El susurro de Las Moiras.

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—¿Qué estabas pensando? —regañó su madre, con las lágrimas secas en sus tersas mejillas, con las telas desordenadas de su vestido de tanto halarlas en su desespero—. ¡¡Sabes que no puedes salir!! ¡¿Por qué te expones de esa manera?! ¡¡Con todo lo que te he cuidado y mantenido en mi regazo!! —gritó, en alaridos. Irina, a su lado, temblaba, mirando el suelo—. ¡Y tú, sucia criada! ¡¡Confiándote su cuerpo en el violento vaivén del exterior!! ¡¿Cómo te atreviste?!

Por más que la esposa de Kim pretendiera ocultarse en la bodega de vinos para hacer discreto su regaño, el resto de las esclavas, desde afuera, mordían las uñas por los gritos emanados.

El joven de los ojos de tormenta miró con calma a su madre. La mujer gruñó por su indiferencia. —¿Quieres morir? ¿Por eso lo hiciste? ¿Después de todo lo que hice para resguardarte y mantenerte a salvo?

—Las Moiras nunca mienten, desgraciada madre. —comentó Taehyung, alzando sus manos—. Tus entrañas están malditas y por eso el único niño que salió trajo consigo una profecía. Salga o no salga, ellas vendrán a mí, y lo sabes.

—¡Infeliz! ¡Desdichado! ¡¿Cómo le hablas así a la mujer que te alimentó de su pecho?! ¡Voy a ocultarte! ¡Voy a encerrarte hasta que tus pieles se arruguen como las de tu valiente padre! —amenazó, señalándolo. Entonces volvió a mirar a Irina, apenas más joven que ella por 5 años—. ¡Y tú, traidora real! ¡Mejor recoge tus harapos antes de que te asiente un golpe y pruebes el Hades desde el jardín! ¡Yacerás entre la suciedad y las moscas, y no te daré sepultura!

No vio cuando su hijo alcanzó un jarro lleno de vino y lo atestó contra el muro. Las dos mujeres respingaron, sobresaltadas, pero fue Irina la que soltó el primer grito al ver las divinas gotas de nácar, carmines, abandonar la herida en la muñeca de Taehyung.

—¡Príncipe Taehyung!

La madre estaba perpleja en su temor. —Te has herido, hijo. ¿Qué haces?

Entonces Taehyung tenía contra su cuello, sobre el pulso amniótico de su yugular, uno de los trozos rotos. Sus ropas y el sueño mezclaban el vino del jarro con su propia sangre. Los dioses estarían olfateando, curiosos.¹

—¡Príncipe de Atenas! ¡¿Qué estás haciendo, hijo mío?! —gritó la madre, sus ojos húmedos de saladas lágrimas.

—Guarda silencio, madre. —pidió el joven de ojos tormenta, con el filo presionando su piel olivácea y dulce, y su muñeca aún goteando en la herida. La mujer, tartamudeando, se obligó a callar—. Si no cumples los deseos que almacenan mis mientes, me haré un corte y me lanzaré al Hades, contra todo destino.

Su madre apenas respiraba bien. —No te hagas daño. Por favor. Habla con calma, que estoy dispuesta a escuchar.

Taehyung sonrió, con dulzura, sin dejar de amenazar la vena en su cuello. —Me quedaré en casa y respetaré tu deseo, si me concedes mis peticiones.

Irina miró a la madre asentir. —Lo que sea, oh, retoño de mis envenenadas entrañas. Lo que sea por ti.

—Dejarás a Irina conservar su vida. Ella estuvo allí donde tú no fuiste ojos ni oídos. —con ello apuñaló de dolor su pecho. La mujer miró enervada a Irina, que sonrojada, volvió a mirar al suelo—. Me concederás el uso del estudio, y mudarás allí mis pertenencias.

Su madre ahora parecía confundida. —¿El estudio? ¿Por qué el estudio?

Los ojos de tormenta brillaron sobre la perpetua sonrisa del joven príncipe. —Porque me educará mi maestro. Necesito disponerme.

Efebo «KookTae» ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora