~ Parte IV ~

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Habían pasado exactamente ocho horas con treinta y seis minutos desde el último acontecimiento cuando la menor de los hijos Sinisterra sintió un contacto cálido y suave sobre su hombro. Se estremeció para luego levantar la mirada aturdida hacia la mejor amiga de la que hasta hace unas horas era su madrastra y ahora resulta ser su madre. La mayor le señaló al médico que venía por el pasillo. La ojiverde se puso de pie y corrió hasta él, antes de que el resto de los presentes se aglutinaran a su alrededor.

— Familiares de Sara Fernández — habló buscando su atención hasta encontrarse con los de la menor de los Sinisterra. El miedo en en la mirada de la joven es algo para lo que nunca en sus 20 años ejerciendo la carrera de medicina iba a estar preparado. —La señora despertó, está estable. — un suspiro colectivo embargo la sala. — Pero necesito hablar en privado con su esposo. — comentó, la joven negó con lágrimas acumulándose en sus ojos.

— Mi papá está internado en este mismo hospital, pero yo soy... — tragó el nudo en su garganta. —Yo soy... hija de Sara. Puede hablar conmigo. — volteó a ver a su alrededor nerviosa. Vivían apretó su hombro transmitiéndole algo de fortaleza que ni ella misma tenía. El galeno asintió y se dio la media vuelta confiando en que la muchacha lo siguiera.

El doctor esperó que entrara a su oficina para hablar.

— La señora Fernández se encuentra estable dentro de lo que cabe, pero no es lo mismo con el feto. Debido al desprendimiento de placenta que ha sufrido se corre un riesgo muy alto de aborto. — la joven jadeó, después de haber visto el trato de Sara para con ese bebé la noche anterior estaba segura que ella no resistiría su perdida. — Por lo que la vamos a mantener internada unos días en el hospital, de esta forma podremos controlar su alimentación, su presión arterial y cualquier problema que se pueda presentar con el producto. — la muchacha asintió, aún con los nervios a flor de piel. — Va a necesitar mucho apoyo de su familia para estar tranquila y entre todos mantener ese embarazo el tiempo suficiente hasta que sea seguro inducirle el parto.

— ¿Puedo verla? — el galeno asintió señalándole la puerta de salida.

— La llevaré con ella, pero por favor manténgala tranquila. Me dijo que su esposo también se encuentra internado, no le vaya a decir nada por el momento. — la ojiverde volvió a asentir siguiendo al médico por los pasillos vacíos del hospital.

Llegaron hasta la puerta de la habitación y la abrió. La muchacha permaneció atrás mientras el galeno saludaba a Sara y está le respondía con una sonrisa iluminando su pálido y cansado rostro.

— Tiene visita, Señora Fernández —dijo y Lucía vio como la mayor observaba la entrada con expectación.

— Hola — la saludó en un tono lo bastante débil como para dudar que la hubiesen escuchado.

— ¡Lucía! — exclamó y la menor pudo observar cómo su rostro se iluminó y sus ojos brillaron de alegría. — Mi amor.

— ¿Como... como está? — Sara vio como el doctor les daba un asentimiento de cabeza y la instrucción de no alterarse antes de salir.

— Bien, ya ves batallando poquito con tu hermanito. — sonrió pasando los dedos por su vientre, pero para la joven no pasó desapercibido el miedo en su mirada. — ¿Y tu papá? — frunció el ceño al no ver al delgado junto a ella. La ojiverde boqueo tomando un respiro profundo.

— Estaba tan alterado, que mis hermanos y yo lo obligamos a regresar a la casa. — mintió — Camilo ya le aviso que despertaste y no deberá tardar en llegar.

La mayor asintió sin sospechar nada. En su lugar volvió a sonreír, estirando su mano para tomar la de su hija. De todas las personas que espero tener a su lado en ese momento la menos que imagino fue a ella.

Cuando nace el solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora