♚ Capítulo 05 ♚

217 30 23
                                    

—Su… Majestad ¿Se encuentra bien?

La voz llena de preocupación del señor Cedric me hace reaccionar y ser consciente de lo que he hecho.

Mis mejillas arden de vergüenza en cuanto miro la marca enrojecida en el lado izquierdo de la cara del príncipe. No me atrevo a mirarlo a los ojos y confirmar su enojo hacia mi. Y, por supuesto, lo nota de inmediato.

—¿Ahora te pones tímida, Amelia?

Su voz de terciopelo se siente como una caricia mortal en mi piel erizada.

Sé que debo disculparme por golpearlo. Quiero disculparme. Me siento mal por lo que hice. Pero no puedo hablar. Siento sus ojos fijos en mí. Esperando que diga algo. Estudiando mis movimientos. 

Mis ojos dan con los de Cedric, quién nos mira atentos. Sobre todo al príncipe. Quiero pedirle que me ayude, pero no sé si lo hará. Aún así, intenta intervenir.

—Señor…

—Déjanos solos, Cedric.

—Pero, Señor…

Basta una sola mirada para que Cedric deje de hablar.

El pulso en mi cuello aumenta cuando el hombre se dirige a la puerta donde minutos antes salió Varya.

El silencio se siente tan pesado que es casi asfixiante. Y entonces, somos sólo él y yo. Y eso no me gusta nada.

Si esto es un sueño, es buen momento para despertar, Amelie.

Pero no despierto. Y me frustro. Se supone que debo estar caminando al altar, no dormida soñando con un hombre tan hermoso como peligroso que está enojado porque lo abofeteé.

—Lo siento. —Por fin logro formular palabra alguna.

Mi voz es tan baja que parece un susurro, pero sé que me escuchó porque me mira. Me mira tan intensamente que se me hace difícil mantenerme firme ante él. No responde. Al contrario, me ignora pasando a mi lado y caminando hacia su trono.

Suelto una exhalación que no supe que estaba reteniendo.

Esto es incómodo.

Demasiado.

Lo observo mientras toma asiento. Se ve más intimidante ahí arriba, como si todo lo que quisiera pudiera tenerlo con solo chasquear los dedos.

Supongo que eso es lo que hacen los príncipes que lucen como él.

Una vez, hace algunos años, tomé prestada la vajilla de plata de mi madre para jugar al té con mis muñecas. Rompí una taza por accidente. Cuando ella lo descubrió no dijo nada, con una sola mirada supe que estaba molesta y decepcionada. Quise hacerme pequeñita y desaparecer para nunca más volver a sentirme tan mal conmigo misma.

Pues así me siento ahora.

Como si quisiera huir para evitar lo que está a punto de suceder.

Oh, pero jamás he tenido tanta suerte.

—Tienes suerte que hoy esté de buen humor, Amelia —Me burlo internamente. Qué ironía—. El castigo por tu insulto será suave para lo que se está acostumbrado en mi reino.

Mi corazón se acelera. Mis manos comienzan a temblar. Presiono mis labios para evitar hablar. No creo que lo que salga pueda hacer mejorar mi situación en vista que un “lo siento” no sirvió de nada.

Lo hecho, hecho está. Sólo queda enfrentar las consecuencias de los actos.

Pero eso no minimiza el miedo que crece en mi interior y un montón de escenarios de tortura se arman en mi cabeza. Por Dios, he leído libros dónde se narra detalladamente los diferentes tipos de tortura a los que puede ser sometido el ser humano. Me imagino siendo uno de ellos y…

A través de los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora