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Marcille se apartó del balcón rápidamente, dejando a Falin atrás, confundida por su repentino distanciamiento. La sonrisa despreocupada que había traído consigo de la expedición se desvaneció lentamente mientras observaba cómo Marcille desaparecía por la puerta del balcón. Falin sentía un nudo en el estómago, algo que no podía explicar, pero antes de que pudiera seguirla, una voz interrumpió sus pensamientos.

—Falin, me alegra verte de vuelta. ¿Cómo estuvo la expedición? —era Kabru, que había entrado en el balcón con su usual porte tranquilo.

Falin, que aún miraba en dirección a donde había desaparecido Marcille, se giró lentamente hacia Kabru, intentando recomponerse. Sacudió los pensamientos confusos de su mente y esbozó una pequeña sonrisa.

—Ah, Kabru. Fue... interesante. Senshi y yo descubrimos algunas criaturas fascinantes y varias recetas nuevas, claro. Pero más que eso, creo que necesitaba alejarme del castillo por un tiempo —dijo Falin, tratando de enfocarse en la conversación.

Kabru asintió, sin dejar de observarla con una mirada analítica.

—Eso es entendible. A veces, estar fuera de estos muros es lo único que nos mantiene cuerdos, ¿no? —respondió con una leve sonrisa—. Pero aún así, es bueno tenerte de vuelta. Laios estaba preocupado por ti, aunque no lo admita abiertamente. Creo que no se da cuenta de lo mucho que dependemos de ti.

Falin dejó escapar una risa ligera, aunque sus pensamientos seguían volviendo a Marcille. A pesar de lo que decía, no podía ignorar la sensación de que algo estaba mal. Esa desconexión, ese vacío que había percibido en la forma en que Marcille la miraba... ¿Era solo su imaginación, o había algo más?

—Gracias, Kabru. Es bueno estar de vuelta —dijo, aunque sus palabras sonaban distraídas.

Kabru, siempre atento, inclinó ligeramente la cabeza, notando que la atención de Falin estaba en otro lugar. Decidió no presionar más y darle el espacio que parecía necesitar.

—Bueno, no te entretengo más. Si necesitas algo, estaré por aquí —dijo Kabru antes de despedirse con una inclinación de cabeza.

Falin lo observó alejarse, pero en cuanto se quedó sola, su mente volvió inmediatamente a Marcille. Algo no estaba bien. Su instinto, que siempre había sido agudo, le decía que debía encontrarla, que necesitaban hablar. De alguna forma, sentía que había algo más detrás de la frialdad con la que Marcille se había alejado.

Sin perder más tiempo, Falin se dispuso a buscarla. Caminó por el salón, pasando entre los invitados que aún se encontraban disfrutando de la fiesta, sus ojos moviéndose rápidamente por la multitud en busca de la figura de Marcille. Pero no la encontró. Decidió entonces acercarse a una de las cocineras que pasaba cerca, una joven que parecía estar recogiendo platos y copas vacías.

—Disculpa —dijo Falin, su voz suave pero urgente—. ¿Has visto a Marcille?

La cocinera levantó la mirada, sorprendida por la pregunta. Le ofreció a Falin una sonrisa cortés y asintió.

—Sí, la vi hace un rato. Se fue con su hermano, el rey Laios. Creo que se retiraron juntos.

Falin frunció el ceño, algo en la respuesta no le cuadraba. Claro, sabía que Marcille y Laios eran cercanos, siempre lo habían sido. Pero la manera en que la cocinera lo dijo... había algo en su tono que la inquietaba.

—¿Se fueron juntos? —repitió Falin, queriendo asegurarse.

La cocinera asintió con entusiasmo.

—Sí, ellos dos son muy cercanos. En la cocina todos hablamos sobre ellos. Esperamos con ansias el día en que hagan pública su relación.

El Último Hechizo de Marcille | FarcilleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora