JAY VOLVIÓ A revisar el reloj junto a la cama.
Habían pasado noventa minutos desde su acalorado intercambio con Riki y, todavía, no había aparecido. Lo haría. Jay sabía que lo haría. Y estaría molesto por ello. Lo que sólo aumentó la anticipación de Jay.
Le gustaba lo... resistente que Riki fingía ser. Casi tanto como le gustaba la facilidad con la que se rendía ante él.
Había algo en lo diferente que era Riki con él. Riki pasaba la mayor parte de su tiempo convenciendo al mundo de que era un alcohólico en su máximo esplender con afición al juego y otras actividades de riesgo.
Cuando hablaba con los demás, siempre lo hacía con esa entonación perezosa y divertida, como si conociera algún secreto que el resto del mundo no conocía.
Pero Riki no era así en absoluto. No con Jay.
Tomó su teléfono y buscó una foto de Riki. Una que había tomado la última vez que estuvieron juntos. Era un perfil lateral izquierdo de él mirando por la ventana en nada más que un par de jeans.
Había lanzado una mirada irritada a Jay, pero había cambiado sutilmente de posición, como si conociera sus mejores ángulos.
Como un Nishimura, Jay imaginó que eso era algo normal.
Aun así, había guardado la foto y la miraba a menudo. No podía evitarlo. Jay veía la belleza de las cosas, tenía buen ojo para ello. Y Riki era hermoso. Casi de manera imposible.
Tenía unos gruesos rizos castaños que le rozaban el cuello, unas cejas marcadas, unos ojos rasgados tan pronunciados que lo hacían lucir como si tuviera delineador. O tal vez sí tenía puesto delineador de ojos. Con Riki, era difícil decirlo.
Jay trazó las líneas de la foto. La piel de Riki era del más cálido tono de porcelana, y dado que era un animal nocturno, Jay sólo podía imaginar que era un don de la herencia. No era excesivamente musculoso, más bien definido, como un nadador o un bailarín. Eso hacía que fuera fácil para Jay moverlo de un lado a otro.
O lo sería si por fin llegara ya.
Intentó ignorar la pequeña duda que se abría paso bajo su caja torácica, pero de todos modos se filtró.
Tal vez esta vez Riki no aparecería. ¿Quizás estaba cansado de este juego? ¿tal vez Jay lo presionaba demasiado, lo molestaba demasiado? Pero no podía evitarlo. Riki no se permitía un placer si no se ganaba con esfuerzo. Así era él como persona.
Por eso no podía creer que los hermanos de Riki pensaran realmente que era un alcohólico. Para Riki todo tenía que ser con moderación. Desde la forma en que se ganaba la vida hasta la forma en que mataba a sus víctimas.
Le gustaba la emoción, la anticipación. A Riki le gustaba que la vida lo desafiara.
Se oyó un solo golpe en la puerta de la habitación del hotel. Jay sonrió, abriéndola de golpe, con un comentario mordaz en la lengua por la tardanza de Riki. En cambio, se detuvo en seco ante el hombre de rostro pastoso que tenía una expresión inescrutable.
Jay examinó al hombre rápidamente. No lo reconoció. Probablemente no lo recordaría si lo hubiera hecho. El hombre era... totalmente olvidable. Esa fue la primera impresión de Jay. Olvidable.
El hombre llevaba una chaqueta caqui y un sombrero del mismo color, como un uniforme, con extraños mechones de pelo negro tinta asomando por los lados. Había algo raro en el pelo; ponía a Jay en una posición defensiva, lo hizo enderezarse.
El hombre siguió mirando un paquete que tenía en sus manos.
— ¿Puedo ayudarle? —dijo Jay, con una pizca de inquietud instalándose bajo su piel.
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Doble Vida | Jayki
Ficción GeneralRiki es el psicópata más descarado entre todos sus hermanos. O eso es lo que ellos creen. Él es más que un jugador y todo, menos un borracho, pero nadie tiene por qué saberlo. Jay es el hermano gemelo de un sociópata, así que conoce la dinámica. Qu...