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—Shh, tranquilo, hijo —murmuraba Hoseok, su voz suave mientras sus dedos acariciaban con delicadeza el espeso pelaje del lobo a su lado. Cada movimiento de su mano era un intento de consuelo, un gesto desesperado por calmar la agitación que vibraba en cada músculo tenso de Yoonjin. Sin embargo, Hoseok no podía evitar sentir una profunda incertidumbre; no sabía exactamente cómo manejar la situación. Con sus otros hijos, las cosas habían sido tan diferentes.

Siu, su hijo mayor, siempre había mostrado una afinidad natural con su herencia. Desde pequeño, podía transformarse en un hermoso cachorro, de ojos vivaces y pelaje brillante, lo que lo había convertido en el favorito de Yoongi, quien lo había elegido como su heredero.

Seyoon, por otro lado, había nacido con alas de suaves colores que lo asemejaban a su padre. Desde que era apenas un bebé, había mostrado la gracia y ligereza de un hada, elevándose con una facilidad que nunca dejaba de maravillar a quienes lo rodeaban. Su camino también parecía claro, una extensión natural de lo que Hoseok conocía y entendía.

Pero Yoonjin... Yoonjin era diferente. Él no había nacido con alas, y su lobo había permanecido dormido por más tiempo del que cualquiera hubiera imaginado. A pesar de ser más hábil y decidido en los entrenamientos que su hermano mayor, su verdadera naturaleza parecía esquiva, un misterio que incluso Yoongi no sabía resolver.

No era un cachorro perfecto ni un hada; era algo intermedio, algo nuevo y desconocido. Hoseok y Yoongi no sabían qué hacer con él, y esa incertidumbre pesaba sobre ellos como una sombra persistente.

El hada suspiró, sus dedos nunca deteniéndose en sus caricias sobre el lomo de Yoonjin, mientras intentaba reprimir la sensación de culpa que se enroscaba en su pecho. Había esperado tanto por este momento, por ver finalmente el despertar de su hijo, pero ahora que estaba aquí, se daba cuenta de que no estaba preparado. Yoonjin no era un niño como Siu, con su transformación perfecta, ni como Seyoon, con sus alas de hada; era algo nuevo, algo salvaje y poderoso, y Hoseok temía que no pudiera guiarlo adecuadamente en su viaje.

—Todo sería más fácil si Yoongi estuviera aquí... —susurró para sí mismo, su voz apenas un murmullo. La ausencia de su compañero se sentía como un hueco enorme en ese momento. Yoongi siempre había sido el que encontraba las palabras correctas, quien con su calma y firmeza podía hacer entender a cualquiera lo que realmente importaba.

Hoseok cerró los ojos por un momento, deseando que Yoongi estuviera allí, a su lado, para ayudarlo a calmar a Yoonjin y explicarle lo que significaba todo esto. Podría haber sido él quien hablara con Yoonjin, quien con su habitual serenidad le hubiera dicho que no había nada de malo en ser diferente.

Yoonjin, ahora en su forma de lobo, se mantenía aún alerta, pero el contacto de su padre comenzaba a surtir efecto. Su respiración se desaceleraba, y poco a poco, los temblores en su cuerpo se apaciguaban.

—Estamos juntos en esto, hijo —dijo Hoseok con firmeza, mirando a Yoonjin con una mezcla de orgullo y determinación. —No importa lo que pase, o quién no esté aquí, siempre estaré a tu lado.

El joven lobo inclinó ligeramente la cabeza, como si entendiera las palabras de su padre, y con un último suspiro, se acurrucó más cerca de Hoseok, permitiéndose, aunque solo fuera por un instante, sentir la seguridad de su presencia.

El camino hacia la aldea de Namjoon fue una travesía cargada de tensión, demasiado para el gusto de Hoseok, quien sentía sus nervios al límite. La incertidumbre sobre el paradero de Siu pesaba sobre él como una losa, y ahora tenía que lidiar con la reciente transformación de Yoonjin, una preocupación más en su ya sobrecargada mente. Cada paso parecía más lento que el anterior, como si el tiempo conspirara para alargar la incertidumbre.

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⏰ Última actualización: Sep 03 ⏰

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