|𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 004| ᵗʰᵉ ᵈᵉᵐᵉⁿᵗᵒʳ

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A la mañana siguiente, la señora Weasley despertó a Daella, Hermione y Ginny, sonriendo con cariño como de costumbre. Las tres niñas se levantaron y se vistieron. Daella trataba de convencer a Lyra de que volviera a la jaula.

— Tengo ya unas ganas de llegar a Hogwarts.— Dijo Hermione, después de que Ginny hubiera ido a buscar a su madre.— ¿Tu no, Ella?

— Si, muchísimas...— Daella intento que su tono de voz sonará normal, pero no lo consiguió.

— ¿Estás bien?— Pregunto Hermione mientras se acercaba a ella.— ¿Es... por lo de Fred...?

— No lo menciones.— Daella la detuvo de inmediato.— Y... no, no es eso. Tengo que contarte algo.— Dijo Daella, pero la interrumpió Ginny, que entró en la habitación de golpe.

— Mis hermanos son todos unos idiotas.— Decía, mientras se sentaba en medio de Daella y Hermione.

— ¿Te das cuenta ahora?— Dijo Daella en tono sarcástico.

— Pues tu anoche casi te das tu primer beso con uno de esos idiotas.— Ginny solto eso de golpe, con una sonrisita en la cara.

— ¿Podríamos... no hablar de eso? Por favor.— Suplico Daella sonrojada.— Podéis bajar a desayunar, yo tengo que acabar de guardar unas cosas y bajare.

Hermione y Ginny asintieron y salieron. Daella tardo unos cinco minutos en acabar de guardar todo en sus maletas. Cuando acabo de guardarlo todo, sonaron unos golpes en la puerta.

— Adelante.— Las que entraron fueron Daphne, Eloise, Francesa y Missandei, que estaban ya vestidas con unos vestidos largos de tonos azules y violetas.

— Buenos días, Princesa.— Las saludaron las cuatro a la vez.

— Buenos días, chicas.— Les devolvió el saludo Daella.

— ¿Necesita algo, Princesa?— Pregunto Francesa.

— Bueno...— Daella se miró al espejo que había en la habitación.— ¿Me podríais ayudar a acabar de arreglarme?

— Por supuesto.— Las cuatro se acercaron hacia Daella con una sonrisa amable en el rostro. Missandei se puso detrás de ella.— ¿Quiere algún recogido en específico?

— Medio recogido... con trenzas.

— Digno peinado Targaryen.— Dijo Missandei antes de empezar a peinarla, mientras las demás sacaban de la maleta de Daella un neceser con maquillaje y empezaban a arreglarla.

Díez minutos después, Daella ya llevaba el cabello medio recogido con un par de trenzas y un maquillaje sencillo. Las cinco, con Robb detrás, bajaron a desayunar y encontraron al señor Weasley, que leía la primera página de El Profeta con el entrecejo fruncido, y a la señora Weasley, que hablaba a Ginny y a Hermione de un filtro amoroso que había hecho de joven. Las tres se reían con risa floja.

— Daella...— Empezo Ginny al verla entrar al comedor.— Estás preciosa.

— Gracias, Ginny.— Daella le sonrió.

Cuando acabaron de desayunar, todos estaban muy ocupados bajando los baules por la estrecha escalera del Caldero Chorreante y apilandolos en la puerta, con Lyra, Hedwig y Hermes, la lechuza de Percy, encaramadas en sus jaulas. Al lado de los bailes había un pequeño cesto de mimbre que bufaba ruidosamente.

— Vale, Crookshanks— Susurro Hermione a través del mimbre.—, te dejaré salir en el tren.

— No lo harás.— Dijo Ron terminantemente.— ¿Y la pobre Scabbers?

Se señaló el bolsillo del pecho, donde un bulto revelaba que Scabbers estaba allí acurrucada.

El señor Weasley, que había aguardado fuera a los coches del Ministerio, se asomó al interior.

𝐃𝐀𝐄𝐋𝐋𝐀 𝐓𝐀𝐑𝐆𝐀𝐑𝐘𝐄𝐍 𝐘 𝐄𝐋 𝐏𝐑𝐈𝐒𝐈𝐎𝐍𝐄𝐑𝐎 𝐃𝐄 𝐀𝐙𝐊𝐀𝐁𝐀𝐍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora