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El suave sonido del viento se filtraba a través de las enormes ventanas que daban al balcón, acariciando las cortinas con un movimiento casi imperceptible. Falin abrió lentamente los ojos, sintiendo una ligera pesadez en su cuerpo. Lo primero que vio fue el familiar techo de su habitación, y, poco a poco, sus ojos recorrieron las bellas paredes, las grandes ventanas, y la luz del sol filtrándose por entre las cortinas de seda. Por un momento, la tranquilidad del lugar la envolvió, haciéndola olvidar lo que había sucedido.

Se movió con cuidado, intentando incorporarse, pero su cuerpo aún estaba débil. Fue entonces cuando notó una figura familiar sentada junto a su cama, descansando. Marcille estaba ahí, su cabeza apoyada en el respaldo de la silla, con los ojos cerrados y una expresión de agotamiento, como si hubiera estado velando por ella durante horas.

"¿Qué fue lo último que pasó?" se preguntó Falin, su mente aún borrosa por el desmayo. Las imágenes volvieron lentamente: el jardín, la fuente, los pensamientos abrumadores... y luego, el rostro de Marcille acercándose mientras todo se volvía oscuro.

Falin intentó moverse con más cuidado esta vez, evitando hacer ruido. No quería despertar a Marcille, quien claramente había pasado la noche cuidándola. Pero cuando intentó incorporarse un poco más, el colchón crujió ligeramente bajo su peso.

El sonido, por pequeño que fuera, fue suficiente para que Marcille se despertara. En cuanto abrió los ojos y vio que Falin intentaba levantarse, su rostro se llenó de una mezcla de alivio y preocupación. Sin decir una palabra, se levantó de la silla y, antes de que Falin pudiera reaccionar, se lanzó hacia ella, envolviéndola en un abrazo cálido y desesperado.

—¡Falin! —exclamó Marcille, su voz temblorosa—. ¡Gracias a los dioses que despertaste! Estaba tan preocupada...

Falin, aún un poco aturdida por el abrazo repentino, no supo qué decir al principio. Sintió los brazos de Marcille alrededor de su cuerpo, y el calor de su cercanía la hizo sentir segura, aunque su mente aún estaba procesando lo que había sucedido. Lentamente, levantó las manos y devolvió el abrazo, aunque con cierta torpeza.

—Estoy... estoy bien, Marcille —dijo Falin con una voz suave, pero aún un poco débil—. Solo... me sentí mal por un momento.

Marcille aflojó el abrazo, pero no se apartó por completo. Se quedó de pie al lado de la cama, mirándola con una mezcla de reproche y preocupación.

—¿Cómo que "solo te sentiste mal"? —dijo Marcille, con un tono que dejaba entrever su frustración—. Te encontré en el jardín, desmayada. ¡Pensé que te había pasado algo grave! No sabes lo asustada que estaba. —Sus manos temblaban ligeramente, y su mirada era de genuina angustia.

Falin observó a Marcille en silencio, sorprendida por la intensidad de su preocupación. Podía ver en sus ojos que Marcille realmente había temido por su bienestar, y aunque aquello la llenaba de felicidad, también la confundía aún más. Durante tanto tiempo había sentido que Marcille se alejaba de ella, pero ahora, ver esa expresión de miedo y angustia en su rostro hacía que sus sentimientos se volvieran aún más contradictorios.

—Lo siento, Marcille —susurró Falin, sintiéndose culpable por haberla preocupado de esa manera—. No quería asustarte.

Marcille, sin embargo, no aceptaba la disculpa tan fácilmente. Se sentó al borde de la cama, su rostro aún lleno de preocupación.

—No se trata de asustarme, Falin —dijo, su voz más suave ahora—. Lo que me preocupa es que algo te está pasando, y no me lo has dicho. Yo... yo te vi en la reunión. Te vi salir antes de que terminara, y luego te encontré en el jardín. Sabía que algo no estaba bien, pero no sabía qué hacer.

El Último Hechizo de Marcille | FarcilleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora