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—¡Jungkook! ¿Podrías quitarte ese aparato al menos por dos minutos? —la voz de Hoseok resonó desde la cocina, donde lo observaba con una mezcla de frustración y preocupación. El hombre temía que a su hijo se le derritieran los oídos con tanto uso de los auriculares.

—¿Y para qué? —Jungkook se quitó los auriculares con desgano, dejándolos colgar sobre su cuello. —¿Qué más podría hacer en este lugar?

Desde su llegada, todo había sido un caos para el menor. Se habían mudado a un nuevo edificio, una estructura colosal que albergaba una pequeña porción de la humanidad en medio de tantos cambios. La decisión había sido impulsada por el nuevo puesto de trabajo de Yoongi, su padrastro, un científico brillante que había conseguido un ascenso crucial en uno de los departamentos más prestigiosos del núcleo.

Un cambio que parecía lógico y positivo para todos, excepto para Jungkook.

Hacía apenas un año que Yoongi se había unido a su familia, y aunque al principio Jungkook había asumido que la relación entre su padre y Yoongi sería algo pasajero, esta mudanza forzada estaba empezando a sembrar dudas en su mente.

—No seas tan dramático —intervino Hoseok, secando los platos con movimientos mecánicos. —Podrías salir a… no sé, tomar algo de aire fresco.

Jungkook elevó una ceja con escepticismo. Aire fresco, pensó con ironía. Nunca había conocido la naturaleza real, habiendo pasado toda su vida en un núcleo vital. Para él, los "aires frescos" se reducían a los filtros y ventiladores de las áreas comunes.

Bufó, poniéndose de pie y comenzando a subir las escaleras hacia su habitación. Apenas alcanzó el primer escalón cuando la voz de su padre lo detuvo.

—¿Qué piensas hacer ahora?

—Lo de siempre, papá —respondió Jungkook, rodando los ojos. —Iré a sobrevivir a otra crisis existencial —murmuró antes de desaparecer por las escaleras.

Hoseok lo observó marcharse, sintiendo una punzada de preocupación. Sabía que la mudanza no había sido fácil para Jungkook, pero tampoco podían quedarse en su antiguo hogar. En la ciudad anterior, Jungkook había enfrentado constantes problemas; los otros adolescentes solían molestarlo y muchas veces volvía a casa con moretones en el rostro. Fue esa misma preocupación la que había llevado a Hoseok a tomar la decisión de mudarse, convencido de que un cambio de ambiente podría ser lo mejor para su hijo.

Jungkook siempre había sido un buen chico, obediente y solitario, pero ese mismo aislamiento lo preocupaba. Hoseok no podía recordar la última vez que Jungkook le presentó a un amigo, si es que alguna vez tuvo uno. El joven evitaba las interacciones sociales, temía todo lo que implicara hablar en público o exponerse de cualquier forma.

Hoseok había intentado de todo; incluso lo llevó a varios psicólogos, pero los progresos siempre parecían mínimos y las opciones comenzaban a agotarse.

El hombre suspiró, pasándose una mano por detrás de la cabeza. No se veía a sí mismo como un padre desde un principio; Jungkook había llegado a su vida por sorpresa, no se hablaba de ello. Criar a un bebé desde tan joven fue un reto, y Hoseok tuvo que amoldar toda su vida al pequeño que dependía de él. Aunque era un padre amoroso, muchas veces se encontraba perdido, sin saber cómo acercarse a su hijo.

—¿Crees que esté bien? —preguntó Yoongi desde la cocina, sin levantar la vista de los informes del proyecto en el que estaba trabajando.

Yoongi y Hoseok eran científicos destacados en el núcleo vital, figuras respetadas y con acceso a todo lo necesario para llevar una vida cómoda dentro de los límites de su refugio. Pero, por muy avanzados que fueran sus conocimientos y logros, cuando se trataba de Jungkook, la situación parecía siempre fuera de su control.

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