PRÓLOGO

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LA CARTA

Hermés Pinzón siempre habia dicho que el diablo era puerco y que se encontraba hasta en la más noble persona, y si, su padre tenía razon. Sus dedos apretaron la carta entre sus manos, las lágrimas enojabonaba la tinta negra impresa. Recargada en la silla de la presidencia Beatriz lloraba. La lágrimas y el hipo no la dejaban pensar, y el papel que apretaba contra su pecho le cortaba la delicada piel de sus manos. Se paró de la silla con agotamiento, sus piernas por poco no cruzan la puerta de su oficina y sus manos casi no pueden cerrar su puerta con seguro. Se derrumbó en el suelo, abrumada y desconfiada de todo. De Él. De Don Armando; de su amor, de su querida alma gemela.

-Malnacido. Malnacido -repetía en voz baja con la voz quebrada.

Apoyo sus manos en el escritorio y se levantó con las piernas flojas, busco lo que fuera. Lo que fuera que le quitara ese sufrimiento, vio la vela y la tomo, y la aventó hacia una de las paredes.

No le dió satisfacción.

Tomo la computadora y la empujó afuera del escritorio. El ruido estruendoso llamó la atención de Sofía y Bertha, quienes se acercaron a ver lo que pasaba. Betty no respondió los gritos. Mordió sus labios evitando gritar y soltar todo el despecho que sentía hacia Armando Mendoza.

La rabia la guío hacia la destrucción de su oficina. Todo papel, electrónico y lápices se encontraban entre el suelo y en los pies de Beatriz. El escritorio volteado, dañando el tapete qué se encerraba en el pequeño almacén que se hacía pasar por una oficina, o mejor dicho dónde dormía el murciélago. Sus manos y dedos estaban ya tan cortadas por los papeles que ya no tenían piel que más cortar. Las gotas del sabor metálico escurrían por ellas manchando el mugroso tapete. Nada le podía quitar ese dolor que sentía, temblaba por la desconfianza y la traición hacia ella. Ella que había sido tan condicional con el, le había entregado su alma y cuerpo confusa por la amabilidad de el hacia ella, como si un hombre poderoso, atractivo y adinerado se pudiera fijar en una mujer tan fea como ella.

La carta cayó a su pies, la palabra moustrete era resaltada entre mayúsculas.

El moustrete. Así como la llamaba Calderón. Mario Calderón, otro bicho que succionaba almas por su bien economico.

-¡Malditos! ¡Son unos malditos! -gritaba por lo bajo sin ganas alguna de alzar la voz; no teniendo fuerzas para hablar, queriendo morirse y que la tierra le tragase.

Pensó en como el tapete podría ser su tumba, ese horrible color negro que combinaba con la oficina, y los papeles serían su tierra. De seguro podria sujetarse en el techo con clavos en su pies para dormir boca abajo para ser al fin el murciélago del que Calderón se burlaba. Tomó una de las plumas y comenzó a apuñalar el suelo, como si eso fuera a calmarla. Imaginó en sus grandes ilusiones e imaginaciones creativas como el suelo de concreto era Armando. Cómo el líquido rojo botaba de el y salpicaba en su rostro mientras rogaba perdón de mil y unas formas posibles.

Repitiendo una y otra vez mientras murmuraba "malditos, malditos". La imagen intercambiaban entre Armando y Calderón, su imaginación y creatividad florecían a cada momento en que ella apuñalaba el suelo con cada vez más fuerza, haciéndose daño en su muñeca a cada movimiento extenso se hacía el movimiento.

La imagen de Marcela se le hizo viva. La conversación que tuvieron sobre la amante de Armando, dónde ella le rogaba que le dijera el nombre que la ayudara y ella le había negado. Todas las humillaciones hacia Beatriz que le hacían sentir nada de pena y lastima, pero el remordimiento que ella sentía se hacía presente. Tal vez si en serio le hubiera jugado a su favor nunca habría del porque pasar por esto.

Pero ella sabía que Él no amaba a Marcela.

Su conciencia estaba implantada en la venganza, nunca había sentido esto. La sensación de hacer sufrir a alguien más era: magnífica. Algo tan extraño y nuevo para ella. Jamás sintió eso la primera vez que la engañaron y tomaron su virginidad como una apuesta. Nunca se le pasó por la cabeza la idea de vengarse.

"Esto no va a durar para toda la vida, muy pronto vas a volver a ser el hombre feliz rodeado de tantas mujeres, cuando ella nos de vuelva la empresa"

Nunca les devolvería la empresa como dictaba ese párrafo magistral en la carta.

Dejaría que el banco los embargara, sintiendo lastima por Don Roberto Mendoza, la unica persona que no la trato mal y supo ver más allá de los estándares de belleza sobre ella.

Jamás le perdonaría ese desliz, ni siquiera en su siguiente vida.

Corto al hijo rojo que su mente desenchufa apuñalando su pecho, en su carne, directo a su corazón. Mientras más lo empujaba sentirá como la vida regresaba a ella. Las lágrimas conjugaron en sus ojos al momento de obligarse a suicidarse, un juego irónico de la vida. Sentirse viva al momento de morir, tal vez era la adrenalina que sentía. Tal vez lo había hecho concientemente, pues, jamás sería capaz de quitarle la vida a alguien, de macharse las manos.

Su suicidio era una escapatoria para Beatriz. Toda la mentira y descaro de Don Armando le había hecho esto, le habían arrebatado lo último de su felicidad. Un hilo de sangre broto de sus labios y cayó por la comisura de su boca, en su pecho sentía clavada la pluma, la tinta negra se mezclaba con su sangre algo que le dolía demasiado. El dolor físico era atroz, pero su dolor emocional era peor.

Lo juro, juro que si su muerte se hacia hoy en este instante, en esa oficina, y en ese tapete se vengaría de él. Le haría la vida imposible y le haría sufrir lo que ella sientía en este momento. Un pequeño viento se formó a su alrededor, algo extraño por qué no había ventilación a su alrededor, pero ella pensó en que ese viento mágico era una respuesta afirmativa a su juramento.

Sus manos temblaron cuando los apartó de la pluma encajada. Su tristeza y traición se plasma en ese hermoso paisaje digno de una pintura.

La traición a una fea, así le pondría esa obra maestra.

En sus últimos momentos de vida escuchó las voces de sus amigas, de ellas tratando de abrir la puerta a golpes. Su nombre se oyó gritar de ellas por todo el pasillo, y "ayuda" hacia los técnicos o quién fuera que les pudiera ayudar a derrumbar la puerta. Recordó a sus padres y las lágrimas que ellos derramarían, y conociendo a su padre sabía que el se vengaría de la muerte de única hija, fuera bella o fea, de su única princesa.

Cuando abrieron la puerta y encontraron a Beatriz muerta con los ojos hinchados y pálida se alegró de que al menos no pudiera escuchar su nombre saliendo de los labios de su verdugo.

En la oscuridad sintió alivio, pero a la vez como las almas del infierno se apoderaban de ella. Sus manos se agarraban de sus piernas, tobillos y faldas. La arrastraban hacia el más profundo abismo del pecado del suicidio. Otras manos, está vez blancas como la nieve la tomaron de los hombros y brazos, jalando a Beatriz hacia arriba. En medio vio la pelea interna que se libraba ella, su juramento y su perdón.

-Perdona.

-Venganza.

Repetían las voces.

La venganza o el perdón. Beatriz soltó una lágrima entre sus sueños. La frase de su padre y los razonamientos alterados en su mente le hicieron tomar su decisión: La venganza se sirve mejor fría.

/LECCIÓN DEL FUTURO/ Daniel x MaleBettyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora