La profecía del joven ojos de tormenta

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En Atenas no sucedían muchas cosas por aquel entonces. Los hombres de la polis salían de guerra en guerra, dejando a los madres son sus niños solos en las mansiones. La vida de los residentes no era tan tortuosa, a pesar de los padres, esposos y hermanos en conflicto. La cosecha siempre era rica, la res abundante y las permanecían calles tupidas de olivos maduros. No por nada eran la ciudad fundada por la diosa ojizarca Atenea, que les había concedido el olivo, y entre alardeos lo nivelaban al regalo del fuego, al principio de los tiempos, que los puliría en hierro. Los Atenieses vivían bien incluso en tiempos catastróficos.

Fue cuando la última guerra acabó que comenzaron los problemas. ¿Sería "problema" la palabra adecuada para describirlo? Los hombres habían vuelto, agotados de alma y con sus músculos desgarrados, declarados victoriosos por el jefe Kim, el capitán al mando y proclamado héroe por las huestes Atenienses por asumir el liderazgo y salvar a su gente una vez el bando enemigo había acabado con su rey, fallecido en batalla. El señor Kim no tenía una profecía ni algo que lo ligara a la generación de bronce, y muchos de esos mitos no se sostenían en su actualidad, pero debía haber algún destino tramado por el Olimpo y el portador de Égida¹ si podía volver a casa acumulando tanto honor y, posteriormente, riqueza.

Atenas recibió así el mandato de la familia Kim, fiel devota a la diosa ojizarca fundadora, en el palacio de la ciudad, de amplios jardines y albergando seguro el Partenón². El señor Kim consumó, después de muchos intentos, el amor con su mujer, y dieron luz a su primer hijo varón y futuro heredero. Taehyung, le llamaron. Pilar. Estabilidad ante la adversidad. Fortaleza. Eso significaba, y enorgullecía a sus padres por el momento de su nacimiento, en el frío invierno, en su auge. El pequeño niño nació teñido en el olivo de su cuna, y no tardó en abrir sus ojos.

Fue en ese instante de parpadeo que sus padres supieron que algo sucedía. El iris tras sus pupilas, púrpuras y grises en el tornado más etéreo, parecían albergar en ellos tormentas. Y por más bellos y atrayentes que pudieran resultar, no era ningún buen agüero. Ambos padres buscaron a algún adivino o sabio que quedara en la ciudad, y cuando el dispuesto anciano, elegante en su porte pero simple en su habla, confirmaron sus temores.

—Este no es un niño normal —comentó, abrazado a su torso, viendo al pequeño Taehyung sonreírle en su mueca, tierna, ausente de dientitos de leche aún—. Sus ojos, parecen en el cielo en una terrible tormenta. Hace mucho tiempo que en Atenas no se ven profecías, pero seguramente este niño albergue una en su alma. Un regalo de los dioses por su victoria en la guerra, señor Kim, o un castigo. —contempló el anciano, volviendo la vista a los padres del retoño—. Uno de ambos debe ser. Debería contactar con una sacerdotisa de nuestra gloriosa Atenea y presentarle sacrificios y libaciones. A ella, a las Moiras³, ruegue por respuestas. Deberá ser paciente.

Y así hicieron sus padres, obedientes, cumpliendo cada palabra. El templo estuvo a rebosar por más de una semana de grasa de hueso y vino hervido. Entonces esperaron. Ellos esperaron, y esperaron, y esperaron. Un año había pasado, los ojos de Taehyung misteriosos contra el alba, cuando su madre se levantó aterrada por una pesadilla. Las criadas habían oído los gritos desde sus aposentos.

—¡Taehyung! ¡Traigan a Taehyung! ¡Tráiganme a mi bebé y muden todas sus cosas a este cuarto inmediatamente!

Nadie entendió qué sucedía, pero luego se enterarían: la profecía por fin se decodificaba. La profecía era real.

Será un jovencito frágil. Será todo lo contrario a su nombre. Dijo la voz de miel en sus mientes.

Será el joven más hermoso de estas tierras, y por ello muchos querrán hacerse con él. Acabará perdido en brazos oscuros con almíbar en los labios, y su muerte prematura traerá una ola de generaciones que honrarán su nombre.

Efebo «KookTae» ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora