CAPITULO 9: LA CENA

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La gran sala del palacio resplandecía con una opulencia que solo los más privilegiados podrían experimentar. La alfombra que cubría el suelo era de la piel más fina y costosa, arrancada de los osos del norte, y extendida como un manto de riqueza bajo sus pies. Una mesa exquisitamente tallada por los maestros artesanos de Liyue dominaba el centro del salón, irradiando un aura de prestigio. Incluso se rumoreaba que aquellos muebles eran tan valiosos que ni los propios adeptus podían resistirse a codiciarlos. En una esquina, un aparato similar a un fonógrafo emitía melodías elegantes sin pausa, un artefacto único traído de Fontaine, mientras que las copas, llenas de vino, se colmaban de las mejores cosechas de Mondstadt. Cada detalle de la cena, cada platillo y cada sorbo, había sido preparado por los mejores chefs del país. Pero aquella noche, todos esos lujos estaban al servicio de un único propósito: una negociación velada entre dos figuras poderosas.

El ambiente en la sala era sofocante, no por la temperatura, sino por la tensión que flotaba en el aire. Pantalone, el hombre más rico del mundo, levantó su copa, su sonrisa una mezcla de arrogancia y encanto calculado.

—Espero que este vino sea de tu agrado, Lady Arleccino —dijo, su voz suave y melosa.

Arleccino, sentada frente a él, levantó la copa y la llevó lentamente a su nariz, inhalando el aroma con la misma precisión con la que evaluaba cualquier situación. Tomó un pequeño sorbo, y dejó que el vino rodara por su lengua antes de asentir levemente.

—Es un vino excelente —murmuró, con un tono neutral que no dejaba entrever si realmente lo disfrutaba.

Pantalone sonrió, satisfecho, y se acomodó en su silla. La cena había comenzado con una cordialidad inusualmente prolongada, un juego de cortesías que ambos sabían que no duraría. Mientras los sirvientes traían plato tras plato, los dos intercambiaban comentarios superficiales sobre sus respectivos logros y los últimos movimientos en el proyecto de la Zarina. Pero la verdadera batalla se libraba en las miradas que cruzaban la mesa, en las palabras no dichas que flotaban entre ellos.

—Es un vino especial, añejado con esmero —continuó Pantalone, girando suavemente su copa—. Sueño con poseer ese viñedo algún día. Controlar el mercado vitivinícola de Mondstadt sería un logro formidable.

Arleccino, quien hasta ahora había jugado con las reglas de la cena formal, dejó su copa sobre la mesa con un ligero sonido. Sus ojos, fríos y calculadores, se clavaron en los de Pantalone.

—Pantalone... vayamos al grano. ¿Qué es lo que realmente quieres? —su voz era suave, pero con un filo que cortaba el aire como un cuchillo.

Pantalone sonrió, admirando la determinación de su interlocutora. Había pasado casi una hora manteniendo la fachada de una cena amistosa, pero finalmente, la verdadera naturaleza de su encuentro comenzaba a revelarse.

—Siempre tan directa, Lady Arleccino. Aunque debo decir que me sorprende lo cordial que ha sido nuestra cena —Pantalone vació su copa y la colocó sobre la mesa. Una sirviente se apresuró a rellenarla—. Quiero que seas mi esposa —dijo, sus palabras resonando en la sala con un eco inesperado—. Lo decidí en el funeral de nuestra colega, La Signora. Sabes tan bien como yo que, si estuviéramos juntos, seríamos imparables.

 Sabes tan bien como yo que, si estuviéramos juntos, seríamos imparables

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