Mi vida se detuvo justo en el instante que tropecé y nada detuvo la caída.
Éramos dos relojes marcando distintas horas, no teníamos sincronía.
Eran lunas de miel muy altas, demasiado altas.
Esas altitudes me hacían sentir los pies livianos, con tanto miedo a la caída.
Y lo inevitable, siempre fue la esperanza de sentirme amada.
Caer, es lo malo, caer, en lo bajo, en el abismo al que me llevaste.