Corto 10: El Olofin

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El sol apenas asomaba entre las nubes, arrojando una luz tenue sobre la ciudad de Ifé, una vez sagrada, ahora en decadencia. El pavimento bajo sus pies estaba agrietado, y las paredes de los edificios que alguna vez fueron majestuosos se desmoronaban, cubiertas por el polvo del olvido. Sin embargo, Níger, Nigeria y la novia de este último caminaban por las calles de la ciudad con un ánimo sorprendentemente ligero, intercambiando bromas y risas mientras se dirigían hacia las afueras.

—¿Estás seguro de que es buena idea llevarnos con él?— preguntó Níger, su tono cargado de un escepticismo apenas disimulado. —Digo, ya sabes cómo es el viejo. A veces ni siquiera recuerda nuestros nombres... o los suyos propios.—

Nigeria se encogió de hombros con una sonrisa nerviosa. —Sí, bueno, es que últimamente no está en su mejor momento...— admitió, mirando de reojo a su novia, quien caminaba junto a él, observando la ciudad en silencio.

—Eso es un eufemismo— comentó Níger, esbozando una sonrisa mientras pateaba una piedra del camino.

El grupo llegó a los límites de la ciudad, donde el terreno se volvía más arenoso, y las ruinas de Ifé se disolvían en un paisaje desértico y desolado. La montaña de Ikoyi, un gigante erosionado por el tiempo, se alzaba ante ellos como una reliquia de otra era. Nigeria, con un suspiro, señaló hacia una cueva oculta entre los pliegues de la roca.

—Ahí es donde está ahora— dijo, con un deje de nostalgia en la voz. —El viejo Imperio de Ifé.—

—Vaya sitio— murmuró Níger, entrecerrando los ojos para observar mejor la cueva. —Y yo que pensaba que vivía en decadencia... Esto es otro nivel.—

La novia de Nigeria, hasta ahora callada, lanzó una risita. —Bueno, si es la primera vez que voy a conocer a mi suegro, al menos será interesante.—

—Ah, sí, de eso puedes estar segura— añadió Nigeria, tratando de parecer despreocupado. Sin embargo, había una tensión en su voz, una inquietud que no pasaba desapercibida para los demás. Se detuvo ante la entrada de la cueva, cubierta por telarañas y decorada con inscripciones desgastadas por el viento. Desde el interior, llegaba el aroma a incienso, mezclado con un extraño hedor rancio.

—Últimamente no ha estado bien— repitió Nigeria, como si tratara de justificarse una vez más.

—¿Últimamente?— replicó Níger, cruzándose de brazos. —Hombre, él lleva mal desde... no sé, desde que lo quemaron.—

De repente, una figura emergió de una pequeña caverna dentro de la cueva. Era él: el Imperio de Ifé, o lo que quedaba de él. Su apariencia era desgarradora. Usaba ropas tradicionales manchadas y desgastadas, y de su espalda colgaban dos alas rotas y ennegrecidas, apenas visibles bajo el manto que las cubría. Pero lo más perturbador eran sus ojos... o la ausencia de ellos. Su rostro estaba marcado por horribles cicatrices, quemaduras que habían desfigurado su piel y borrado por completo su vista. Donde alguna vez hubo fuego, ahora solo quedaba la sombra de un hombre que había perdido más que su poder.

—¿Quién anda ahí?— La voz del Imperio resonó en la cueva, áspera y débil, pero cargada con la autoridad de un pasado distante.

Nigeria dio un paso adelante. —Padre... soy yo, Nigeria. Vine a verte, y traje a mi novia y a Níger conmigo.—

Ifé ladeó la cabeza, como si intentara enfocar con unos ojos que ya no le servían. Su rostro desfigurado apenas mostraba emociones, pero sus manos temblaban ligeramente, como si las palabras de Nigeria hubieran removido recuerdos que él había intentado enterrar.

—Nigeria...— murmuró el Imperio. Su voz estaba teñida de un profundo dolor, y, al hablar, una leve tos sacudió su cuerpo. —¿Por qué has venido? ¿A qué debo el honor de esta visita, después de tanto tiempo...?—

Nigeria tragó saliva, sintiéndose de repente culpable por haber tardado tanto en volver a visitarlo. Dio un paso más hacia adelante. —Vine porque quería que conocieras a mi novia— dijo, señalando a la joven, que observaba a Ifé con una mezcla de curiosidad y compasión. —Y también... quería ver cómo estabas.—

El Imperio de Ifé rió, pero fue una risa amarga, hueca. —¿Cómo estoy?— repitió, alzando una mano temblorosa hacia su rostro quemado. —Mírame, hijo. ¿Acaso no es obvio? El fuego me arrebató la vista. Ya no puedo ver el "Oorun"— continuó, usando la palabra yoruba para "sol". —No puedo ver la luz, ni siquiera las sombras. Todo lo que me queda es la oscuridad...—

—Pero aún puedes sentir el sol, ¿verdad?— interrumpió Níger, tratando de aliviar la tensión. —Digo, no hay forma de que no lo sientas en este lugar tan... cálido.—

—El sol...— murmuró Ifé, ignorando la broma, como si no la hubiera oído. —Lo siento, sí, pero no lo veo. Y cuando no puedes ver el sol, es como si ya no estuviera ahí... Como si te hubieran quitado el poder mismo de la vida.—

Nigeria dio otro paso hacia su padre, su voz llena de afecto. —Padre, puede que no veas el sol, pero sigues aquí. Sigues vivo. Y eso ya es algo. Estoy aquí para ayudarte... no estás solo.—

El Imperio permaneció en silencio por un momento, sus alas rotas colgando a sus espaldas como testigos de su caída. Finalmente, habló, con una voz tan suave que apenas se escuchaba por encima del sonido del viento que entraba por la cueva.

—¿Y quién es esa que trajiste?— preguntó, extendiendo la mano hacia donde estaba la novia de Nigeria. —¿Es ella... la que te acompaña ahora...?—

La joven, nerviosa pero determinada, dio un paso adelante, tomando la mano del Imperio con delicadeza. —Sí, soy yo. Soy Angola— dijo, su voz cálida pero firme.

—Angola...— repitió Ifé, probando el nombre en sus labios. —Ah, sí, lo recuerdo. Eras solo una niña la última vez que supe de ti. ¿Y ahora estás con mi hijo?—

Angola asintió, aunque se dio cuenta de que Ifé no podía verla. —Así es, señor. Y quiero que sepa que estoy aquí para apoyarlo también.—

Ifé suspiró. —No necesito apoyo— dijo con amargura. —Lo único que necesito es poder ver el sol de nuevo... poder sentir lo que una vez fui.—

Níger, que hasta ahora había permanecido en segundo plano, se acercó y le dio una palmada en la espalda a Nigeria. —Bueno, viejo, si lo que necesita es ver algo de luz, siempre podemos comprarle unas velas, ¿no?— bromeó, tratando de aliviar el ambiente.

El Imperio de Ifé soltó una risa áspera. —Ah, siempre tan práctico, Níger... pero creo que ni todas las velas del mundo me devolverían la visión.—

Nigeria, más serio, se inclinó hacia su padre. —Padre, lo que perdiste es terrible, pero aún puedes ser parte de algo más grande. Estamos aquí, los tres, para que puedas ayudarnos en este nuevo comienzo. Ya no somos lo que solíamos ser... pero podemos ser algo mejor, juntos.—

Ifé guardó silencio, sus pensamientos oscurecidos como el mundo que lo rodeaba...


Si bueno. No tenia muchas ideas para lo prometido. Lo siento...


¡Cortos de países con patas y más!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora