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Pov Charlotte.

El primer día de clases me tocó por primera vez ver de cerca cómo los niños y las niñas no quieren separarse de sus padres. Fue más complicado de lo que creía, y cuando finalmente los dejaban dentro del aula, se ponían a llorar y a patalear. Después de casi veinte minutos, solo me faltaban dos niñas, y las puertas estaban a punto de ser cerradas. Finalmente, solo llegó una más.

Sé perfectamente que traer dulces no fue en absoluto una buena idea, porque tal vez más tarde quien tendrá problemas por tanta energía serán sus padres, pero solo así logré tranquilizarlos. El primer juego para conocernos y ganar su confianza fue utilizando títeres. A través de ellos me presenté, les dije mi nombre y quién era. El títere más pequeño fue el encargado de ir preguntando sus nombres; de esta forma, yo trataría de identificarlos, algo en lo que soy sumamente mala. Esta presentación fue de gran ayuda: los que estaban tranquilos se veían más confiados, los inquietos se calmaron un poco, y los que estaban llorando, que era medio grupo, se lograron tranquilizar, e incluso logré ver algunas sonrisas en ellos.

El tiempo del desayuno fue bastante interesante. Los que tenían más confianza salieron disparados a los juegos sin importarles dejar su lonchera intacta. Los más reservados se sentaron frente al aula a comer tranquilamente, y al terminar, algunos se integraron a los juegos. Ver cómo inician su vida social con niños de su misma edad me satisface enormemente, porque, aunque ellos aún no son del todo conscientes de que ya formas parte de su crecimiento, es una responsabilidad inmensa dejar buenos recuerdos, a pesar de que en un futuro serán solo vagos recuerdos.

A la hora de la salida, la emoción en sus rostros por volver a ver a sus padres es grandiosa, porque se dan cuenta de que no los dejaron aquí abandonados. Tuve que esperar más tiempo del necesario, ya que, al parecer, sí olvidaron a un niño.

-Buenas tardes. -Media hora después de la hora de salida llegó el padre del niño. -Disculpé la tardanza, pero se acumuló el trabajo y no pude venir antes.

-No se preocupe, señor, mientras esperábamos estuvimos jugando.

-Gracias, y no se volverá a repetir. Hasta luego.

-Nos vemos mañana, maestra. -se despidió Jung.

Llegué a casa alrededor de las dos de la tarde y encontré una nota de Melany que decía que estaría hasta tarde en el estudio, ya que tenía varios trabajos que terminar y otros que entregar. La verdad, es algo que suele pasar al inicio de la semana desde que su estudio comenzó a crecer y a darse a conocer por el buen trabajo que hace. Preparé las hojas con las que comenzaríamos a trabajar el día de mañana y también tendría que llegar un poco antes para separar las piezas que utilizaría.

Comí algo ligero y le dejé a Melany un plato en el microondas para que lo recalentara cuando llegara. Fui a mi oficina a realizar unos gafetes con los nombres de mis alumnos, y a cada uno le puse un personaje diferente de caricaturas que espero les gusten a los niños y a las niñas.

Como ya no tenía nada que hacer, decidí salir a caminar un poco, algo que hace mucho no hacía. Quería despejar mi mente y pasar el rato en completa soledad. Mi soledad es algo que disfruto mucho, y desde que Melany vive conmigo, no he tenido este tiempo para mí. La quiero mucho, pero ella quiere mucho de mi tiempo, tiempo que yo necesito para mí, y ella no me da ese espacio que muchas veces insinúo que quiero. Es muy invasiva, es algo que no me gusta de ella porque cuando me encierro en mi cuarto no pasan ni cinco minutos cuando ya la tengo en mi cama. No quiero echarla porque sé que está a gusto siendo mi compañera de cuarto, pero muchas de sus acciones ya no me gustan. Es mi mejor amiga, pero creo que estoy llegando a un límite donde necesito tenerla lejos. Me senté debajo de un árbol observando a las familias, una familia que espero tener algún día. Estaba tan sumida en mis pensamientos que varios mensajes me sacaron de mi nube.

La mamá de mi alumna(Adaptación Englot)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora