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—Ya que tu padre está ocupado con las visitas, ¿qué te parece si pasamos un rato juntos? —ofreció Yoongi, dejándose caer en el sofá con un suspiro. Su voz era tranquila, pero llevaba una nota de esperanza que apenas podía ocultar.

Como de costumbre, Jungkook no le prestó atención, sus ojos fijos en el dispositivo que sostenía entre sus manos. Para Yoongi, intentar entablar una conversación con el adolescente a menudo se sentía como hablarle a una pared; los silencios y las respuestas monosilábicas eran casi inevitables.

—Jungkook, te estoy hablando… —insistió Yoongi, tratando de contener la frustración que comenzaba a asomarse.

—¿Y qué es lo que quieres hacer? —respondió Jungkook al fin, apartando la mirada de la pantalla, aunque con evidente desgano.

Yoongi se removió un poco en su asiento, sintiendo una mezcla de nerviosismo y determinación. Había pocas cosas que lograban captar la atención de Jungkook, y él estaba dispuesto a intentar cualquier cosa.

—Bueno... ¿qué tal si me muestras la ciudad que armaste en tu realidad virtual? —sugirió, intentando sonar entusiasmado.

Sabía que Jungkook le dedicaba horas a su juego de realidad virtual, construyendo mundos que parecían más reales para él que la vida cotidiana. Hoseok no había estado muy convencido de comprarle el videojuego, pero Yoongi había insistido; prefería verlo inmerso en sus creaciones digitales que tirado en la cama, perdido en lo que Jungkook llamaba sus “crisis existenciales”.

El menor frunció el ceño, claramente desconfiado. No estaba acostumbrado a que los adultos mostraran un interés genuino en sus pasatiempos. Hoseok le daba suficiente libertad para que rara vez se preocupara por lo que hacía con su tiempo.

—¿Por qué te importaría verla? —preguntó, con un tono que rozaba la incredulidad.

—Porque sé que te diviertes allí —respondió Yoongi, con una sinceridad que sorprendió incluso a él mismo. —Y si es algo que te hace feliz, me gustaría formar parte de eso, aunque sea un poco.

No era fácil para Yoongi expresar sus sentimientos, nunca se había imaginado en el rol de padrastro, y menos de un adolescente como Jungkook. Pero en cada intento, en cada conversación a medias, él buscaba encontrar la manera de acercarse un poco más. Deseaba, con todo su corazón, poder reemplazar esa mirada de fastidio en los ojos de Jungkook por algo más cálido, más cercano. No esperaba milagros, solo un pequeño cambio, una señal de que sus esfuerzos no eran en vano.

El adolescente lo observó por un momento más, con su semblante difícil de leer, antes de asentir levemente.

—Supongo que puedes verlo... si quieres —dijo, casi en un susurro, volviendo su atención al aparato en sus manos, pero dejando la puerta entreabierta para un posible acercamiento.

El hombre sonrió de lado, un poco de alivio recorriendo su pecho. Sabía que era un pequeño paso, pero a veces, esos pequeños gestos podían marcar una gran diferencia.

—Vas a tener que tenerme paciencia —dijo Yoongi, llevando una mano detrás de su cabeza con una sonrisa tímida—. Nunca he jugado a esto. En mis tiempos, nos entreteníamos haciendo pasteles de barro.

—¿Con barro? —Jungkook se giró hacia él, levantando una ceja en un gesto de incredulidad—. Supongo que en ese tiempo había cosas con qué jugar.

—Sí... —Yoongi dejó escapar una risa suave, pero sus ojos reflejaron una nostalgia profunda.

Recordó con añoranza aquellos días en los que la naturaleza era más que un recuerdo; era un lugar tangible y lleno de vida, donde los niños podían correr libres en parques y plazas, sentir el viento real en sus rostros y trepar árboles que parecían tocar el cielo.

Sobrevivir Donde viven las historias. Descúbrelo ahora