5. A él no le gustas tanto

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Una y mil veces... Tal vez esa es la cantidad que una persona muere a lo largo de su vida. Bueno, una persona de mi edad tal vez. Pero, por otro lado, probablemente, una y mil veces una persona puede también volver a la vida. A veces perdiendo se gana.

Todos mis recuerdos de aquel 2022 me resultan borrosos y confusos. Con el tiempo, recuerdo que fui ganándome la confianza de Santiago y él simplemente empezó a existir a lado mío. Sin que me diera cuenta, Santiago estaba presente en cada momento de mis días, realmente, yo lo volví parte de mis días y silenciosamente mis insomnios lo volvieron parte de mis noches.

Mar y el resto de mis amigas le dieron una muy buena bienvenida. Él era ya parte de los grupos de trabajo que formábamos siempre y se volvió uno más. Para este punto, Carolina (una de las mejores amigas de Lola) tenía una novia: Ivy...

Ivy era divina y Carolina -quien además resultaba ser mi prima- lo sabía. Ellas dos fueron la primera pareja gay de mi generación. Eran eléctricas. Aunque a la luz pública no lo hubiera admitido nunca, a Carolina le costaba mucho trabajo apartarse de Ivy, pero pasaban la mayor parte del tiempo juntas. Se veían divinas, muy enamoradas. Tenían esa clase de espíritu aventurero que les permitía amarse intensamente, en cualquier lado, pero que también les imponía pelear de maneras muy intensas... Peleas casi tan intensas como las reconciliaciones posteriores.

Al convivir con ellas pude ver que Carolina quería mucho a Ivy, de verdad que sí. Mucho antes de que empezaran, recuerdo que la mirada de Carolina se derretía simplemente al verla.

Please, don't be in love with someone else...

Aunque las dos cometieron muchos errores (ahora no recuerdo quién cometió más), su relación me parecía fascinante. Tal vez más cercana. Creo que su relación me dio la esperanza de que tal vez algún día yo también podría estar con alguien en aquella pequeña ciudad.

Con cada vez más cercanía, Santiago, Ivy, Carolina y yo, también nos volvimos cercanos como grupo (los cuatro). Hablábamos de su relación y compartíamos -excepto Santiago- nuestras experiencias dentro de la comunidad lgbtq+.

Algo que sí recuerdo es que las interacciones entre Santiago y yo eran cada vez más casuales, como si fueran una rutina de años. O al menos yo lo sentía así... Nuestras salidas a solas eran cada vez más frecuentes, cada vez más improvisadas como si fuéramos amigos o vecinos de toda la vida.

Santiago era del signo cáncer.

Conociendo su historia como la conocí hace ya tantos años, recuerdo que yo estaba genuinamente emocionado por su cumpleaños. Según sus historias, su cumpleaños no era importante para él, era como un día más. Yo, por el contrario, siempre he visto los cumpleaños como algo único.

Para mí, los años que vamos acumulando son un monumento a nuestra resiliencia; cada año que cumples representa un sinfín de lágrimas que no te ahogaron, miles de alegrías por las cuales celebrar y cada año también va coleccionando pequeñas muertes de ti mismo que no te mataron en el camino. Son un monumento a la fuerza que tenemos y son oportunidades de empezar de nuevo y cambiar aquellas cosas que podemos cambiar. Tal vez esta es otra de las cosas probablemente inútiles en las que creo y que me parecen mágicas. Los cumpleaños son uno de los tantos días donde ves en retrospectiva y podés decir ¡Jueputa, lo logré!

Aquella vez, estaba (yo) realmente emocionado por su cumpleaños, quería que saliéramos a hacer cualquier cosa, pero que hiciéramos algo. Creo que quería que tuviera un cumpleaños diferente a los que él había tenido. Tal fue mi decepción cuando aquel día llovió terriblemente y no pudimos ni vernos. Días después, teníamos que ensayar para un baile que debíamos hacer y que nos habían dejado como tarea un mes antes. Aquella fecha – que resultaba ser 13 -, saliendo del ensayo, recuerdo que decidimos despreocupadamente ir por un café, que, en mi mente repararía el intento de salida en su cumpleaños.

28 VIDAS MÁS TARDEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora