Salvación

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Taehyung, por un corto instante de su miserable y fantasiosa vida, pensó que podría vivir así.

Era poco más allá del mediodía, el pasto besándole los delicados pies descalzos mientras caminaba tomado de la mano de su maestro eterno. Jungkook señaló otra de las moras que podía recoger del arbusto, y Taehyung se agachó a por ellas para ponerlas en el cesto que Jungkook llevaba colgando del brazo.

Taehyung podría vivir de esa manera, caminando los anchos campos majestuosos que ofrecía la ciudad de los olivos junto a Jungkook. Podría vivir despertándose bajo su brazo amoroso en auroras mañaneras cubiertas de bruma rosada, y nadando con él en el estanque impregnado de ellos.

Taehyung deseaba poder vivir así; ser un humano común y corriente y morir meciéndose con Jungkook. Deseaba recopilar sus dibujos y pedir en la plaza que le pusieran una cubierta para que se conservaran mejor. Deseaba revolver mermelada de distintos frutos cada día y luego mancharse con ella para que Jungkook le besara en esas zonas especiales para limpiarlo. Deseaba caminar cada noche bajo el ancho cielo de estrellas escuchando grillos y ranas croar.

Deseaba cosas de las que su madre lo había alejado toda su vida, pero no era sin razón.

¿Cómo podría él desear cosas que en esa vida maldita podría tener? Ella lo había sabido. Él lo sabía también.

Empero, lo hizo. Esa mañana pacífica y soleada en la que recogía moras y otras especias, se sintió tan pleno y natural que pudo engañarse y pensar que esa siempre había sido su vida. Que quizá, despertando de un mal sueño, siempre había estado con Jungkook. Que quizá Jungkook nunca se había casado porque lo esperaba a él. Que quizá sus pies sensibles siempre habían pertenecido al lodo resbaloso junto al lago que siempre se estampaba de hojas y pétalos. Que ellos construían su hogar juntos.

Pero la ciudad estaba agitada, porque el cielo estaba agitado también. Taehyung podría adivinarlo, aunque se engañara fielmente a sí mismo.

—Oh, ten cuidado, Taehyung.

Taehyung detuvo su caminata ante un arbusto de pequeñas flores blancas, rígidas.

Fue ahí que su engaño se derramó como el vino que una vez tragaron las tuberías del palacio de la realeza de Atenas.

Se quiso volver hacia Jungkook y aferrarse a él cuando sus pies dejaron de sentir el suelo, pero no pudo, porque Jungkook no estaba ahí y todo estaba oscuro.

Se frenó de respirar cuando se dio cuenta de que si lo hacía, sus pulmones se llenarían de agua salada.

Flotó con el corazón apretado en su garganta, hasta que la oscuridad se cortó por una criatura en un manto, que como volando, llegaba hacia él.

Habría gritado si pudiera, pero, ¿había podido hacer algo por sí mismo alguna vez?

La criatura, cuando lo alcanzó, lo tomó entre extremidades que parecían brazos oscuros. La criatura se sentía caliente, tan caliente, que Taehyung pensó que se quemaría la piel.

No pudo pensar más, sin embargo, cuando vio lo que la criatura le dijo a través de ese calor.

La criatura lloró, abrazándolo, sabiendo todas las reglas que rompía, pero impasible ante el joven que se deshacía en sus brazos. Era la primera vez en la historia del Olimpo que una traición al orden del portador de la égida se diera con tal osadía, pero, ¿qué podía hacer ella?

Amaba a Taehyung, y...

Quería salvarlo.

Sus planes, sin embargo, fallaron cuando sus hermanas la arrastraron de vuelta, haciéndola soltar al joven. Lloró mientras se alejaba de él, la expresión consternada de Taehyung solo flotando. Sabía que le dolía lo que le había mostrado: sabía que le dolía saber que su padre había enfermado de cólera y estaba destruyendo la ciudad solo buscándolo, amenazando a cualquier persona, y bastaban un par de días para que los encontrara. Sabía que le dolía saber que su padre asesinaría a Jungkook, aunque intentaran escapar, y enloquecería. Sabía que le dolía saber que ni siquiera entonces le permitirían a Taehyung morir, para siempre encerrado como una bestia violenta una vez más.

Dolía hasta la base misma de su alma.

—Oh, ten cuidado, Taehyung.

Taehyung volvió a sentir el suelo en sus pies. Ante él el arbusto de cicuta, una vez más.

—¿Recuerdas estas flores? Debes tener cuidado.

Taehyung apretó la mano de Jungkook y lo miró. Ante ellos, un potente rayo de sol se posó, caluroso y sofocante. La luz cruzó por las hojas de los árboles.

Taehyung le sonrió, arrugándose de dolor por dentro.

—Las recuerdo. Tendré cuidado.

Jungkook miró sus ojos, reparando en su expresión, y luego miró su boca.

—Está bien, eres un buen pupilo —con la mano libre le acarició los rizos—. ¿Volvemos a casa?

Taehyung ya no lo miraba, Atenas calentándose.

—Sí.

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⏰ Última actualización: Sep 04 ⏰

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Efebo «KookTae» ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora