Parte extra I.- ¿Estás orgulloso de mi?

14 4 2
                                    

Siempre me consideré muy afortunada.
Nací en una familia amorosa y comprensiva.
Siempre que puedo, intento compensar todo lo bueno que me han dado, pero a pesar de mis esfuerzos, no puedo hacer que mis padres se sientan felices o al menos tranquilos.
Sé que puede que no sea mi obligación, pero ¿no es lo justo? He visto a mi madre esforzarse e incluso sufrir por mí, y a mi padre trabajar tanto para el bienestar de nuestra familia y de todo nuestro pueblo.
¿Acaso no es mi obligación seguir su ejemplo?
¿No debo dedicar mi vida a compensar todo lo que han hecho y ayudarles a cargar con todo ese peso que han llevado solos todo este tiempo?
Recuerdo aquel día en que, por primera vez, vi a mi padre hablar frente a todos en nuestra ciudad.
Todos lo veían con admiración y cariño. Él gritaba y agitaba los brazos con fuerza y seguridad, calmando todas las inquietudes de la gente que lo escuchaba. Recuerdo que mis ojos se llenaron de lágrimas solo de escucharlo. El orgullo y admiración de ver a mi padre fue tanto que en ese momento supe que quería ser como él. Quería ser aquella luz en la oscuridad en la vida de la gente que confiaba en mí.
Cuando terminó su discurso, entró a sus aposentos. Todos aplaudían mientras gritaban su nombre llenos de esperanza y felicidad. Corrí a ver a mi padre. Quería abrazarlo y decirle todo lo que había pensado, pero cuando llegué a la puerta lo escuché claramente: él estaba llorando.
En ese momento no lo entendí muy bien, solo me mantuve lejos y lo escuché lamentarse. Sentado en su gran trono, casi arrancándose el cabello de la impotencia y desesperación. No supe qué hacer. Me quedé ahí, afuera en silencio varios minutos, y después me fui lentamente.
Cuál fue mi sorpresa cuando, más tarde, él fue a vernos a mi madre y a mí. Esperaba verlo llorando y con el rostro triste buscando consuelo. Pero no. Él estaba sonriendo.

¿Nos estaba protegiendo? Claro, se me hizo lógico. Él sabía que su obligación no tenía por qué afectar nuestra tranquilidad. ¿Por qué debía regar su desgracia sobre la gente que más amaba?
En algún momento pensé en acercarme a él. En acercarme para ofrecer la poca ayuda que podría darle, pero no lo hice.
¿Qué podía hacer una niña por él?
Nada.
Además, él es fuerte y capaz de resolver cualquier problema, pensaba.
No, debo dejar de pensar en eso. Voy a esforzarme, juro que haré que mi padre se sienta orgulloso de mi.
Así que me dediqué a cumplir todo lo que me pedían, sin decir absolutamente nada, aunque no me gustara o sintiera que fuera un sinsentido o incluso fuera injusto. Para mí, esa era la forma de ayudar a mi familia; si no podía ayudarlos directamente, al menos no sería una carga para ellos.
Pero las cosas no mejoraban. Ser gobernantes no era nada fácil. Después de algunos años, la gente del pueblo comenzó a desconfiar de mi padre. Incluso trataron de asesinar a mi madre en alguna ocasión. Eso devastó a mi padre. Y lo entendía, supongo que era difícil dar todo de ti y aun así ver qué no era suficiente.
Mi padre viajaba casi a diario en busca de ayuda en las principales ciudades vecinas, tratando de conseguir apoyo o incluso que nos dejaran comerciar con lo poco que nuestra ciudad producía. Pero no había suerte. A diario lo veía llegar cada vez más desesperado, pero siempre que me veía, me dedicaba una gran sonrisa.
-Tú y tu madre son mi mayor logro -me decía cada vez que podía, mientras me abrazaba con cariño. Eso llenaba mi corazón y me hacía ver que tenía que esforzarme aún más por ayudarlo. Me di cuenta de que ser impecablemente obediente no ayudaba mucho. Solo "no estorbar" ya no era suficiente. Pero aún no encontraba una mejor forma de ayudarlo... Hasta ese día.
Mi padre llegó más preocupado de lo normal y discutía con su consejero mientras entraban al palacio.
-Por favor, señor. Debe considerarlo, tal vez es cosa del destino...

Decía el consejero desesperado intentando convencerlo de algo, pero mi padre lo interrumpió furioso.
- ¡Cállate! Deja de insistir... No voy a ofrecerla así nada más. Como si fuera una... "cosa".
Me acerqué a escuchar curiosa. Era raro ver a mi padre tan enfadado, y más aún con su consejero real. Era una de las personas en las que él más confiaba.
-Lo siento... No es mi intención ser grosero. Pero, su majestad, la situación solo está empeorando. Sé que no es lo ideal... Pero tampoco es algo tan descabellado; estas prácticas son más comunes de lo que cree...
- ¿Crees que no lo sé? -interrumpió de nuevo mi padre, esta vez con una voz más débil, casi un susurro.
-Sé que usted ama mucho a Aranis. Pero usted vio aquel pueblo, era pequeño, pero probablemente era más próspero que la misma capital... Si logramos comprometer a su hija con aquel muchacho...
-No puedo hacerle eso a mi hija... -dijo susurrando el rey, mientras derramaba algunas lágrimas.
Mi estómago dio un vuelco... Era mi oportunidad, ¿no?
De verdad, yo podía al fin ayudar a mi padre. Al fin había algo que yo podía hacer para ayudarlo. Y lo prometí. Haré que se sienta orgulloso de mi.
Así que no lo pensé tanto; mi cuerpo actuó por cuenta propia y me acerqué lentamente, abracé a mi padre y le dije:
-Tranquilo, papá. Yo quiero hacerlo... Quiero ayudarte.
-Aranis, hija mía... -mi padre comenzó a llorar mientras recibía mi abrazo.
Después de ese día, todo pasó tan rápido que no tuve oportunidad de arrepentirme. En solo un par de días ya estaba en aquel pueblo y me presentaron a mi futuro esposo.
Era un hombre alto, desaliñado, con la mirada perdida; incluso parecía tonto. En realidad, tampoco parecía estar allí por decisión propia. Su nombre era Gideon Hawke y tenía 19 años, dos años mayor que yo. Él se presentó inclinándose torpemente mientras besaba mi mano. Tal vez no era el hombre que había soñado, pero siempre que tenía dudas recordaba que estaba siguiendo el ejemplo de mi padre. Tenía que sufrir en silencio y cumplir mi deber sin importar lo que pensara o sintiera en realidad.
Me esforcé por cumplir mi deber. Aunque la noche de bodas fue una pesadilla. Gideon era tal como lo pensaba: un hombre bruto y tonto. Poco le importó mi sufrimiento aquella noche; solo me tomó por la fuerza y me utilizó para descargarse. Jamás hizo nada por mostrar alguna muestra de afecto o amor hacia mí. Aquel hombre solo me veía como una pertenencia más.
Mis padres fueron varias veces a visitarme. Y mi padre se veía claramente preocupado y arrepentido. Y a pesar de que los problemas de nuestra ciudad ya se habían resuelto, él aún se veía triste y demacrado. Mentiría si dijera que no quería lanzarme a sus brazos llorando y suplicándole que me llevara a casa, que me alejara de aquel horrible hombre que solo me veía como una cosa. Pero no lo hice; al contrario. Me esforcé por fingir mi mejor sonrisa e inventé que Gideon era mi príncipe azul. Lo único que quería era que él dejara de preocuparse por mí, que al fin pudiera descansar. Ahora yo me haría cargo y seguiría sufriendo en silencio mientras soportaba a aquel idiota.
Al fin y al cabo, era un precio justo a cambio del bienestar de mi familia y de toda nuestra ciudad, ¿no?
Poco a poco, mis padres se hicieron a la idea de que yo era feliz y que estaba con un hombre que me cuidaba y respetaba. Y poco a poco vi a mi padre sonreír de corazón de nuevo.
Eso fue suficiente para mí durante algunos meses. Pero entonces Gideon comenzó a golpearme, así, sin más, solo para desahogar su frustración. Yo podía ser lo que fuera, pero era fielmente obediente. Sin embargo, eso le importó poco.
Llegué a esconderme días enteros de él por miedo a sus golpes.
Poco a poco se volvió complicado para mí fingir mi sonrisa frente a mis padres. Así que tomé la decisión de prohibir sus visitas. No quería que me vieran sufrir y, mucho menos, que algún día Gideon me golpeara en un lugar visible y ellos quisieran llevarme de vuelta.
Si me iba, todo se iba a repetir: los problemas de mi pueblo y la desesperación de mi padre... No podía ser tan egoísta.
Busqué varias excusas, pero no encontré ninguna de verdad convincente. Pero pronto no hizo falta ya que debido a los abusos constantes de Gideon milagrosamente quedé embarazada.
No lo podía creer. Llore noches enteras, maldiciendo que aquel hombre hubiera logrado dejar una semilla de su horrible existencia en mí.
Odiaba a aquel hombre con todo mi ser, y me avergüenza admitirlo, pero incluso llegué a odiar al pequeño ser que crecía en mi interior.
Afortunadamente eso cambió poco a poco mientras avanzaba mi embarazo. Comencé a hablar con él todas las noches sin falta. Se convirtió en mi desahogo. Con él podía decir todo lo que pensaba y sentía. Deje de sentirme sola en aquel lugar tan horrible.
Incluso, gracias a él, los golpes de Gideon cesaron.
Al menos tiene algo de decencia, pensé. Ni siquiera él es tan horrible como para golpear a una mujer embarazada.
Y así pasaron los meses. Poco a poco la emoción de que al fin tendría a mi hijo entre mis brazos me hizo volver a esperar con ansias el mañana.
El día de mi alumbramiento fue el más feliz de mi vida.
Cuando por fin pude sostener a mi hijo en mis brazos, sentí una felicidad que ya había olvidado que podía sentir. Aquel día juré protegerlo y amarlo con todas mis fuerzas.
Recuerdo rogarle a Gideon que me permitiera nombrar a mi hijo. Él no le dio importancia; lo único que le interesaba era que había sido un hombre.
No tenía interés alguno en nombrarlo, así que no se opuso.
-Hijo mío, tu nombre será Aldric, porque sé que llegarás a ser un gran y sabio gobernante, justo como tu abuelo.
Era increíble pensar que llevaba apenas unos minutos con él en mis brazos, pero ahora no imaginaba mi vida sin él.
Ojalá este fuera el final de mi historia, pero no es así. Me hubiera encantado congelar ese momento. Sentirme así de feliz para siempre... Pero si algo he aprendido con los años, es que los momentos dichosos son tan efímeros... Casi irreales...
¿Recuerdan que estaba buscando una excusa para dejar de ver a mis padres? Pues como dije, la excusa dejo de hacer falta. A esas alturas estaban encantados con Gideon (gracias a mis mentiras). Hicieron una última visita el día del nacimiento de Aldric y a partir de ese momento se distanciaron por voluntad propia.
Ya que pensaban, que, como buena esposa, ahora ocuparía todo mi tiempo para atender a mi esposo y a mi hijo. Y mi padre no quería ofender a mi esposo con su frecuente presencia.
No puedo culparlos por pensar así. Yo misma me esforcé en darles una buena imagen de Gideon para alejarlos. Al menos eso sí lo logré.
Recuerdo que contuve mi llanto al verlos partir, y con una sonrisa sincera en el rostro los abracé por última vez. Ojalá les hubiera dicho cuánto los quería.
