Despertar

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MANUEL

Me desperté de golpe, como si hubiera estado sumergido en una oscuridad profunda y, de repente, alguien encendiera una luz. Al principio no entendía nada. Todo era borroso y los sonidos llegaban como ecos distantes. No sabía dónde estaba, ni cuánto tiempo había pasado. Solo sentía el peso del silencio en el aire, pesado, como si todos estuvieran esperando algo.

Los murmullos alrededor se hicieron más claros. Escuché el llanto ahogado de alguien a quién no podía ver pero pod, un sollozo que me partió el alma. Intenté moverme, pero mis músculos estaban rígidos, torpes. Parecía que hacía una eternidad que no los usaba. Quise hablar, pero la voz no me salió. Apenas si logré abrir los ojos y vi la cara de Franco. Estaba desencajado, con los ojos hinchados de tanto llorar. Ahí entendí que algo grave había pasado.

De repente, sentí un tirón en el pecho, como si algo me estuviera desconectando de la vida misma. Fue entonces cuando escuché a un médico decir: "Estamos listos". Listos para qué, pensé, pero antes de que pudiera entenderlo, vi cómo Franco agarraba la mano del médico y, entre sollozos, gritaba: "¡No, esperen!"

Entonces, todo cambió. Mi corazón empezó a latir con fuerza, como si quisiera recordarles a todos que todavía estaba acá. Me esforcé con todo lo que tenía y conseguí mover un dedo, apenas. Pero fue suficiente. El médico lo vio. Mi mamá lo vio. Y en ese instante, supe que me habían devuelto a la vida.

Todo lo que vino después fue un torbellino de voces, luces, y caras de gente que no conocía. Pero una cosa estaba clara: estaba vivo. Había vuelto. Y aunque no entendía bien lo que me había pasado, lo que sí sabía era que no pensaba dejar que me volvieran a apagar.

Cuando abrí los ojos. Frente a mí estaba Franco, el hombre que siempre fue más que un padre para mí. Sus ojos, esos ojos de hombre duro, estaban llenos de lágrimas. Nunca lo había visto así. Era como si el tiempo se hubiera detenido en esa habitación, y todo girara alrededor de su mirada fija en mí, mezcla de desesperación y esperanza.

El aire estaba cargado de tensión. Sentía que algo importante estaba por pasar, algo irreversible. Lo vi levantarse de la silla al lado de mi cama, acercarse a uno de los médicos y decir con voz ronca, quebrada por la emoción: "Esperemos un poco más, doctor... Manuel es fuerte, no se va a ir así nomás". Pero hasta él parecía dudar de sus propias palabras.

Sentí una fuerza dentro de mí, como si su voz me empujara a luchar. Tenía que demostrarle que estaba acá, que no me había rendido. Quise moverme, decirle algo, pero el cuerpo no respondía. Todo estaba quieto, pesado, como si mi mente estuviera despierta pero atrapada en un cuerpo que se negaba a seguirme.

Entonces, lo escuché de nuevo, pero esta vez era diferente. Franco se acercó a mí, me agarró la mano con una fuerza suave, como cuando se cuida algo frágil. Sentí el calor de su piel, un ancla que me mantenía atado a este mundo. "Manuel, pibe, si podés escucharme... dale, hacé un esfuerzo. Te necesitamos acá, hijo. Yo te necesito."

Algo se rompió dentro de mí, pero no era dolor. Era como si esas palabras hubieran encendido un fuego en mi pecho. Con todo lo que tenía, con toda la fuerza que podía reunir, intenté mover mi mano, responderle. Y aunque al principio fue apenas un leve temblor, Franco lo sintió. Sus ojos se abrieron de par en par, y por un segundo, vi una sonrisa en su rostro, una sonrisa que decía todo sin necesidad de palabras.

Todo se volvió un caos alrededor, médicos corriendo, máquinas pitando, pero lo único que importaba en ese momento era que Franco seguía sosteniendo mi mano. Me sentía más vivo que nunca.

No sabía qué me había pasado, ni cuánto tiempo había estado fuera, pero en ese instante supe que no estaba solo. Tenía una razón para pelear, para volver. Franco estaba ahí, y mientras él estuviera conmigo, yo no pensaba rendirme.

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