Cap 7: Lo de siempre y lo de nunca.

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La mañana se me hizo eterna, pero logré mantenerme despierta como planeé. Honestamente, pensé que no lo lograría, y para mi sorpresa, no fue la cafeína lo que me mantuvo despierta, sino el miedo a volver a ese lugar. El miedo se enreda en la mente y oscila constantemente. Prácticamente, era imposible dormir.

Preparé una mochila perfecta en caso de que terminara dormida: linterna, mapa, cuchillo, agua, varias barritas proteicas, y casi se me olvida, un pequeño paraguas que encajaba a la perfección en el hueco libre. Pasé la noche cargando la mochila, lo cual no fue nada agradable. Mientras tanto, seguí entrelazando la información interminable que cubría una pared y varias pizarras.

Tenía dos certezas: la primera, que no podía ser mera coincidencia o mala suerte; claramente, había algo que se nos escapaba. Mi objetivo era conectar todos los puntos clave. La información que tenía siempre giraba en torno a una pregunta central: "¿Por qué?" La segunda certeza era que, si mi madre viera el caos que tengo aquí, me llevaría a un psiquiátrico. Afortunadamente, ella está fuera todo el día o viajando.

Sara me ha estado llamando toda la mañana y no he podido cogerlo, algo que me ha estresado aún más. Tampoco pasaba nada por hablar con ella un rato, lo sé. Entonces, ¿por qué no he podido hacerlo? ¿Por qué sabría que le estoy ocultando algo? Sí, sería eso. Por lo que apagué el móvil para que fuera más sencillo y hasta hace un rato solo me he dispuesto a observar por la ventana, ver a la gente pasar, imaginar sus pensamientos, sus historias y creencias, únicamente basándome en sus apariencias. Algo tan simple como eso me hace olvidarme de todo y centrarme en otras historias inventadas por mí, creadas a mi gusto y parecer.

Tras un buen rato, me decanté por llamar a una persona. Alguien en quien puedo confiar y sé que no me hará preguntas que no quiero responder. Alguien que felizmente trabaja los domingos: mi psicólogo, el Dr. Braun. Le pedí que, por favor, me hiciera un hueco en su agenda y así lo hizo.

—Bueno, cuéntame. ¿Por qué estas prisas en hacer una sesión un domingo?

La pregunta era sencilla. Y aún así, aquí sigo, sentada en un sillón violeta, con las manos en los bolsillos y las piernas cruzadas para que no me aparezca el tic nervioso. Con miles de palabras que quieren salir y ser escuchadas, a la vez que no logro identificar ninguna.

Solo se escucha el silencio. Uno provocado por mí. Únicamente, deja de molestarme en esta reconfortante sala.
No he de complacer al del frente, simplemente existo y dejo de pensar.

"Existir y dejar de pensar".

—No he dormido apenas estos días —respondo de manera sencilla. Por algo debía de comenzar.

Él apunta con facilidad algo en esa carpeta roja que lleva arrastrando mi nombre varios años. Sentado a pocos pasos de mí, vestido con unos pantalones de traje marrón y una camisa blanca perfectamente planchada. Su elegancia a la hora de hablar como de vestir me genera satisfacción y a la vez admiración.

—Entiendo. ¿Por qué crees que te está pasando? ¿Ha ocurrido algo que lo provoque?

Los recuerdos se desbordan en mi mente sin control alguno, al igual que una ola que arrastra objetos perdidos a la orilla.

—Sí. —Saco las manos de los bolsillos y las restriego sutilmente en los reposabrazos del sofá—. Pero todavía no estoy preparada para contarlo.

Mi último comentario le provoca sentimientos confusos. Frunce el ceño a modo pensativo y me observa posando varios dedos entre su gris bigote y la nariz.

Es entendible, habitúo a contarle siempre cada cosa que me ocurre, cada nueva emoción, con él siempre he sido abierta. Él es el único que escucha.

—Está bien, Olivia. No tienes por qué contármelo si no te sientes lista —continúa con una leve sonrisa, evitando que me sienta incómoda—. ¿Por qué no me cuentas lo que has hecho estos últimos siete días?

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