Gideon pasó meses sin meterse conmigo, y yo dediqué mi mente y alma al cuidado de mi pequeño Aldric.
Pero, todo era demasiado bueno para ser verdad. Ya que de la nada, los golpes volvieron.
Pero está vez el miedo aumentó; ahora estaba aterrada no solo por mi bienestar, sino que ahora temía que arremetiera en contra de mi hijo.
Así que tuve que dejar de esconderme para permitir que se desahogara por completo conmigo y así evitar que algún día lo atacara. Gracias al cielo, eso no pasó durante varios años.
Todos los días sin falta, me dediqué a enseñar a Aldric lo básico: a hablar, a caminar, a comer solo, y esas cosas.
Él era realmente un niño prodigio. Honestamente, tenía miedo de que la mala semilla de Gideon lo hubiera infectado, pero mi felicidad aumentaba día a día cada vez que veía que él se parecía más a mí.
Cuando Aldric cumplió 2 años, ya era más que capaz de cuidarse por sí mismo. Podía hacer casi todo por su cuenta, así que decidí probar suerte y comencé a educarlo en el ámbito de la magia. Pocas personas, incluso dentro de nuestra raza, eran capaces de convertirse en magos, así que mi felicidad y asombro fueron enormes al ver que Aldric tenía un verdadero talento para ser un híbrido de elfo y humano.
Su conexión con la naturaleza era casi nula (hubiera sido demasiado pedir), pero, aunque su habilidad con la sanación no sería tan grande como la mía, tenía potencial para otra clase en el futuro.
Lamentablemente era imposible para mí enseñarle, ya que mi conocimiento en ese campo era nulo, pero tal vez podría conseguir algún buen tutor que lo guiara.
Entonces, emocionada por el talento de mi hijo pensé que podría rogarle a Gideon que pagara su educación mágica, yo nunca había pedido nada, seguro que no tomaría a mal que por única ocasión le pidiera algo para nuestro hijo.
Pero pensar eso fue mi peor error. Gideon se enojó como nunca cuando se lo pedí. Creo que ese día me dio la mayor golpiza de mi vida. Incluso olvidó no golpearme en el rostro. Él me gritó por enseñarle magia y expresó, furioso, que su hijo debía ser un guerrero poderoso, como todo su linaje. Y me golpeó hasta dejarme inconsciente.
A partir de ese día, al ver que Aldric ya era capaz incluso de realizar magia, Gideon comenzó a obligarlo a entrenar su cuerpo.
Estoy casi segura de que solo lo hacía para castigar mi iniciativa de enseñarle magia. Ya que hasta ese momento jamás ví interés en Aldric. En casi 3 años jamás lo ví abrazarlo o darle alguna clase de afecto, y ni hablemos de interesarse por su educación o bienestar.
Mi pequeño lloraba por el esfuerzo, pero de verdad se esforzaba. Y Gideon era cruel con las palabras, pero al menos no lo golpeaba. Así que tuve que animar a mi hijo a obedecer a su padre y así evitar su furia.
No era fácil para mí verlo sufrir; él era mi vida entera y me dolía el corazón verlo llorar por el dolor. Pero cada vez que intervenía, Gideon se aseguraba de castigarlo aún más para demostrar que mi intromisión era inaceptable.
Así que decidí hacerme a un lado por el bien de Aldric y me limité a ayudarlo sin que su padre se enterara.
A diario me convencía a mí misma que era lo mejor que podía hacer. Que era mejor guardar silencio y obedecer.
¿Creen que soy una cobarde?
Lamentablemente lo soy. Ya que jamás hice nada y un día mi hijo llegó sangrando y llorando; al parecer, intentó rebelarse ante las exigencias de su padre.
Y Gideon, el muy cobarde, golpeó con todas sus fuerzas a un niño de 6 años.
Enfadada le di una bofetada con todas mis fuerzas a ese horrible hombre y, llena de rabia, estaba dispuesta a irme en ese mismo momento de ese horrible lugar.
