𝕻𝖗𝖔𝖑𝖔𝖌𝖔

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Sujeto: Riki.

...

VENGA CONMIGO. Él está por acá.

El Doctor Nishimura Isamu no se quitó el abrigo, sino que aumentó el ritmo de sus pasos para igualar los de la pequeña mujer que tenía delante.

La Doctora Xiù Lán. Había recorrido un largo camino para conocerla. Parecía angustiada, pero quizás siempre parecía tener prisa. Mientras lo guiaba por un laberinto de pasillos oscuros hacia las entrañas del enorme centro financiado por el Estado, un escalofrío le recorrió la columna vertebral.

No había forma de que encontrara la manera de salir de allí sin un mapa o un guía.

Cuando llegaron a un lugar en el que se cruzaban cuatro pasillos, la Doctora Xiù Lán utilizó una llave que llevaba en su cinturón para abrir una pesada puerta, conduciendo a Isamu a otro pasillo, éste con grandes puertas de acero con pequeñas ventanas cuadradas, que se podían utilizar para mirar dentro.

A medida que avanzaban por los pasillos, las luces de las habitaciones titilaban, como si estuvieran en medio de una tormenta eléctrica... o de una película de terror.

Afuera había una tormenta, pero no de lluvia sino de nieve. Una tormenta eléctrica tenía sentido en cierto modo. Todo el ambiente estaba cargado de una energía casi palpable, como la electricidad estática. El aire, las luces.

Una parte de él se preguntaba si, al extender la mano, se encontraría con algún tipo de barrera invisible.

Incluso la Doctora Xiù Lán parecía sufrir la estática. Sus manos se agitaban a los lados, su ropa se arrugaba y se pegaba en algunas partes, y sus rizos rubios y encrespados luchaban por escapar de la pinza que los contenía. Sus gruesos tacones tronaban en las baldosas desgastadas de linóleo y las luces de movimiento se encendían al pasar por cada sensor.

Isamu se esforzó por seguir su ritmo, obligándose a prestar atención. Culpó a su segunda copa de Chardonnay por su malestar y falta de atención.

Cuando la doctora Xiù Lán se detuvo bruscamente frente a la penúltima puerta, Isamu casi chocó con ella, sobresaltándola y haciéndola retroceder un paso o dos.

— Mis disculpas —murmuró Isamu, inclinando la cabeza.

Ella se pasó las manos por la falda, como si acabara de darse cuenta de que su ropa estaba desarreglada.

— Este es él —dijo en un tono cortante.

Isamu se asomó al interior, abriendo los ojos de par en par.

— ¿Qué significa esto?

En el interior de la habitación, un niño flaco con gruesos rizos negros y ojos apagados estaba sentado en lo más recóndito de la celda acolchada. Tenía el pelo enmarañado de sangre, y sus pantalones, antes blancos, estaban saturados del líquido que ya se estaba poniendo marrón. Estaba por todas partes.

— Es por su propia seguridad —le aseguró la Doctora Xiù Lán—. La sangre no es de él.

Isamu estudió al niño sentado en la esquina, sus rodillas pegadas a su pecho, meciéndose de lado a lado mientras miraba fijamente al frente, claramente cerca de un estado de catatonia.¹

Este chico llamaba la atención, pero si ya mostraba arrebatos de violencia, no serviría para el estudio. Tenía que llegar a ellos antes de que encontraran una sed de sangre.

— Cuéntame qué fue lo que pasó —dijo Isamu con un gruñido—. ¿De quién es la sangre?

La cara de la doctora enrojeció.

Doble Vida | JaykiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora