𝐈𝐍𝐓𝐎𝐂𝐀𝐁𝐋𝐄 | Donde Iván es el alfa más temido y respetado en todo el instituto, pero no ha podido evitar caer por el dulce omega de cabello castaño y mejillas regordetas.
¿Será capaz de dar un paso, olvidar los problemas y pensar solo en...
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Rodrigo estaba nervioso, y no entendía el porqué. Iván ya había estado en su casa antes, aunque, en ese momento, se sentía diferente. Lucas estaba pasando la tarde en casa de su amigo Gian, así que estaba solo a la espera de que el alfa llegara para acabar el trabajo. Mentiría si dijera que aquellas magdalenas recién ordenadas descansaban sobre la mesa de centro por casualidad. Le encantó ver cómo Iván de sus galletas, y quería que probara otra de sus especialidades. Cuando el timbre sonó salió disparado hacia la puerta, tropezando con uno de los juguetes de su hermano pequeño por el camino. Antes de abrir, se detuvo frente al espejo de la entrada intentando organizar sus rebeldes rizos castaños. Se dio por vencido justo antes de que el timbre volviera a sonar. Iván estaba tan imponente como siempre, con unos ajustados jeans negros con rotos en las rodillas y una sudadera del mismo color, siempre fiel a sus botas de combate. Le dedicó una suave sonrisa que le aceleró el corazón, y que Rodrigo devolvió con una mucho más grande y brillante.
── Pase.
Se hizo a un lado, permitiendo que el alfa entrara a su casa. Al hacerlo, una fuerte oleada de olor a bosque le hizo suspirar. Debía comprar supresores pronto.
── Lucas está celebrando el cumpleaños de un amiguito en su casa, así que estamos solos.
── Mejor.
Iván habló sin pensar y, al ver los ojos abiertos como platos del omega, se apresuró a arreglarlo.
── Quiero decir, así podremos trabajar más tranquilos.
Maldijo mentalmente. Iván era una persona que alardeaba de tener siempre el control de las situaciones, pero todo eso se iba al traste cuando estaba con Rodrigo y sus irresistibles ojitos brillantes. Se sentía tímido y torpe, y él nunca fue ninguna de esas dos cosas. El filtro cerebro-boca de Iván desaparecía cuando estaba junto al omega, y lo último que quería era espantarlo. Lo que él no sabía era que, quizá y solo quizá, aquella matización había decepcionado a Rodrigo.
Los chicos entraron al salón donde, al igual que el día anterior, les esperaba una mesa llena de libros. Rodrigo no tardó en adoptar su postura estudiosa y responsable, y se concentró en el trabajo, mientras que las palabras "estamos solos" se repetían en la cabeza de Iván como en un viejo gramófono estropeado impidiéndole centrarse. Rodrigo llevaba una camisa blanca, con el último botón despasado, y unos ajustados vaqueros descoloridos; e Iván solo podía pensar en lo que le gustaría barrer todas las hojas de la mesa con su brazo y tumbar a Rodrigo sobre ella, arrancarle la camisa esparciendo los botones por toda la estancia y amasar ese trasero que tan perfecto se veía bajo esos pantalones apretados.
── Iván, ¿estás bien?
La preocupada voz de Rodrigo lo llevó de vuelta al mundo real.
