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El traje era conservador, gris y aburrido.

Fourth Nattawat miró su reflejo en el espejo con el gesto fruncido. Se vio... bien, pero el traje no modificó el efecto que había deseado: no se vio mayor.

Quizás había estado esperando demasiado.

Suspirando, Fourth se pasó una mano por su suave mandíbula, deseando tener alguna barba varonil para ocultar su cara de bebé. Tenía veintitrés años, por amor de Dios. Era vergonzoso que la mayor parte de la gente no creyera que tuviera edad para beber y tuviera que llevar su documento a todas horas. Fourth culpaba a su ridícula boca: debido a su labio inferior regordete, su rostro parecía portar un puchero perpetuo. Lo hacía parecer muy joven, y mientras que normalmente no era problema, lucir como un niño de dieciséis resultaba un dolor en el culo cuando uno tenía que asistir a una importante reunión de negocios. No es
como que asistiera a demasiadas reuniones de negocios importantes.

Fourth le sonrió sombríamente a su reflejo y encuadró los hombros. Bueno, eso estaba a punto de cambiar. Iba a probarle a su padre que él podría ser confiable para cosas importantes.
Seguro, su padre iba a ponerse furioso cuando lo averiguara, pero esta oportunidad era demasiado buena para dejarla escapar de entre los dedos. No conseguiría una oportunidad como esta de nuevo. Normalmente, en Londres, su padre lo mantenía con correa corta,
vigilándolo como un halcón. A Fourth le habría gustado pensar que el motivo de ello era la sobreprotección de su padre, pero no era un iluso: Richard Jirochitkul simplemente no confiaba en su hijo.  Fourth trató de no tomarlo muy personal Richard Jirochitkul no confiaba en nadie— pero ya era tiempo de cambiarlo. No se había graduado con honores de Oxford sólo para pasarse la vida siendo una cara bonita en las campañas de marketing de su padre.

Fourth siempre lo había odiado, pero estaba francamente enfermo con ello luego de los últimos dos meses pasados en Moscú, asistiendo a eventos sin sentido en lugar de su padre para la sucursal rusa de las Industrias Jirochitkul.

El mail que había recibido Fourth hace unos días resultó un bienvenido descanso de la abrumadora rutina a la que se había acostumbrado. Bien, técnicamente, el mensaje no era para él. Si Fourth no hubiera estado en Moscú, los empleados de su padre sólo lo habrían reenviado hacia la oficina principal en Londres, donde estaba actualmente su padre. En sentido estricto, Fourth debería haber hecho lo mismo en vez de leerlo, pero había estado aburrido e inquieto y el mensaje lo había intrigado.

Richard.

Mi secretaria parece estar teniendo problemas para contactarte . Me informó que ha sido incapaz de llegar a ti. Le dije que eras un hombre ocupado. Pero también yo soy un hombre ocupado. Tampoco soy un hombre demasiado paciente. Tenemos asuntos que discutir. San Petersburgo, 21 de febrero, 9 p.m ., restaurante " Palkin ". Espero que estés allí. No llegues tarde. Sabes cuánto detesto la impuntualidad . Odiaría que nuestra amistad fuera arruinada por algo tan pequeño.

Espero ansioso nuestra reunión.

Gemini Norawit.

Fourth había leído el mensaje varias veces. Algo en él estaba mal. La forma amistosa parecía falsa. ¿O sólo lo estaba imaginando? No lo creía así.

Gemini Norawit. El nombre le sonaba vagamente familiar, aunque Fourth no podía recordar en donde lo había escuchado. Pero el hombre, fuera quien fuera, debía ser lo suficientemente importante como para ser capaz de asumir semejante tono de superioridad con Richard Jirochitkul. Joder, el tipo prácticamente estaba lanzándole órdenes a su padre. Fourth nunca había conocido a nadie que tuviera suficiente poder —y temple— como para hacer eso.

Todos sabían que Richard Jirochitkul no era alguien con quien jugar. El padre de Fourth era conocido como el multimillonario británico más despiadado, más poderoso... un
multimillonario del cual se rumoreaba que hacía tratos con la mafia italiana y rusa. Fourth no era ajeno a los rumores sobre su padre; habían estado por ahí toda su vida, pero nadie nunca pudo probar nada. Ni siquiera él, el único hijo de Richard, lo sabía con certeza. El hecho de que el remitente no estuviera para nada preocupado por las repercusiones, pese a la reputación de Richard, significaba que, quienquiera que fuera ese hombre, no era alguien a quien tomar a la ligera.

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