Corto 1: La niña de sus ojos

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Desde siempre, Brasil había sido el epicentro de la atención del Imperio, incluso más que su propia esposa. Allí donde se encontraba uno, el otro no podía estar lejos. Eran inseparables, como si un hilo invisible los mantuviera unidos en la vastedad del tiempo. Pero todo lo que se relata aquí ocurrió antes de la caída del Imperio, antes de su muerte, a finales del siglo XIX.

Cuando Brasil recibió la noticia de la caída del Imperio, fue como si el suelo se abriera bajo sus pies. Con un gesto desesperado, cayó de rodillas al barro, sus manos se hundieron en la tierra húmeda y fértil de la que siempre había estado tan orgullosa. Tal vez era la frustración, tal vez el dolor, pero algo en su interior se rompió. Empezó a arrancar flores, hierbas, cualquier cosa que estuviera a su alcance, como si al destruir su entorno pudiera arrancar la amarga realidad de su alma.

—¡¿Por qué?!— gritó, su voz se quebró con la desesperación, mientras las lágrimas brotaban de sus ojos verdes como esmeraldas. El soldado que la vigilaba, un hombre robusto con una expresión severa, se mantuvo a cierta distancia, incapaz de hacer algo más que observar la agonía de la joven. La veía allí, con su cabello verde como los campos del trópico, destrozando con furia el mundo que una vez amó.

Después de un largo momento, Brasil se levantó lentamente, el rostro surcado por lágrimas y barro, pero con una chispa de determinación en sus ojos.

—Él estará bien... Es una monarquía...— murmuró, con voz temblorosa, como si esas palabras pudieran negar la inexorable realidad de la muerte del Imperio.

Sin embargo, para entender la profundidad de esta relación, debemos retroceder en el tiempo. Quizás piensen: "Son padre e hija, claro que se conocen". Y sí, tienen razón. Pero la relación entre Brasil y el Imperio era mucho más que un simple lazo de sangre. Era un vínculo forjado en el fuego del expansionismo, de las guerras y las conquistas, pero también en momentos de ternura y orgullo compartido, momentos que se contraponían brutalmente con los actos despiadados del Imperio.

Desde pequeña, Brasil había sido la joya más preciada en la corona del Imperio. Aún recordaba, como si fuera ayer, aquellos días en que el Imperio la llevaba en sus brazos, mostrándole el vasto territorio que un día sería suyo. Recorrían juntos las selvas densas, las montañas imponentes, los ríos interminables, y el Imperio le hablaba con voz grave y firme:

—Mira, Brasil, todo esto será tuyo algún día. Eres mi legado, mi razón de ser.—

Brasil lo escuchaba, con esos ojos grandes y curiosos, sin comprender del todo el peso de sus palabras. A veces se aferraba a su capa, otras jugaba con las joyas que adornaban su corona, joyas que simbolizaban las riquezas de su tierra, pero también la sangre y el sufrimiento de quienes las habían extraído. El Imperio la miraba con orgullo, con la certeza de que en ella residía su futuro, su continuidad.

Pero el Imperio no siempre había sido un padre cariñoso. A menudo, sus manos estaban manchadas de la sangre de los inocentes. Los campos de batalla estaban regados con el sufrimiento de aquellos que se oponían a su dominio. Pero Brasil, en su juventud, no veía estas sombras. Para ella, el Imperio era una figura imponente, un gigante invencible que la protegía y guiaba.

—¿Por qué haces esto, padre?— le preguntó una vez, tras ver cómo un poblado paraguayo era arrasado en nombre de la expansión. Su voz era suave, pero sus ojos reflejaban una curiosidad inquietante.

El Imperio la miró, sus ojos fríos como el acero. —Es necesario, Brasil. No se construye un Imperio sin sacrificios. Algún día lo entenderás.—

Brasil no respondió. En su corazón, comenzó a germinar una duda, una semilla de incertidumbre que crecería con el tiempo. Pero aún así, continuó admirando a su padre, siguiendo sus pasos, absorbiendo sus enseñanzas.

Hasta que llegó el día de su caída.

Ahora, de pie en medio del barro, con las manos llenas de tierra y flores arrancadas, Brasil sabía que algo en su mundo había cambiado para siempre. El Imperio ya no estaba, y ella, la joya de su corona, tendría que aprender a brillar por sí misma.

—Él estará bien... —repitió Brasil, intentando convencerse a sí misma, pero la voz en su mente susurraba otra cosa. Le recordaba los días de gloria, pero también los días de oscuridad, los actos barbáricos que habían manchado el legado de su padre.

Finalmente, Brasil se giró hacia el soldado que la observaba, su mirada más decidida(y loca) que nunca. —Es hora de que yo también tome las riendas— dijo, su voz ahora firme. El soldado asintió, reconociendo en ella una nueva fuerza, una determinación que solo emerge de las cenizas de la pérdida.

Brasil se había roto, sí, pero también se estaba reconstruyendo. Sabía que el camino por delante sería arduo, que las sombras del pasado la seguirían como espectros, pero estaba lista para enfrentarlas. Ya no era la niña que jugaba con las joyas de la corona; era la heredera de un legado complejo, con la responsabilidad de forjar su propio destino.

Con una última mirada al barro a sus pies, Brasil dio media vuelta y comenzó a caminar, dejando atrás las flores arrancadas, los vestigios de un pasado que nunca podría recuperar. Ahora era su momento, su tiempo para aprender a brillar por sí misma, no como una extensión del Imperio, sino como una entidad propia, fuerte y libre.

Y así, bajo el cielo tropical, Brasil avanzó, llevando consigo tanto el peso de su historia como la esperanza de un nuevo comienzo.


Nada mal para un primer corto. ¿Cuáles son sus opiniones?

¡Aja! Lo cambie. ¿Qué piensan de la mejora inesperada xd?

9:37 p. m. 26/8/2024

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