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En una mañana soleada que ilumina la casa que compartes con tu novio, Natanael mientras el trabaja en su música en la mesa de la sala, con su hoodie azul y su laptop frente a él. Lo observas desde la cocina donde preparas un café para los dos.
Te acercas a el en silencio, observándolo detenidamente. La manera en la que frunce el ceño cuando se concentra, como sus dedos tamborilean levemente sobre la mesa siguiendo el ritmo que solo el puede escuchar. Cuando estás cerca, el levanta la vista y te lanza una sonrisa pícara esa que te hace sentir mariposas en el estomago.
— Buenos días, mi amor — dices, entregándole el café mientras te inclinas para besar su mejilla — ¿como va la creación de hoy? —
Natanael se quita uno de los auriculares y ríe suavemente. — Ahí vamos, ya sabes, tratando encontrar el ritmo perfecto — Te mira con esos ojos que te derriten, su sonrisa se amplía y sabes que está pensando en algo más que en música.
Te sientas a su lado, pasando una mano por su cabello bajo la capucha — Siempre encuentras el ritmo perfecto. Pero a veces, creo que necesitas inspiración — dices, bajando tus dedos hacia su cuello.
Nata deja su laptop de lado y se vuelve hacia ti, colocando sus manos en tu cintura con facilidad, tirándote hacia el — ¿Ah si? ¿Y que tipo de inspiración tienes en mente, bebé? —.
Te sientas en su regazo, acomodándote hasta que tus piernas quedan alrededor de él. — algo así — susurras, acercándote lo suficiente para que sus labios rocen con los tuyos. Puedes sentir el deseo en sus ojos mezclado con un cariño que solo el puede ofrecer.
El te besa primero con suavidad, probando, disfrutando de cada segundo y luego con una pasión creciente que te deja sin aliento. Su boca desciende a lo largo de tu mandíbula, explorando tu cuello, haciéndote sentir escalofríos. Tus manos se enredan en su cabello atrayéndolo más cerca, perdiéndote en la intensidad del momento.
El sonido de su música queda en el fondo, un eco lejano comparado con la realidad de tenerlo tan cerca, tan presente. — Nata...— susurras, pero las palabras se quedan en tu garganta cuando él te mira, sus ojos reflejando el mismo deseo que sientes ardiendo dentro de ti.
— Hoy no hay más trabajo — dice, su voz ronca y cargada de emoción. — Solo tú y yo.—
Y con eso, todo lo demás desaparece. La música, el mundo exterior, las responsabilidades, todo se desvanece hasta que solo quedan ustedes dos, perdidos en un mar de sensaciones, explorándose mutuamente con una intensidad que solo ustedes conocen.
Natanael te levanta en sus brazos, llevándote hasta el sofá donde el sol de la mañana los envuelve. Allí, se toman su tiempo, olvidando todo lo demás, centrándose únicamente en los suspiros que se escapan entre besos apasionados.
