~ Parte II ~

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—Sara. —una voz suave se adentraba por sus oídos y el calor de unos dedos acariciando su mejilla la hizo estremecer, pero estaba demasiado cómoda con la cabeza de su hijo a un costado de su cuerpo y su mano alrededor de su pecho. —Sara, despierta. —la voz volvió a aparecer y ella gimió en respuesta. No quería despertar. —Mi amor, te quedaste dormida. —dijo su esposo y ella abrió sus ojos con dificultad. —Te estuve buscando por toda la casa, me tenías preocupado.

—Lo siento. —dijo con voz pastosa. Liberó un bostezo. —Camilo estaba mal y no quise dejar de cuidarlo. —volteó a verlo y lo notó tranquilo, con la respiración pacífica. Estiró su mano y acarició su mejilla.

—Mañana hablaremos con él. —dijo. —No puede seguir así. —suspiró, el cansancio comenzaba a pesarle también. Había sido una noche de muchas emociones. —Vamos, necesitas descansar. —Sara volteó a ver a el joven muchacho con pesar. No quería separarse de él, no ahora que lo tenía en sus brazos como cuando era un niño y se acurrucaba en su cama en las noches. —Vamos, mi amor. —ella con pesar se sentó en la cama y luego miró a su esposo. Él ya había notado el surco de lágrimas secas en sus mejillas y el corazón se le había estrujado. Vio enojo y dolor en su mirada. Suspiró. —Mi amor, se que estás molesta, pero era necesario. —ella simplemente se puso de pie y salió de la habitación. El peli negro levantó la mirada al techo y suplicó clemencia al de arriba. Siguió hasta su habitación y para cuando llegó la vio luchando con el cierre de su vestido.

Se apuró en ayudarla.

Silencio y más silencio.

La vio desvestirse y prepararse para dormir y los minutos se le antojaron eternos.

—Sara... —suspiró cuando la vio acomodarse entre las sábanas y darse la vuelta para no mirarlo. Se acercó hasta su lado de la cama también ya cambiado y se acomodó. Busco su figura con sus brazos y la acarició con ternura.  —Entiendo que estés molesta, pero entiende que yo no le pedí a Lucía que se fuera de la casa. Esa fue su decisión. —ella se dio la vuelta y sus ojos verdes le trasladaron el alma.

—La animaste a hacerlo. —comenzaba a sentir el nudo apretando su garganta. Las lágrimas ya picaban sus ojos. —Yo... —se le quebró la voz. —Yo...  yo estaba dispuesta a irme. —sollozó ocultando su rostro con su mano. —Y ahora ella... —hipó. —No se donde está. —al peli negro se le estrujó el corazón. Odiaba verla así, por lo que tiro de ella y la acurruco entre sus brazos. Ella ocultó su rostro en su cuello y su respiración agitada y la humedad de sus lágrimas le estremeció la piel. —No se si está bien. —más llanto —O mal. — tragó fuerte para romper el nudo en su garganta —No se si está en peligro. —tembló y Sebastián se dedicó a dejar caricias suaves sobre su espalda buscando tranquilizarla.

—Carlos me llamó. —dijo luego de un tiempo, cuando sintió a su mujer con un llanto más ralentizado. La castaña se separó de sus brazos y lo miró. Sus ojitos se veían más hermosos, más brillantes... pero también tristes. Las luces de la habitación se reflejaban en sus mejillas mojadas y Sebastián deseó poder evitarle tanto dolor. Beso su frente y enjuagó sus lágrimas mientras hablaba. —Lucía está con él.

Sara frunció el ceño.

—No me gusta ese hombre. —Sebastián suspiró.

—Lo se, a mi tampoco me gusta, pero al menos por esta noche está en un lugar seguro. —dijo mientras se entretenía jugando con los lazos de su bata. —Diego me prometió hablar con ella mañana y ofrecerle ayuda.

—Es que no debiste dejar que se fuera. —se quejó la mujer volviendo a su molestia inicial.

—Tampoco podía dejar que te fueras tú. —por fin logró abrir el lazo de su bata y adentrar su mano, posándola sobre su vientre. —Eres mi mujer y prometí nunca dejarlos solos. —dijo haciendo referencia al bebé. —Además esto ayudará a Lucía a madurar, a terminar de crecer... no puede ser que te siga haciendo daño cada vez que quiere. Necesita entender que esa mujer que yo les invente no es importante. —suspiró con arrepentimiento. —Los hice venerar a un personaje y ahora las estoy pagando. —Sara embolsó una mueca, veía en la mirada de su esposo el arrepentimiento. Deslizó los dedos por su mejilla y la acarició con ternura. —Ahora tú eres mi mujer y siempre lo has sido... —conectó sus ojos con los de ella. —Lo más importante de nuestras vidas y solo a ti van a querer y van a defender, aunque eso me cueste toda la vida conseguirlo. —la mujer ya estaba lo suficientemente cansada como para seguir alguna réplica. Por lo que solo se estiró para dejar un beso cálido sobre los labios de su esposo y acomodarse nuevamente entre sus brazos.

Cuando nace el solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora