No sabía cuál era el origen de mi consternación: que no pudiera encontrarle ni un mínimo de sentido a las fórmulas que ocupaban la enorme pizarra del aula de Estadística —cuya dimensión era estratégica debido a la cantidad de alumnos que repetían año tras año la materia— o la tranquilidad con la que el profesor Hayes caminaba por la tarima, como si aquello no fuera nada para él.
Hacía ya muchos años que había asumido mi falta de destreza para las matemáticas, pero André y su don innato para domar los números sin siquiera despeinarse poseían la habilidad de hacerme sentir más estúpida de lo que ya era.
Se paseaba con tal seguridad y firmeza que no había nadie con las agallas suficientes para apartar la mirada de él. Su cabello cenizo estaba peinado a la perfección hacia un lado, a excepción de un par de mechones rebeldes que le caían sobre la frente. Unas cejas oscuras y pobladas enmarcaban sus profundos ojos castaños mientras que el vello rasurado de la barba en su mentón resaltaba una mandíbula cuadrada y varonil.
Tez trigueña, aún favorecida por el beneplácito del verano, nariz recta y unos labios de infarto que pocas, o ninguna, habían tenido oportunidad de besar, André Hayes fue el crush de muchos durante su etapa como estudiante en la universidad y el placer culposo actual de sus alumnos ahora que ejercía como profesor.
La primera hora de clase pasó antes de lo previsto, quizá porque se dedicó a hacer un mero repaso por las nociones básicas de la asignatura, aquellas que incluso yo dominaba.
Levantó la voz ante la estampida que se armó al sonar el timbre.
—¡No tan deprisa, chicos! Como sé que este verano habéis echado en falta mis clases, me he tomado la libertad de subiros unos ejercicios de repaso del semestre anterior al campus para que podáis refrescar la memoria. —Los lamentos y quejas no tardaron en hacerse escuchar y él los recibió, risueño—. Esta práctica no ponderará para la evaluación, pero su entrega es obligatoria, ¿estamos? No encontraréis nada que no hayamos hecho antes, así que no tendréis problemas para resolverlos.
Recogí mis pertenencias con torpeza y me apresuré a abandonar el aula. A continuación, me abalancé por el pasadizo e intenté fundirme con el resto del alumnado que, al igual que yo, daba por superada la primera clase del día. No obstante, ni con esas fui capaz de evadirle.
Los ojos de Cole, a quien por lo visto no se le habían pegado las sábanas esa mañana, me acribillaban el cogote desde que entré a Estadística y, por si no fuera suficiente, ahora también lo hacía su voz.
Seguí con mi camino, abriéndome paso a codazos entre el gentío, hasta llegar a las puertas de la Facultad y, cuando por fin creí que iba a librarme, noté cómo alguien me detenía.
—Blake.
Pese a que pronunció mi nombre en un susurro, fue incapaz de disimular la advertencia implícita que ocultaba.
—¿Y ahora qué quieres? —mascullé entre dientes al verlo ocupar un lugar a mi lado.
—Te he escrito este fin de semana y ni siquiera has abierto los mensajes. Llevas días evitándome.
—¿Y no te has planteado que, si no te respondí, fue porque no quería hacerlo?
Me miró con los ojos entrecerrados mientras sopesaba mi respuesta, que parecía no decirle lo suficiente.
—Pensé que después de la conversación del otro día comenzábamos a estar bien otra vez.
Mi subconsciente soltó una carcajada que hizo eco en mi interior y yo me limité a escucharla, pues sabía que me lo tenía más que merecido. Cole era de esas personas a las que le dabas la mano y te agarraban del brazo, lo sabía de sobra. Pese a ello, noches atrás, en la fraternidad, se la ofrecí de nuevo.
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El irresistible juego de Midnightemptation (BORRADOR)
RomanceCuando la joven Blake decidió entrar en la pista durante la celebración del Miércoles Borracho no imaginó que captaría la atención del enigmático Midnightemptation, el usuario anónimo que hace arder en visitas el foro de la universidad con sus provo...