Me llevaría a mi hijo y rogaría a mis padres asilo en su reino. Sabía que esto iba a destruir la relación entre nuestro pueblo y Ironhelm; probablemente la crisis económica volvería, tal vez desilusionaría a mis padres, y volverían a ser infelices... Pero ya no me importaba. No podía dejar que le hicieran daño a mi hijo. Yo juré cuidarlo y protegerlo a toda costa. Y eso iba a hacer.
Pero Gideon era aún más cobarde que yo y él sabía perfectamente cuál era mi debilidad.
El amenazó la vida de Aldric.
Se que no debí doblegarme. Se que pude hacer mil cosas... Pero no lo hice.
En ese momento, la brasa de ira y decisión que ardía en mi interior se sofocó por completo.
Volví a ser aquella niña indefensa e inútil que no podía hacer nada por ayudar a las personas que amaba.
Y sucumbí de nuevo ante mis miedos e inseguridades. Me arrodillé suplicándole que no le hiciera daño y prometí no irme si él juraba no volver a golpearlo.
Juramento que, como poco hombre que era, no cumplió. Y gracias a este acto de debilidad de mi parte, se aseguró de mantenerme a raya hasta el final.
Después de ese día, tuve que alejarme aún más de Aldric. Mi corazón se rompía cada vez que lo veía llorar... Cada vez que veía sus ojos suplicando por mi ayuda, y yo... solo podía ignorarlo.
Vi cómo creció lleno de ira e inseguridades. A veces ya ni siquiera podía reconocerlo. Ya no podía ver al niño alegre que corría y reía por la casa. Se volvió solitario y agresivo.
Seguí acercándome a Aldric para ayudarlo y educarlo cuando Gideon no se daba cuenta. Pero poco a poco sentí cómo mi propio hijo empezaba a despreciarme y se alejaba cada vez mas de mí.
Y así pasaron los años. Aldric era un niño fuerte y hábil, y a pesar de que él tenía mi constitución, delgada y frágil, su padre se esforzó por borrar todo rastro posible de eso. Haciéndolo entrenar su cuerpo con más intensidad.
No sé si era por la poca disposición que tenía para aprender magia conmigo o si tal vez había alcanzado su límite, pero su habilidad mágica ya no podía mejorar más. Sin embargo, me impresionaba que su maná era incluso mayor que el mío. Intenté varias maneras de acercarme a él, pero su repulsión hacia mí ya no tenía arreglo. Él había logrado odiarme aún más que a su padre.

Me dolía, claro, pero en mi mente esa era la mejor forma de protegerlo.
Aldric era un niño muy tranquilo y poco sociable; rara vez lo veía con alguna amistad. Pero eso cambió un día que el comenzó a salir mucho a jugar, y, debido a que ya no podía enseñarle más magia, tenía mucho tiempo libre. Poco a poco lo vi sonreír de nuevo, y gracias a eso lo entendí. Por mucho que yo lo amara, él ya no me necesitaba para ser feliz. Mi trabajo era educarlo y criarlo para que él alcanzara su felicidad. Y no lo lograría si yo era su lastre.
En aquella época, una enfermedad horrible azotó nuestro pueblo. Maldije mi destino, ya que, la única vez que podía sentirme alegre al ver sufrir a Gideon, no pude disfrutarlo por lo terrible de la situación. Aquella enfermedad hacía que los infectados murieran, y al poco tiempo volvían a la vida para atacar a los que los rodeaban, propagando así la enfermedad. Lamentablemente, mi habilidad no era de ayuda. Aquella enfermedad no podía ser curada; era casi una maldición. Así que lo único que podía hacer era disminuir el sufrimiento durante la transformación. Después de eso, lamentablemente, el infectado tenía que ser decapitado para evitar su "resurrección".
Recuerdo que, a pesar de sentirme devastada por la situación de mi hijo, un día me di cuenta de que todo podía ser peor. Una pequeña niña del pueblo, de la edad de Aldric, murió en nuestra casa.
Sus padres llegaron desesperados buscando ayuda al verla sufrir por la transformación. Ellos rogaban que la salvara, pero no podía hacer nada. Así que, como mencioné, solo pude ayudar a calmar los gritos de dolor de la pobre niña. Fue horrible, y la idea de ver así a mi hijo me devastó. Así que solo pude agradecer que mi hijo seguía con vida; podía odiarme, pero si él seguía con vida, era suficiente para mí.
Gideon seguía siendo inútil. No pudo hacer nada contra la crisis del pueblo. No tenía madera de líder. Solo se desplomó y se escondía en su propia miseria en aquel momento que la ciudad necesitaba ayuda.
Mande una carta de ayuda a mis padres, suplicando su ayuda. Sabía que mi padre sabría que hacer. Y no me equivoqué. Al enterarse de las terribles noticias, mi padre, personalmente fue a la gran ciudad de Eldoria, y solicito apoyo para Ironhelm.
Después de eso, varios paladines de la Orden del Puño Dorado llegaron para terminar con la propagación de la enfermedad. Pudieron controlar la infección, pero el daño ya estaba hecho y jamás nos recuperaríamos de eso.

Después de la crisis, las cosas no cambiaron mucho. Aldric se convirtió en un hombre frente a mis ojos. Me sentía orgullosa de él.
Cumplió 16 años, y debido a la depresión de su padre, al fin pudo superarlo físicamente. Gideon dejó de ser una amenaza para él. Así que, un día, pasó lo que tenía que pasar.
Harto de los malos tratos de su padre, y al verlo en un estado tan deplorable, Aldric decidió enfrentarlo. Se negó a obedecer más y Gideon intentó golpearlo. Pero no pudo. Aldric le tomó el brazo y, enfadado, amenazó con irse. Por un momento creí que iba a golpearlo. Creí que iba a sacar al monstruo que su padre había implantado en el a base de sus maltratos físicos y mentales, pero no lo hizo. De hecho, todo lo contrario, escuché dudas y miedo en su voz. Y desesperado, me buscó con la mirada.
Sus ojos estaban llenos de ira, pero también de tristeza y dudas. Buscaba algo a lo que aferrarse.
Y una pequeña ascua de amor por su madre hizo que volteara a buscarme.
Tenía los mismos ojos de cuando era niño. Estaban buscando la ayuda de su madre. Quería que le diera la mano y que lo apoyara.
Pero algo en mi interior me dijo que no lo hiciera. Él no me necesitaba; yo solo iba a estorbarle.
Estaba orgullosa del hombre en que se había convertido, que, a pesar de tener la fuerza para desquitar su odio contra su padre, lo primero que hizo fue buscar razones para no hacerlo.
No quería apagar esa llama de coraje y valor; no quería que fuera un cobarde como la inútil de su madre. Así que tomé la decisión más difícil de mi vida y, con una lágrima escurriendo por mi mejilla, desvíe la mirada e ignoré por última vez los ojos de aquel niño que suplicaba por mi ayuda.
Sé que rompí su corazón y todo rastro del poco amor que me tenía desapareció en un instante. Pero estaba segura de que era lo correcto. Él soltó a su padre y, sin mirar atrás, se fue. Sin dudas, sin arrepentimientos.
Y aquí estoy ahora. Sola. Ya ni siquiera me importan los golpes de Gideon, con los que intenta desquitar su coraje; él ya no puede lastimarme. Mi vida se acabó aquel día. Así que, ¿qué más da?
Supongo que mi objetivo en la vida se ha cumplido, ¿no? Mi vida jamás se trató de que yo fuera feliz, sino de hacer feliz a los que me rodeaban. Y lo cumplí, ¿cierto, padre?
¿Estás orgulloso de mí?

La Sombra De La Inmortalidad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora