O2. conexión

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Daría.

—¡Ya, Daría, levántate! —escuché gritar a mi papá.

—¡Ya voy! —le respondí, tapándome bien con las sábanas, sintiendo una flojera inhumana.

No sé cuándo, ni mucho menos cómo, mi papá me matriculó en un liceo. Según me contó, es el único liceo de música en esta ciudad.

—¡Yapo, Lucía, son las 7:10, vai a llegar tarde! —al escuchar mi segundo nombre, casi salto de la cama, ya que esa es la señal de que mi señor padre se está empezando a molestar.

Tomé mi toalla rápidamente y salí de mi habitación para ir al baño. Pero antes, me asomé a la cocina pa sapiar.

El olor a café era fuerte, pero no tanto como el olor a cigarro, un aroma que odio con todas mis fuerzas.

—¡Deja el vicio, Alberto! —le grité antes de correr al baño, escuchando cómo mi papá se quejaba por el otro lado de la puerta, entre risas.

Me quité el pijama y me duché lo más rápido que pude, saliendo en unos 10 minutos. Ni yo sé cómo demoré tan poco, la verdad.

Después de envolver la toalla alrededor de mi cuerpo, me miré en el espejo ligeramente empañado. «Me tengo que teñir...» pensé al notar cómo el color natural de mi pelo empezaba a asomarse por las raíces. Sin más, salí directo a mi pieza para ponerme el uniforme.

Qué raro es ponerme un uniforme nuevo, y además el suéter es tan feo que ni a punta de pistola me lo coloco.

Me puse la polera, las panties, la falda, calcetas, pantaleta, mis Vans negras y un polerón negro, porque como ya dije, ni loca me pongo el suéter.

—¡Papá, ven! —grité mientras me sentaba frente al escritorio.

—¿Qué te pasó? —preguntó al entrar en mi habitación mientras se terminaba de abrochar el cinturón.

—¿Me secai el pelo?, porfi —le pedí. Mi papá asintió, entró en mi piezay tomó el secador en el camino, conectándolo al enchufe más cercano.

Mientras tanto, comencé a maquillarme, tapando mis ojeras y pecas con corrector. Las manos de mi papá pasaban por mi pelo con tanta suavidad que casi me da sueño, pero, para mi mala cuea, no podia dormirme.

—¿Me vas a ir a buscar? —pregunté mientras difuminaba los puntitos de corrector con una esponja.

—No creo poder, amor, tengo que atender la tienda —me miró a través del espejo con una carita de pena—. Lo siento, bebé.

Asentí. —Está bien, entiendo... pero cuando tengas más trabajadores, me vas a tener que ir a buscar, mínimo una vez a la semana —bromeé, tratando de aliviar el ambiente.

Mi papá asintió entre risas, secándome el pelo con delicadeza. Es curioso, ya que siendo un hombre grande, que perfectamente podría ser un vikingo super brigido, es superdelicado y cuidadoso con lo que hace.

—Hablé con la Andy... —al escuchar ese nombre, me di vuelta en la silla a lo Exorcista.

—¿De verdad? ¿Qué te dijo? ¿Cuándo vuelve? —mi corazón empezó a latir rápido; apenas escuché su nombre, seguramente tenía una cara de emoción increíble.

—Daría... —el tono de voz de mi papá era triste, igual que cada vez que hablábamos de ella.

Solo con mirarle la cara, ya sabía cuál era la respuesta. La misma respuesta de siempre. —Entiendo, cuando vuelvas a hablar con ella, dile que me llame, no sé... —dije, volviendo a cómo estaba segundos atrás, concentrándome en hacerme un delineado decente.

vinilos | t.kDonde viven las historias. Descúbrelo ahora