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Vas en el carro, viendo cómo las nubes se van quitando mientras suben hacia las montañas de California. Natanael, bien concentrado en el volante, te lanza una sonrisa de lado cuando te pilla mirándolo, con esa sonrisa que te hace derretir. — Hoy vas a aprender a hacer snowboard — te dice, guiñándote un ojo.
Llegan a la estación, y el aire fresco y frío te pega en la cara. Es un día brillante, las montañas cubiertas de nieve parecen una postal de esas que no crees que existen. Natanael se baja del carro, y tú lo sigues, ajustándote la bufanda mientras él te pregunta si estás lista. — Más que lista — le dices, aunque por dentro te andas poniendo un poco nerviosa.
Después de rentar todo el equipo y recibir unas indicaciones rápidas, se van a la pista. Natanael, ya con su tabla, te espera sentado en una banca con esa chaqueta varsity que te encanta. Se ve tan tranquilo, bien relajado, como si estuviera en su ambiente natural. —Ven, siéntate un rato antes de que empecemos — te dice, haciéndote un espacio en la banca. Te sientas a su lado, sintiendo el calor de su cuerpo a través de las capas de ropa.
Él se ajusta las gafas de nieve y te mira en silencio por un momento. — No te preocupes si te caes — te dice, — yo te agarro.— Su voz es suave, y sientes una oleada de seguridad al escuchar sus palabras.
Las primeras bajadas son un reto, pero Natanael no se separa de tu lado ni un segundo. Cada vez que te caes, él está ahí para ayudarte a levantarte, siempre con una broma lista para hacerte reír y hacer que todo parezca menos serio. Se toman un descanso después de un par de horas, volviendo a la misma banca donde empezaron. Esta vez, sin que él se lo espere, le tomas un par de fotos mientras está distraído, pensando que se ve bien lindo con su gorro y las gafas.
Al final del día, mientras el sol empieza a esconderse detrás de las montañas, Natanael te abraza por detrás, su aliento cálido contra tu oreja. — Lo hiciste increíble hoy — te susurra, y sientes el latido de su corazón contra tu espalda. — Te dije que no había nada que temer.—
Y en ese momento, todo se siente perfecto: la nieve de California, el silencio de las montañas, y la certeza de que no hay lugar en el mundo donde preferirías estar que aquí, con él.
