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ADVERTENCIA: Este capítulo contiene contenido sensible que puede resultar perturbador para algunos lectores. Se abordan temas delicados como violencia, abuso sex*al, emocional y psicológico. Recomendamos discreción y sugerimos que aquellos lectores que se sientan incómodos con este tipo de contenido consideren omitir este capítulo o proceder con cautela.



Era la tercera vez esa semana que veía a Julian y a Elodie juntos en el jardín. Yo no estaba realmente celoso, o al menos eso era lo que me decía a mí mismo. Sabía que eran amigos, igual que yo lo era con ambos, pero cada vez que los veía juntos, riéndose de algo que yo no entendía, sentía esa punzada en el estómago.

Julian había empezado a pasar más tiempo con Elodie desde que comenzó a trabajar menos en su casa. Yo lo había notado, pero no le había dado importancia. Al principio, me parecía bien que se llevaran bien, pero ahora... ahora todo parecía diferente. No era lo mismo. O al menos, no para mí.

Estaba en el jardín secreto, observándolos desde lejos, mientras hablaban de algo que no podía oír. Elodie se reía y Julian sonreía de esa manera en la que él solía hacerlo, con ese aire despreocupado que siempre me había irritado un poco. Quería unirme a la conversación, pero sentí que no encajaría. Y esa sensación me incomodaba.

"Están demasiado cerca", pensé, y apreté los puños sin darme cuenta. No sabía por qué me molestaba tanto. Después de todo, éramos amigos, ¿no? Pero cada vez que los veía juntos, sentía como si me estuvieran excluyendo de algo importante, como si ya no fuera parte de su pequeño mundo.

Baje a la sala, puesto que habia quedado con mis padres de una gran noticia, dejando todos mis pensamientos atras. La emoción colgaba en el aire como un hilo fino a punto de romperse. Mi padre, con la mirada fija en el reloj, daba golpecitos impacientes con los dedos en el brazo del sofá. Era raro verlo así, tan ansioso, como si el mundo girara en torno a ese instante de espera.

—¿Qué será tan importante? —murmuró con un suspiro—. Ya llevamos veinte minutos.

El silencio era denso, roto solo por el sonido suave de las patas de Belladonna descendiendo las escaleras. Mi gata, ahora en la flor de su adolescencia felina, se había convertido en una criatura tan elegante como rebelde. Su pelaje brillaba con un resplandor impecable, y su andar era el de una reina que no se digna a prestar atención a sus súbditos.

—Belladonna —la llamé, extendiendo la mano como un gesto de tregua.

Ella, en su estilo inimitablemente altivo, me lanzó una mirada indiferente antes de girarse con desdén, moviendo la cola como si llevara consigo el peso de un pequeño trono, para desaparecer con gracia hacia la cocina.

El silencio volvió a caer, pero esta vez acompañado de un latido sordo en mi pecho. Y entonces, la puerta de la habitación de mis padres se abrió. Mi madre apareció al pie de la escalera, vestida con un radiante vestido amarillo que le llegaba justo a las rodillas, su sonrisa iluminando el espacio más que cualquier lámpara o candelabro en la sala.

—Familia —comenzó, su voz suave, pero cargada de una calidez que solo ella podía dar—, no saben lo feliz que me hace vernos así, juntos, unidos. He estado pensando mucho en lo que significa para mí la familia. En lo que tú, Tyler, significas para nosotros.

Su mirada se posó en mí, y en ese instante sentí cómo mi corazón latía más rápido, consciente de que algo importante estaba por venir.

—Cuando supe que íbamos a tenerte —continuó, su voz temblando ligeramente—, fue como un rayo de esperanza en medio de una tormenta. Un bebé arcoíris, así es como te llamaban, Tyler. Viniste a nosotros en un momento de crisis, y aunque no lo sabías, fuiste nuestra salvación.

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