20. No soportaré un mundo sin un nosotros

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En los grandes salones del castillo Dimitrescu se palpaba un cambio. La atmósfera, antes imponente y silenciosa, parecía haberse transformado en una energía viva y vibrante. La fuente de esta transformación no era otra que la relación romántica, ahora oficial, entre Bela Dimitrescu y Donna Beneviento, aunque la pareja no había engañado a nadie desde el principio.

Mientras las dos mujeres se adentraban en la intrincada dinámica de su profunda conexión, el castillo mismo parecía responder. Las sirvientas y otros habitantes notaron el cambio de inmediato. Los jardines, antes un poco descuidados y llenos de maleza, ahora florecían con flores vibrantes gracias al consejo y cuidado de Donna. La botánica había logrado crear un pintoresco telón de fondo para el romance que se desarrollaba. Su amada, siempre comprensivo, no podía dejar de alardear de las admirables obras de arte de Lady Beneviento.

Un día, cuando el sol de la tarde arrojaba su resplandor dorado a través del gran ventanal de la biblioteca, Daniela vio a Bela tomando prestado uno de los libros de Donna. El tomo, con su cubierta desgastada y sus páginas frágiles, ocupaba un lugar especial en la colección de la aficionada a los libros. La rubia había decidido ahondar en su contenido, motivada por la perspectiva de mantener conversaciones desafiantes.

La pelirroja, sentada en una silla tapizada en terciopelo que había cerca, no pudo resistir la tentación de observar a su hermana, que por lo general era severa y seria, en ese estado de bondad. La mayor estaba tan absorta en el libro que no se percató en absoluto de la mirada vigilante de la menor.

Daniela se dio cuenta de que Bela avanzaba deliberadamente despacio y de que su hermana se quedaba mirando el texto. Había una suavidad en la expresión de Bela, una sutil curva en sus labios que delataba una gran profundidad de sentimiento. El comportamiento habitualmente estoico de la hija mayor de Dimitrescu parecía desmoronarse ante cualquier recordatorio de la Dama velada.

Pasaron quince minutos y, para diversión de la menor, la mayor no había pasado ni una sola página. En cambio, Daniela encontró a su hermana perdida en sus pensamientos, con el libro abierto sobre su regazo, como si las palabras que contenían albergaran un secreto que exigiera reflexión. A la pelirroja le resultó evidente que la mente de la rubia estaba muy lejos del contenido que tenía ante sí. Estaba enredada en los pensamientos de cierta chica de cabello oscuro.

Incapaz de contenerse, Daniela soltó una risita traviesa. El sonido resonó por toda la biblioteca. Bela levantó la vista, sorprendida, y su mirada penetrante se encontró con los ojos juguetones de la pelirroja. Daniela, sonriendo como un gato que hubiera atrapado un canario, simplemente se encogió de hombros y dejó escapar una risa burbujeante.

—¿Estás atrapada en la red de tu imaginación, hermana? ¿Quizás imaginándote con Donna y compartiendo un momento especial? —bromeó Daniela, con los ojos brillantes de diversión.

Bela, sorprendida por una vez, no pudo evitar que un leve rubor coloreara sus mejillas. Mientras la rubia intentaba recomponerse, una amplia sonrisa se dibujó en los labios de Daniela. ¡Ah, amor joven! Suspiró, esperando que pronto llegara su turno.

Durante la noche, Cassandra entró en la amplia cocina del castillo. Se sintió atraída por los atractivos aromas que flotaban en el aire. No particularmente sorprendida, encontró a Bela absorta en un experimento culinario, rodeada de una variedad de ingredientes y utensilios. La viajera nunca antes había visto a su hermana tan animada y apasionada por la actividad.

Cuando la rubia notó la presencia de la morena, sus ojos brillaron con un entusiasmo que superó su habitual actitud serena. Invitó a Cassandra a que le diera su opinión sobre su preparación.

Esta, intrigada, aceptó la invitación y ofreció una respuesta franca: —Éste es demasiado amargo.

La cocinera estuvo de acuerdo con la catadora: —¡Lo sabía! ¡Estaba completamente segura de que su personalidad le pudriría la carne! —Cambió los platos y le presentó el que más le gustaba. —Toma, prueba este.

Monstruos enjaulados | BeladonnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora