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El sol comenzaba a ocultarse tras las colinas, pintando el cielo de tonos cálidos y suaves. El aire estaba impregnado del sonido de las risas, el eco alegre de dos cachorros que jugaban despreocupadamente en el parque. Marshall, con su esponjoso pelaje blanco manchado de negro, se movía con una gracia infantil mientras corría y saltaba, su risa resonando como música en el aire. A su lado, otro cachorro de su edad compartía su alegría, ambos tomados de las manos, girando en círculos con un júbilo contagioso.
A unos metros de distancia, Chase observaba la escena, sus ojos oscuros fijos en cada movimiento de su hermano pequeño. Pero en su interior, una tormenta se desataba, sus emociones se enredaban en un nudo que le oprimía el pecho. Era un amor profundo, incondicional, tan intenso que a veces dolía. El vínculo que compartía con Marshall iba más allá de lo que podían entender los demás, era una conexión que lo consumía, lo definía, lo sostenía.
Mientras veía a Marshall reír y jugar con otro, sintió un pinchazo de dolor que lo atravesó como un rayo. La imagen de su hermano tan feliz, tan libre, con alguien más, le hizo sentir que el suelo se deslizaba bajo sus patas. "Marshall... ¿cómo puedes estar tan feliz sin mí?" Pensó con amargura, mientras su corazón se apretaba en su pecho.
Cada risa que compartían, cada mirada cómplice entre Marshall y aquel otro cachorro, era como una puñalada lenta y profunda en su alma. Chase apretó los dientes, intentando contener el dolor, pero no podía escapar de sus propios pensamientos. "Por favor, Marshall, no me dejes... no me abandones. No podría soportar verte enamorado de alguien más." Su mente gritaba en silencio, susurrando deseos que nunca se atrevería a expresar en voz alta.
Los recuerdos de tantas noches compartidas, tantas confidencias susurradas entre risas y suspiros, lo llenaban de un dolor dulce y agrio a la vez. Era como si cada momento que habían pasado juntos se estuviera desmoronando, desvaneciéndose ante sus ojos mientras Marshall se acercaba a alguien más, a otro que no era él.
"No quiero perderte," pensó, desesperado, mientras sus ojos seguían a Marshall. "Te amo más de lo que las palabras pueden decir, más de lo que el mundo puede entender. No quiero que tengas a nadie más, no quiero que te enamores de otro... Por favor, quédate conmigo. Dame un poco más de tiempo para demostrarte que yo soy quien puede hacerte feliz, quien siempre estará a tu lado."
El parque seguía resonando con el eco de las risas, pero para Chase, todo se desvanecía en un segundo plano. Sus ojos, llenos de tristeza y amor, se clavaban en Marshall como si su vida dependiera de ello. "Estoy rezando," pensó, con el corazón roto, "rezando para que no te enamores de otro, para que no te fijes en nadie más. Porque te quiero, te quiero de verdad. No podría soportar verte con alguien más en tu corazón, alguien que no sea yo."
El sol terminó de ocultarse, dejando un rastro de sombras largas y frías. Los otros cachorros seguían jugando, pero para Chase, el mundo se había detenido. Todo lo que importaba, todo lo que podía ver, era a Marshall, su risa, su alegría... y la posibilidad aterradora de que un día, esa risa y esa alegría ya no fueran para él.
"Por favor, no te enamores de nadie más," pensó una última vez, con un ruego silencioso que se perdió en el viento de la noche. "Porque sin ti, Marshall, no sé cómo seguiría adelante." Y así, Chase se quedó allí, observando en silencio, esperando que su hermano pequeño nunca se diera cuenta de cuánto lo necesitaba.
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