Corto 9: Oh, mi comandante (Au: Una dictadura perfecta.).

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Holi gente linda. Aquí una continuación de la dictadura perfecta. Hay que aclarar que ahora canónicamente Panamá es hija de Colombia. Entonces Imperio y Gran vendrían siendo sus abuelos.(Se que a nadie le importara por qué esa historia no fue leída ni por Dios). Además esta historia esta conectada a las mariposas de Imperio.

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Año: ???

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El cubano caminaba con paso firme por la calle 23 Oeste, en el corazón del Chorrillo. Era de noche, y aunque las farolas eléctricas lanzaban su luz titilante sobre las aceras desgastadas, la oscuridad dominaba los rincones. El aire olía a humedad, y una brisa suave, cargada de salitre, se arrastraba desde el mar cercano. En cada esquina se respiraba un ambiente de peligro, como si la ciudad misma susurrara advertencias que nadie quería escuchar.

Frente a él, el rótulo parpadeante de un bar destartalado, "La Tostada", se balanceaba ligeramente con el viento. El cartel, con letras gastadas por el tiempo, iluminaba tenuemente la fachada del lugar. Dentro, las sombras se mezclaban con el humo de cigarrillo y las carcajadas amargas de los borrachos que llenaban el local.

El cubano entró. Al cruzar la puerta, fue recibido por un ambiente opaco, denso. El olor a alcohol derramado, a madera vieja y humedad se mezclaba con una música estridente que retumbaba en las paredes. Era guaracha, salsa vieja, el tipo de música que incita a bailar, pero que aquí solo acentuaba la decadencia del lugar. Sus ojos recorrieron rápidamente el entorno; todo estaba teñido de sombras, salvo por la barra, donde la luz naranja de una lámpara colgante revelaba al bartender, Lucas Castro.

—Buenas, señor comandante— saludó Lucas, mientras llenaba un vaso de cerveza con el movimiento mecánico de alguien que lo ha hecho un millón de veces. El sonido del líquido espumoso llenando el vaso parecía el único ruido claro en medio de la cacofonía.

Cuba, conocido por su economía de palabras, apenas inclinó la cabeza en respuesta. Sus ojos seguían buscando entre la penumbra. El general Torrijos no estaba allí, pero había alguien más que llamaba su atención. Desde el rincón más oscuro del bar, emergió una figura que conocía demasiado bien.

Era ella, la panameña, Panamá. Su presencia en ese lugar sombrío parecía desentonar, y sin embargo, era parte del entorno de una manera casi natural, como si la ciudad y ella fueran una sola. Su cabello oscuro caía sobre sus hombros, enmarcando su rostro con una belleza intensa, casi peligrosa. Su piel, bronceada por el sol del trópico, brillaba ligeramente bajo la luz tenue.

—Mira, es la flor— murmuró Cuba, sus palabras apenas audibles, casi para sí mismo. Había en su voz una mezcla de deseo y admiración que no lograba ocultar. La tentación siempre lo acompañaba cuando estaba cerca de Panamá. No era solo su belleza; era su carácter, su fuerza. Lo atraía como el peligro atrae a los insensatos.

Panamá lo miró con esos ojos oscuros, brillantes como dos carbones encendidos. Una sonrisa suave se dibujó en su rostro mientras respondía a la pregunta que él no llegó a formular del todo.

—El general está enfermo, Cuba— dijo, su voz grave y melodiosa a la vez, como un canto que oculta promesas. —Le pegó una gripe de esas que te mandan al otro barrio si no tienes cuidado. Pero no te preocupes, estoy aquí para hablar del plan—.

Cuba asintió, intentando concentrarse en las palabras. Pero sus ojos seguían viajando hacia ella, como si cada gesto, cada palabra, llevara consigo una invitación silenciosa. La panameña era más que una simple aliada. Era la encarnación de su país, fuerte, decidida, y también peligrosamente cautivadora. En ella veía la misma lucha que conocía en carne propia: la lucha por la soberanía, por la dignidad, por el poder.

¡Cortos de países con patas y más!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora