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Concretar la fecha de la boda había resultado ser mucho más complicado de lo que Falin y Marcille habían imaginado. La vida en el reino no se detenía, y las responsabilidades seguían amontonándose día tras día. Durante los dos años que siguieron al compromiso, ambas tuvieron que lidiar con misiones, tareas administrativas y compromisos con la corona. Sin embargo, a pesar de todo, jamás dejaron de lado los preparativos de la boda. Era una promesa  para ambas, y aunque el trabajo las separaba de vez en cuando, sabían que su amor lo podia con todo.

Falin había pasado un total de 11 meses fuera del reino en esos dos años, encargada de importantes misiones que requerían su presencia. Marcille, por su parte, había seguido cumpliendo sus deberes con el reino, desde investigaciones mágicas hasta el consejo real. Pero entre los deberes y las largas jornadas de trabajo, siempre encontraban tiempo para planificar su boda.

Porque, aunque ambas valoraban la intimidad de su amor, sabían que este momento no era solo suyo. Falin y Marcille compartían un profundo respeto y amor por su pueblo, y querían que la boda reflejara ese vínculo. La celebración no sería un evento privado ni modesto; sería una ocasión para todo el reino, una muestra de gratitud hacia las personas que las habían apoyado a lo largo de sus vidas y durante su relación. Querían que su boda fuera una celebración abierta, donde todos pudieran unirse a la felicidad del momento.

Los preparativos, a cargo de los mejores ayudantes del reino, fueron diseñados para reflejar ese equilibrio: una ceremonia majestuosa, pero llena de sinceridad y amor. No sería una boda ostentosa por el simple hecho de mostrar poder, sino una celebración de la unión entre dos personas que, además de ser líderes, eran parte de su comunidad.

—No quiero que esto sea solo sobre nosotras —había dicho Marcille en una de sus reuniones con los organizadores—. Quiero que la gente se sienta parte de este momento. Nuestro amor es fuerte y se nos dió la oportunidad de amarnos gracias a lo que hemos construido y todo lo que esta a nuestro alrededor se lo debemos a nuestro pueblo.

—Totalmente de acuerdo —había añadido Falin con una sonrisa, mientras observaba los diseños de la ceremonia—. No queremos extravagancias innecesarias, pero queremos que sea un evento donde todos sientan que pueden celebrar con nosotras.

Con el paso del tiempo, el pueblo comenzó a sentir la emoción de la boda real en el aire. Las calles estaban decoradas con banderines y flores, y el ambiente era festivo. Se hablaba de la ceremonia en todas partes, desde los mercados hasta los talleres. Los ciudadanos se sentían honrados de formar parte de algo tan importante. El reino se estaba preparando para una boda que no solo uniría a Falin y Marcille, sino que también uniría al pueblo y la corona.

Durante esos dos años, Marcille y Falin lograron encontrar momentos para estar juntas en medio de sus deberes. Cada vez que Falin regresaba de una misión, encontraba a Marcille inmersa en los detalles de la boda: seleccionando flores, revisando los planes para la ceremonia o decidiendo el menú junto a Senshi, quien, por supuesto, estaba a cargo del banquete. Falin siempre la encontraba con una sonrisa, dispuesta a compartir esos pequeños momentos de planificación que las acercaban aún más.

—¿Cómo va todo? —preguntaba Falin, acercándose a ella tras una de sus misiones, su capa aún llena de polvo del camino.

—Más flores de lo que habíamos pensado —respondía Marcille, riendo mientras revisaba un pergamino lleno de notas—. Pero todo está bajo control. Senshi está preparando algo que estoy segura sorprenderá a todos.

A solo un mes de la boda, Marcille había tomado una decisión que había evitado por mucho tiempo. Después de años de silencio, finalmente reunió el valor para enviarle la invitación a su madre. Lo había hecho con el pretexto de que el tiempo era escaso; solo quedaba un mes, y en lo más profundo de su ser, Marcille esperaba que ese margen tan corto fuera la razón suficiente para que su madre no pudiera asistir. Era una forma de protegerse, una especie de escudo emocional: si su madre no asistía, podría culpar a las circunstancias, y no al rechazo directo. Mejor que dijera que no pudo llegar por el poco tiempo que se le dio, que enfrentar la posibilidad de que simplemente no quisiera estar allí.

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⏰ Última actualización: Oct 07 ⏰

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El Último Hechizo de Marcille | FarcilleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora