Vuelvo a la puerta que me conoce,
las paredes son testigos mudos,
del dolor que nunca cesa,
de mis intentos que quedan desnudos.
El psicólogo me espera,
con su sonrisa de siempre,
pero yo, sentada en este rincón,
me pregunto si esta vez será diferente.
He estado aquí tantas veces,
he hablado con mil rostros distintos,
cada sesión es un espejo
que me devuelve lo mismo:
vacíos, silencios,
palabras que se evaporan
antes de alcanzar lo profundo,
como si no pudieran curar
lo que dentro de mí se desmorona.
Me siento en este sillón,
como un libro abierto sin páginas,
y aunque hablo,
mis palabras son ecos que se pierden,
sin peso, sin sentido,
como si dijera mucho
y no dijera nada al mismo tiempo.
¿Qué pasa si vuelvo a hablar
y no cambio?
Si mis demonios siguen en pie,
como soldados incansables,
y yo sigo rota,
más rota aún por confesar
lo que no sé cómo arreglar.
Ellos me hablan de esperanza,
de tiempos que sanan,
de paciencia como la clave
para romper las cadenas,
pero dentro de mí sé
que ya he esperado tanto
que el tiempo se ha vuelto
un enemigo silencioso.
Recuerdo la primera vez que vine,
con un corazón lleno de fe,
pensando que con cada palabra dicha
una parte de mí se liberaría,
pero no fue así.
Cada sesión me dejó más frágil,
más consciente de las heridas
que nunca dejaron de sangrar.
Es un miedo que me consume,
el miedo a abrir de nuevo el alma
y que no haya alivio,
que después de todo este esfuerzo
nada cambie,
que las sombras sigan siendo
mi única compañía.
Y entonces pienso,
¿qué pasa si la cura no está aquí?
¿Si esta sala, estas palabras suaves
no pueden aliviar lo que duele dentro de mí?
Hay una voz en el fondo,
una que habla en susurros,
y me dice que la verdadera paz
no está en estas paredes,
que quizás el alivio
se encuentra en una píldora,
en una medicina que promete
hacer callar las voces,
apagar los miedos,
silenciar el caos dentro de mí.
Los medicamentos,
esas pequeñas pastillas
que dicen calmar la tormenta,
parecen una solución fácil,
una manera de encontrar
un respiro,
un poco de paz en medio
del desierto que habito.
Se sienten como un atajo,
como un escape rápido,
prometiendo liberar mi mente
de los grilletes de la ansiedad,
de las manos frías de la depresión
que siempre me agarran,
que nunca me sueltan.
Es una tentación suave,
como una promesa de calma,
un susurro que dice
"tómame, y todo estará bien".
Pero en el fondo,
sé que las pastillas
no son una verdadera cura,
solo un silencio temporal,
una pausa en el dolor,
sin sanar la raíz de mi herida.
¿Es realmente medicina
si al tomarla solo adormece
lo que dentro de mí sigue vivo?
Si al calmar la ansiedad,
sigo siendo presa del miedo,
de la duda,
del vacío que nunca se va.
El psicólogo me habla de opciones,
de medicamentos que podrían ayudar,
pero en mi mente hay una pregunta:
¿serán estas pastillas
otro círculo vacío
que solo apaga las luces
sin arreglar el daño?
El miedo a depender de ellas
es fuerte,
más fuerte que las promesas
de un día mejor,
más fuerte que el alivio temporal
que podrían ofrecerme.
¿Qué pasa si, después de tomarlas,
mi mente se silencia
pero mi alma sigue gritando?
¿Qué pasa si, en vez de sanar,
solo adormezco lo que dentro de mí
sigue supurando, sigue sangrando?
Me pregunto si algún día
las sesiones cambiarán algo,
si las palabras del psicólogo
serán más que ruido,
si el miedo que me envuelve
se desvanecerá.
Pero por ahora,
el miedo de volver y no sanar,
el miedo de hablar y no cambiar,
me acompaña como una sombra,
y aunque quiero creer
que hay esperanza en esta sala,
en el fondo sé
que los medicamentos
siguen siendo una opción que ronda.
Me siento atrapada en este círculo,
de intentos fallidos y dolores persistentes,
y mientras el psicólogo habla,
mientras las palabras fluyen,
mi mente sigue buscando
una salida que nunca llega,
una paz que me esquiva
como un sueño que nunca despierta.
A veces, me pregunto si el problema soy yo,
si estoy tan rota que no hay vuelta atrás,
si el dolor que llevo
es una parte de mí que nunca se irá.
La sesión termina,
me levanto y sonrío,
como si hubiera aprendido algo,
como si hubiera cambiado,
pero en el fondo,
sé que sigo igual.
Y aunque salgo de la sala,
el peso de todo sigue ahí,
más fuerte que antes,
más presente,
y el miedo de no sanar,
de no encontrar nunca la cura,
me sigue.
Los medicamentos,
esas pequeñas pastillas,
siguen siendo una opción,
una promesa de calma,
pero también un recordatorio
de que el verdadero alivio
todavía me evade,
y mi dolor,
mi ansiedad,
siguen siendo sombras
que no sé cómo apagar.
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Problemas en Poemas
PoetryEn este libro, plasmo en versos las batallas internas que muchos enfrentamos a diario. Problemas en Poemas es una colección de poesías que explora temas profundos y personales como la ansiedad, la experiencia de vivir con una coraza emocional, y el...