/LECCIÓN DEL FUTURO/ Daniel x MaleBetty

CAPÍTULO SIETE

UN POCO DEL PASADO

En una sala de hospital se lograba escuchar desde los rincones mas lejanos de esta misma, un grito espeluznante. Empleados con su títulos en enfermería salían uno a uno, entrando y pasando con toallas, herramientas y cosas necesarias para sacar a ese malnacido bebe de su madre.

Un parto de más de diez horas. Diez horas en las que Santiago escucho a su mujer gritar, exclamar, llorar y suplicar a su mujer que pararan ese infierno.

Santiago fue excluido de la habitación. Elena tenia que ser detenida en la cama debido a que golpeó a varias enfermeras entre sus patadas y golpes, lo que llevo a los doctores decidir que lo mejor era atarla a la cama. Él estaba seguro que ese niño seria la perdición de su esposa si no salía de una vez. Una mujer embarazada temblaba a su lado mientras esperaban a que su fuente se rompiera, ella -por lo que escucho de la madre de la mujer- tuvo unas fuerte contracciones por lo que decidieron esperar a que la fuente se rompiera en el hospital.

La mujer se tapaba los oídos y con los ojos exaltados hacia la sala donde Elena se encontraba. Nerviosa seria una palabra menor para describir en cómo estaba temblando y meciéndose -como pudiera por su enorme barriga- en la silla. Santiago vio unas pequeñas lagrimas asomarse por sus ojos antes que su madre se la llevara a otro piso donde no escucharan los gritos horrorosos de Elena.

-Dios mío. Por favor... ayuda a mi esposa -rezo en un susurró tan bajo que nadie lo escucho. Siendo enmudecido por el infierno que sucedía en esa sala.

Un silencio se apodero del pasillo. Los enfermeros, doctores, pacientes y visitantes que pasaban por allí se miraron extrañados y aliviados que los gritos cesaran finalmente. Santiago sintió un extraña tranquilidad hacia Elena. Lentamente se levantó de la silla, sonriendo.

Su hijo por fin nació. Santiago imaginaba como seria el pequeño niño. Idéntico a su madre o padre, o tal vez de ambos. Tal vez llevara los ojos de color chocolate como Elena y su cabello negro. Por las diez horas de sufrimiento seria totalmente justo que se pareciera a ella.

-¡A UN LADO! ¡RÁPIDO, NO ESTÁ RESPIRANDO! -el doctor que atendía a su esposa salió con un bulto en brazos por el pasillo con varias enfermeras corriendo a su lado y hasta adelante de él con una velocidad fascinante.

-¡Señora no puede levantarse! -gritó una enfermera.

Aferrada a la puerta, con las piernas temblando y escurriendo debajo de la bata por sus muslos sangre, Elena miraba a la dirección donde su bebe se fue. Con lagrimas en el rostro se derrumbo, cayendo de rodillas, golpeando toda su parte baja. Un gemido lastimero salió de sus labios ahogados por sus manos. Sintió como su bebe, su niño murió ahogado por el cordón umbilical. No tuvo siquiera un segundo para escuchar su llanto.

-Mi bebe... mi bebe -repitió abrazando en forma de cuna meciendo el aire. -No... No pude escucharlo llorar.

Abrazada por su amado esposo, Elena miro por última vez a dónde llevaron a su hijo. Ya estaba muerto, estaba segura de ello. Nada en este mundo podría traerle de regreso a su pequeño niño. Nunca su piel tocó el sol, sus ojos la luz y el rostro de su mamá. El calor que irradiaba en su barriga se fue al instante en el que fue sacado. No sintió el frío, el calor. Pero, de todo eso, lo único que lamento Elena, fue nunca haberlo escuchar llorar.

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Armando se removió en su asiento. Tendría que cumplirle la apuesta a Hugo y no estaba de humor para ello. Beatriz todavía maquillaba el informe, un informe que no podía ver por ese contrato.

Se sentía estúpido por firmar algo que no leyó. Confiaba en su asistente, sin embargo, esa actitud fría y calculadora no se la conocía.

Betty seguía sonriendo con sus amigas. Platicaba, comían, bebebian y se leian las cartas como costumbre. A veces veía a Beto con ellas, solo unos momentos antes de regresar. Beto y Betty en la misma mesa le provocaba un escalofrío en su columna. Que ellos dos se vieran a los ojos no significaba nada nuevo.