CAPITULO 10: UNA NOCHE CALIENTE EN LA FRÍA SZHNESNAYA

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La noche había caído completamente sobre la capital, envolviendo la ciudad en un silencio gélido. Arleccino, la directora, había regresado a su residencia temporal, situada en el centro, justo después de la medianoche. El viento frío de Snezhnaya soplaba con fuerza, pero a ella poco le importaba el clima. Había tenido una velada peculiar con Pantalone, donde no solo se había permitido insultarlo, sino que también le había arrojado una copa de vino adulterada, disfrutando del espectáculo que siguió. La noticia que le había dado, informándole que no habría más excusas para ampliar el presupuesto por orden de la Zarina era la cereza sobre el pastel en esta noche que fue más de regocijo para ella. Para Arleccino eso le resolvía un problema a futuro, ya que el plan "Stuzha" se acercaba, aunque no sabía exactamente qué era ni cuándo sucedería. Los artífices principales eran Pulcinella y Pantalone, con el beneplácito de la Zarina, pero Arleccino estaba segura de que sería algo grande, costoso y, sobre todo, riesgoso, al menos para las "piezas de combate" como ella o Tartaglia, y aún más peligroso para sus subalternos.

Sentada en su amplio sillón, sus ojos recorrieron la elegante estancia, decorada con muebles sobrios, pero costosos. Las paredes, de un tono oscuro, casi absorbían la luz de las pocas lámparas encendidas. Arleccino dejó escapar un suspiro profundo.

—Diablos, debí haberle sacado más información seduciendo a ese incordio... —comentó mientras se acomodaba en su sillón, repasando mentalmente lo que haría al día siguiente.

Tenía que volver a Fontaine, al orfanato, entrenar a algunos niños, y ordenar nuevas misiones para Lyney, Fleminet y Lynette. Sabía que lo ocurrido esa noche generaría un ligero conflicto con Pantalone, quien probablemente haría alguna jugada contra el orfanato, aunque no directamente, pues eso rompería la regla de no agresión entre los "Once".

La brisa nocturna que se colaba por una rendija de la ventana le hizo estremecer ligeramente. Un escalofrío recorrió su piel. Se levantó del sillón y caminó descalza sobre el suelo de mármol, sintiendo el frío que subía por sus pies. Sus pasos resonaron suavemente en el silencio de la estancia. Se acercó a la ventana y la cerró con cuidado, permitiéndose una breve mirada a la oscuridad exterior. La nieve caía lenta, silenciosa, como si el mismo mundo estuviera adormecido bajo su manto blanco.

—Ahhh... qué delicioso —murmuró, sintiendo los efectos del vino en su sistema.

Su mente, algo embotada, comenzó a divagar. Recordó a Furina, la chica que últimamente no podía sacarse de la cabeza. Había algo en ella que despertaba un deseo profundo, algo que Arleccino no solía experimentar tan intensamente. Para alguien que rara vez pensaba en términos de relaciones o sentimientos, sus impulsos eran simples: lo que su cuerpo pedía, ella lo tomaba. No le importaba si era un hombre o una mujer, solo seguía lo que su instinto dictaba. Había personas hermosas que no le generaban nada, y otras le despertaban un deseo irrefrenable que terminaba en encuentros físicos, pero nunca en algo que los demás llamarían "amor".

Con los ojos cerrados, Arleccino dejó que su mente la transportara de nuevo a ese momento, cuando sus labios tocaron los de Furina. Fue un contacto fuerte y momentáneo, pero lo suficiente para desatar en ella una urgencia de poseerla, de hacerla suya, aunque solo fuera por una noche. Sabía que bajo esa fachada tímida, asustadiza, había alguien como ella. Alguien que solo esperaba ser despertado por la pasión.

Se recostó de nuevo en el sillón, sus dedos rozando sus propios labios, recreando el calor de ese beso en su mente. La habitación estaba cálida, en contraste con la fría noche afuera. El vino y la quietud hacían que su cuerpo se relajara, pero su mente seguía inquieta, presa de esos pensamientos sobre Furina.

Justo cuando el calor comenzaba a envolverla, un golpe suave, pero insistente, en la puerta interrumpió su fantasía. Al principio, apenas lo registró, pero en el segundo golpe, su mirada se agudizó.

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