16. Con amor, Diego.

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Ya es 30 de diciembre.

Estoy haciendo la fila de migración esperando a que Dieguito termine de pagar el recibo por el carro que rentó en el aeropuerto para estar en Jinotega.

Luego de que la amable señorita de migración me toma la foto, me dirijo hacia la banda donde pongo todas mis pertenencias para posteriormente dirigirme a la sala de espera hacia Bogotá.

Tras siete minutos de espera, Dieguito aparece un poco agitado y se sienta a mi lado.

—¿Todo bien? —le pregunto.

—Sí. Ya pagué todo. Tranquilo.

—Okay —le digo

—Tú, ¿estás bien? —me pregunta.

—Creo. Solo estoy un poco nervioso por mañana, no quiero que lleguemos tarde para celebrar año nuevo— le digo.

—Vamos a llegar bien. Voy a dormir contigo hoy y mañana los dos llegamos temprano a casa de mis papás para que no tengas que ir solo.

Mañana es 31 de diciembre y siempre la pasamos en casa de Martín, con toda la familia. Lo que me preocupa es que el pronóstico de clima en Bogotá no es muy favorecedor por la cantidad de lluvia.

Sin embargo, todo se me olvida cuando pongo la cabeza en el asiento del avión y poco a poco me pierdo en el sueño profundo que me atrapa.





—Abuelo, ya debemos bajar. Estamos en Bogotá. Vamos —me despierta Dieguito y siento que se me van a caer los huesos debido al frio aire acondicionado.

Aun dormido y caminando casi en piloto automático, pasamos migración y recogemos las maletas mientras Dieguito pide un carro que nos lleve del aeropuerto hasta mi casa... Había olvidado lo frío que es Bogotá.

Mientras le pago al señor que nos trajo hasta acá, Dieguito baja las maletas y las sube al porche para luego, ayudarme a entrar a mi casa.

—Déjalas acá. Desempaquemos mañana. Estoy muerto —le digo a Dieguito para que deje las maletas en el comedor.

—Okay, me voy a poner pijama y me meto a la cama, estoy muy cansa...

Un sonido en el segundo piso lo interrumpe y voltea hacia arriba, preocupado.

—Tranquilo. Hay una ventana que está dañada y seguro el viento tiró una de las cajas que dejamos desacomodadas —le digo.

—Voy a cerrarla.

—No. Tiene su maña. Mejor ve a dormir, yo me lavo la cara y ahorita cierro la ventana. Descansa porque mañana seguro te toca hacer catorce mil mandados para la cena de año nuevo. Te amo. Buenas noches —le beso la frente y él se va a dormir.

Me siento sumamente sucio.

Luego de ponerle seguro a la puerta principal, me dirijo al baño para lavarme la cara... 

En cuanto siento el agua fría recorrer mis dedos, soy consciente. Siento cada gota de agua recorrerme de las muñecas hasta la punta de los dedos mientras relajo el cuello haciendo movimientos circulares para destensar todo mi cuerpo.

Con los ojos cerrados me inclino hacia el lavamanos para lavarme la cara, con fuerza, sintiendo el agua en las pestañas, en las mejillas, en mis ojos cerrados y en las gotas que se resbalan por mi cuello. Al terminar con este ritual casi sagrado, con los ojos cerrados, cierro la llave y tomo una toalla azul a mi lado izquierdo para secarme la cara.

Lentamente levanto la cabeza mientras me seco el agua del rostro. Al abrir los ojos frente al espejo del baño; pasa algo... No tengo arrugas. Por un momento, un momento de cuatro segundos frente al espejo, no tengo arrugas, ni manchas en la cara ni la piel flácida. Por cuatro inexplicables segundos, volví a ver mi cara de cuando era mucho más joven. Por cuatro segundos, volví a tener 17 años y ese extraño  sentimiento abre mi estómago hasta el punto de sentir un hueco en mis costillas.

28 VIDAS MÁS TARDEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora