3: Olores

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Sus pasos se podrían interpretar como un suave vals que tenía presentación entre las paredes de su recámara, su celo había terminado una noche antes y la habitación aún conservaba el aroma a romero que había abandonado su cuerpo días atrás, tarareo una de las pocas melodías de su pueblo que recordaba, frente al ventanal principal se sentó en el piso con descuido, sus pupilas rojizas centraron su atención en el pasar cauteloso de las nubes, pronto el atardecer pasaría.

Un toque sobre su puerta fue causante de un leve susto, reincorporandose con rapidez, dio el permiso de ingresar, ahí la vio, una mujer a la que el pasar de los años no habían tratado mal, utilizaba aún con orgullo la poca ropa que quedaba de su tribu, ropa de artesanal compuesta con detalles únicos para cada portador y en el de ella eso sería más notorio, al ser la hija del anterior jefe su vestimenta era un deleite artístico.

—Hermana, ¿Que te trae por aquí? — las manos de la mujer sujetaron sus mejillas, pellizcando con suavidad evitando el dejar marcas, cosa que debía de ser poco probable pues la piel de aquella tierra se caracterizaba por su delicadeza y su facilidad en ser manchada.

—Vendrán hoy — Susurro intentando demostrar tranquilidad pero era evidente el nerviosismo que sentía — Escorpio esta nervioso y no ha podido dejar de temblar, esta situación me recuerda aquellos años.

Las manos de Géminis callaron su relato, la mirada triste de su hermana era la única razón por la que aquella historia debía quedar sin contar, conocía el dolor que le causaba haber perdido su libertad y haber sellado su destino con alguien que no amaba.

— Tranquila, Escorpio es hijo tuyo después de todo — Intentó sonreír para darle tranquilidad a su hermana —Tendrá la misma fortaleza que tú para sobrellevar esto, confía en el poder de tu sangre — Bromeó.

La mujer asintió, intentando convencer a su mente de que la situación era correcta y que su accionar acertado, aunque para ser sincera ni siquiera había formado parte del trato inicial, la lejanía y rechazo de su esposo se demostraba a traves de su aversión a estar en un lugar solos, únicamente seguían en comunicación por ser esposos y porque como rey, el debía disponer de preocupación para su reina.

En su mente aún se reproducía su llegada al Reino, en la misma circunstancia que los de el norte, pero siendo ella la negociante de su destino.

— ¿Te encuentras bien? — Interrumpiendo su pensar — Ayudame con el pelo por favor, eres la única que tiene el cuidado para hacerlo.

Sus manos trenzaron los blancos cabellos del chico, colocando una cinta negra para atar todo, aquella cinta poseía un bordado sutil, la delicada silueta de un lobo invernal.

— Hermana, ¿Crees aún en la leyenda de los destinados?

Aquellas palabras citaban un relato que los viejos sacerdotes distribuían entre los niños, en la que se decía que todos tienen una pareja destinada desde el nacimiento, unidos por algún Dios que el ya no recordaba, se decía que sus vidas se cruzarían sin falta en algun momento de su trayectoria, fuera breve o no, pero que no era significante de de un futuro juntos.

— Que tonterias dices, es solo un cuento viejo — Una risa de poca emoción salió de sus labios.

— Lo se, pero es emocionante pensar en algo así.

En el silencio de la habitación era cautivante para ambos, espectadores del destino que cambiaría la vida de un ser querido por ambos, aunque ¿Se podría llamar destino a algo que cambiaron a voluntad?

La puerta resonó por unos golpes sobre ella, rompiendo cualquier pensamiento que compartían.

— Su Majestad, los extranjeros están cruzando el pueblo — La mujer salió apresurada, seguida del menor quien con esfuerzo intentaba seguir su paso.

Lazos Falsos - Zodiaco BLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora