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La mujer apestaba a dinero; mordisqueando su labio, Edgar la estudió desde la cabeza a los pies, desde su vestido de diseñador y su bolso Prada hasta el brillante iPhone nuevo en la mano. Tal vez ni siquiera requeriría buscar a nadie más, pues necesitaba seiscientos dólares —lo mínimo que Griff le había exigido— así que esperaba que la mujer llevase suficiente efectivo consigo.

Ignorando la voz de su conciencia, Edgar se movió hacia ella,
diciéndose a sí mismo que seiscientos dólares serían fácilmente
reemplazados por alguien quien podía vestir ropas que costaban al
menos cinco de los grandes; sin embargo la pregunta era otra, ¿Qué
hacía una mujer como esa en aquella parte de Londres? Aunque, en
realidad, eso no era asunto suyo, ella era sólo un blanco, nada más;
tenía un trabajo que hacer, y no podía permitirse ser quisquilloso
acerca de aquel si no quería convertirse en el saco de boxeo de
Griff esa noche… o algo peor.

Edgar suspiró, sus labios se apretaron infelizmente; no por primera
vez, quiso patearse a sí mismo de pequeño por acceder a la
protección de Griff. Para ser justos, él solo tenía seis años en ese
entonces, un pequeño niño flacucho, fácil de engatusar, asustado e
indefenso; en aquel momento, la protección de Griff había parecido
una bendición, ahora la sentía como una forma de esclavitud, con las
siempre crecientes demandas de Griff. Edgar sabía que él nunca le
dejaría abandonar su banda, era la gallina de los huevos de oro,
capaz de llevarle más dinero que todos sus chicos juntos… Nunca
sería libre.

Apartando el deprimente pensamiento, Edgar se enfocó en su trabajo: La mujer tenía su monedero en el bolsillo izquierdo, su mano derecha
apenas había llevado su iPhone hacia su oído. Edgar sacó su propio móvil, un Nokia antiguo, raspado y rayado, pero indestructible, y caminó hacia la mujer, sus ojos fijos en su teléfono; nada sospechoso. Solo otro adolescente chateando con sus amigos sin prestar atención por donde caminaba. Edgar atropelló a la mujer, murmurando sus
disculpas, y huyó, con el monedero escondido bajo su chaqueta;
rodeó la esquina y desapareció en el callejón oscuro. Miró a su
alrededor, para asegurarse de estar sólo, una vez hecho lo cual sacó
el monedero y lo abrió, conteniendo su respiración.

Sus ojos se abrieron cuando vio el contenido: Dinero, mucho
dinero… ¿Y eso otro, eran diamantes? Pero entonces, algo frío y duro
presionó la nuca de Edgar.

—No te muevas —ordenó una voz profunda y varonil.

Edgar maldijo, estúpido, debió haber sospechado algo, pues fue
demasiado fácil, incluso para él.

—Métete al coche —imperó la misma voz.

Dos hombres rudos agarraron los brazos de Sam y lo arrastraron
hacia una camioneta negra aparcada cerca de la esquina; Sam no se
resistió, con su mente a toda velocidad… ¿Quién querría secuestrarlo y por qué? Él no era nadie… Bueno, no nadie, pero era un pequeño
pez en un gran estanque, ¿por qué él?

Los hombres lo empujaron dentro pero no se metieron con él; Sam
escuchó a uno de ellos tomar el asiento del conductor y el otro el del
copiloto. Cuando Sam comenzó a preguntarse si debería tratar de
escapar del coche, otro hombre entró en la parte trasera de la
camioneta y se sentó frente a él.

Edgar le miró cautelosamente: No reconoció al hombre; tenía el
cabello azul y ojos azabaches, su piel estaba ligeramente bronceada;
vestía con pantalones negros y una camisa negra simple con cuello de
tortuga, que no hacía nada para esconder su cuerpo alto y fibroso.

—Hola, Edgar —saludó el hombre cuando el coche empezó a moverse.
Edgar parpadeó.

—Espeluznante —algo parecido a la diversión brilló en la mirada del
hombre.

Shameless °Fangxedgar°Donde viven las historias. Descúbrelo ahora