilla derecha. Los ojos irritados, rogando por un descanso, mientras escudriñaba el monitor del computador, mostrándole un plano que personalizaba desde el puntero.—Aquí tienes el café —anunció un cadete igual de desaliñado que él, al entrar en la tienda con dos vasos aislantes.
Nolan dio un salto reaccionando a su repentina aparición, y maldijo entre dientes por un error cometido en el plano ante su movimiento inesperado.
—Lo siento —dijo el cadete.
—Qué va. Este plano está siendo un dolor de cabeza.
—Necesitas un descanso, Tate.
—Lo tomaré cuando esté completo.
—Lo hecho, hecho está —dijo despreocupado—. Un día más sin saber cómo entrar en su territorio, no hará diferencia.
Nolan frunció el ceño y se esforzó en no hacerle una mueca. Marvin, el cadete del que su profesor se había quejado. Y que ahora tenía clarísima la proveniencia de las quejas, porque el tipo no se molestaba en disfrazar que era un perezoso gilipollas.
Hacía dos días que una pandilla de rebeldes había interceptado un inocente pueblo al que una tropa defendió con valía. Hubo heridos, y necesitaron refuerzos en los que ambos participaron.
Algo bueno salió de su participación, pues pudieron ver hacia dónde huyeron: a territorio desconocido.
La instrucción de su alto mando, posterior a eso, fue muy clara: trazar planos del lugar, el problema era que tenían muy poca información, y las imágenes satelitales que les habían proporcionado, se veían entorpecidas por gigantescas arboledas que complicaban el trazo de caminos. Limitándose a suposiciones y proponiendo conjeturas.
Nolan no podía descansar sabiendo que esos bárbaros estaban libres y que podrían intentar atacar a otro pueblo.
Las mujeres, llorando por haber sido agraviadas, los niños deshechos por haber quedado repentinamente huérfanos, los padres enfurecidos por el robo de su escaso patrimonio, lo seguían despertando por las noches en las que intentaba conciliar el sueño.
Y ver a Marvin, tan tranquilo y despreocupado por su trabajo, le provocaba dos cosas: unas fervientes ganas por hundirle el puño en el rostro, y envidia. Mucha envidia por poder desprenderse tan fácil de sus sentires al grado de tener estómago para un café y cabeza para dormir.
Nolan bufó y se giró de nuevo hacia el equipo para continuar su trabajo. Marvin bebió de su café y alzó una ceja pedante.
—Freírse el cerebro solo hará que cometas errores —dijo tranquilo—. Pero si no quieres hacerme caso a mí, quizás te interese saber que la tropa de tu amigo tartamudo acaba de llegar de su exploración.
No se molestó ni en dedicarle una mirada, y salió corriendo de la tienda hacia el cuartel en busca de Stuart.
La tropa lucía cansada, con miradas ausentes y afectadas por lo visto. Y al final estaba su amigo, cortando una manzana con una navaja y echándosela en la boca con las pupilas ausentes.
—Stuart —llamó y recibió como respuesta el silencio, los labios tensos y las cejas ceñudas.
Comprendió que debía tener cautela, por lo que se limitó a sentarse, por un lado, y colocarle una mano en el hombro.
—Me da gusto que estés bien —dijo tranquilo.
—D-Define "bien"... —replicó cabizbajo, en un desabrido intento por bromear.
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Entre mapas
RomanceJude y Anna son dos universitarias que comparten todo: el apartamento, la amistad, los estudios y los fracasos. Tras experimentar matrimonios fallidos, quedan a cargo de sus hijos y descubren que el sistema no apoya a las madres solteras. Desalentad...