Cap. 51: La hoguera de la locura

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Mi guerra contra la corrupción de los senadores me había costado muy caro: el Parlamento estaba preparando un duelo entre mi hermano y yo. En el caso de que Iván triunfara, yo perdería la corona. Una victoria mía me aseguraría el trono, pero el título de propiedad de mi hermano sería transferido al Senado. Es decir, todos los escenarios constituían una derrota para mi familia.

Mi padre ya había tomado una decisión: ninguno de sus hijos se presentarían al duelo. Iván dijo que no quería luchar contra mí, porque era un gran amo y buen hermano. Eso tenía una consecuencia directa: mi ausencia en el combate implicaba el fin de mi gobierno. El Senado revocaría mi mandato como príncipe honorario y nombrarían a otro monarca en mi lugar.

Sin embargo, yo era el príncipe Alexis Calek. Jamás permitiría la afrenta. Nunca bajaría los brazos.

La desesperación me estaba destrozando por dentro. Decidí que era hora de enfrentar al maldito Congreso, “una institución obsoleta que había desafiado a los Calek desde tiempos inmemoriales”, como solía decir el glorioso rey James Calek.

Un error fatal.

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En uno de los peores días de mi vida, Romeo se acercó a mí. Nuestra amistad había perecido hacía tiempo, pero yo seguía enamorado de él con locura. Aun así, teníamos un trato distante y cordial, la mayor parte del tiempo.

―Sé que estás transitando muchos problemas con el Senado, pero prefiero ser sincero y decirte la verdad, porque no quiero hacerte sufrir. Tengo novia y ella pronto irá a tu casa. Quiere integrarse a mi vida social― dijo él, con cautela.

Sentí que me quemaba el fuego de los celos.

―¡Pobre mujer ilusa! ¿Sabe esa muchacha inocente que tú eres homosexual?― pregunté, con sorna.

―No lo soy. Jamás estuve con un muchacho― dijo Romeo, furioso.

―Yo tampoco he salido con hombres. Soy virgen y ni siquiera me he dado mi primer beso. ¿Eso significa que aún puedo fingir que me gustan las chicas, como tú?― me burlé.

Romeo se sintió degradado y, por primera vez, vi la ira acumulada en sus ojos.

No tenía el corazón tan puro como yo pensaba y pronto lo descubriría.

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A pesar del dolor que sentía por el tema de Romeo, mi prioridad era el trono, siempre. Por eso, decidí plantear el tema más importante en una cena familiar. Mis padres, abuelos, Tessa, Archie, Romeo e Iván estaban allí. Leonel Rox no quería que mi hermano se juntara conmigo, pero tampoco deseaba excluirlo del hogar.

―El Senado quiere quitarme la corona desde que asumí el poder. Es hora de que paguen por la afrenta. Vamos a tener que elaborar una estrategia militar para impedir que los congresistas se salgan con la suya― manifesté, con petulancia.

De repente, un silencio sepulcral invadió el ambiente.

―¿Pretendes utilizar el ejército para hacer un golpe de estado? Desatarás una guerra sin límites. ¿Cómo puedes decir una barbaridad así? ¿Quieres convertirte en un tirano? Jamás empuñaré mi espada contra los inocentes, solo por la ambición de un monarca― dijo papá, indignado.

―Alexis, utilizar a las tropas contra el Congreso constituye un delito de traición. Como senador del Cretonia, te sugiero que pienses bien lo que vas a hacer. No puedo brindarte mi apoyo esta vez― aseveró el abuelo, gélidamente.

―Jamás te daré oro para utilizar la fuerza militar contra tu Reino. Yo he perdido el trono en la Tierra de las Hadas, pero nunca haría algo así. Te inculqué otros valores, Alexis: la libertad, el amor, el altruismo… No voy a darte un céntimo más. Estoy muy decepcionada de ti― murmuró mamá, furiosa. Mi abuela asintió.

El príncipe criado por esclavos: destino de gloria, oscuridad y traiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora