Emma se colocó en posición de ataque en cuanto palpó la burla en la voz del chico. Él la miró de arriba a abajo, evaluándola. Aparentemente vio algo que lo alertó, pues cambió su pose de arrogancia y falso pacifismo a una defensiva. En un ágil movimiento con la mano imitó el puño de agua de Emma con un puño envuelto en fuego ocasionando que sus ojos se abrieran de manera abrupta. Los elfos eran débiles ante el fuego y quienes controlaban los cuatro elementos eran las hadas.
—Un híbrido de elfo y hada –dijo con asombro. —No deberías mostrarte de esta forma ante una desconocida, he oído susurros de la capital.
—Te he estado siguiendo porque quiero tu ayuda –aunque parecía relajado se podía notar la tensión en sus hombros, no bajó la guardia. Iba de frente, una apuesta completamente arriesgada.
La descendiente de ondina devolvió el agua al lago y, sin darle la espalda a su acompañante, caminando en reverso, se sentó al pie de un árbol. Meditó su situación por una fracción de segundo, mientras que su acompañante la imitó, tomando asiento en un árbol frente a ella. Emma tenía la ventaja y ambos lo sabían, conocía el terreno, tenía un lago cerca y él necesitaba de ella, por eso había mostrado sus poderes de hada.
—¿Cómo te haces llamar?
—Estefan… –Emma le dedicó una mirada significativa cuando calló su apellido, suspiró derrotado. —No quiero hacer tratos desfavorables para ti, pero si es tu deseo. Estefan Glope me llamaron mis padres, conocido en Verén como timador, estafador y ladrón, perteneciente a los clanes de lucha del bajo mundo y, por si fuera poco, hijo adoptivo de un enano. Y tú, ¿cómo te haces llamar?
La peliverde sonrió maquiavélica. Podría mentir, decir cualquier nombre y tomar poder sobre el muchacho, pero de poco le serviría. Él sabía que ella podía mentir, su descendencia humana era palpable, no debía crear inseguridades en él tan pronto.
—Emma Alejandra Castell. Engendrada en el vientre de una ondina por un humano. Conocida en Saliz como artista loca. Lamento que mi presentación no sea tan interesante como la tuya, pero solo soy una viajera frustrada.
Estefan le regaló una sonrisa que le supo a encanto. Pasó una mano por sus cabellos, tal vez con la idea de acomodarlos, pero solo logró desatar la cola que llevaba y volver su cabeza un nido de pájaros. El pensamiento la hizo sonreír, su papá solía decir cuando era pequeña que tenía la cabeza llena de pájaros e ideas absurdas, con el tiempo había aceptado que su hija no era normal.
—Sé que ya lo he dicho, pero necesito tu ayuda. Necesito información y alojamiento. –Emma lo miró atentamente. De la capital habían llegado noticias, lo sabía por la mirada de preocupación en los ojos de su madre, por el absurdo misterio con que manejaban la entrega de un presente, por los susurros que se escuchaban por el pueblo.
—¿Qué te trae por acá, Estefan? –tanteó insegura.
—Huyo de la capital, he cometido crímenes y soy perseguido. Debo esconderme temporalmente, hasta que dejen de buscarme.
—Así que es cierto, has robado el Gran Banco de Verén –la chica se puso en pie mientras echaba una mirada a su alrededor. —Vamos.
El hibrido la miró con la indecisión brillando en sus ojos verdes; no obstante, obedeció. La siguió mientras atravesaban el bosque, en el silencio sepulcral propio de la noche que poco a poco los abrazaba podía sentir cada mínimo ruido, desde las ramitas y hojas que se rompían bajo sus pisadas, hasta el suave canto de las aves nocturnas y el resonar de cascos contra las rocas del camino.
—Emma, ¿hacia dónde me llevas? –la chica le dirigió una mirada feroz sobre su hombro, había promesas oscuras en su mirar.
—A casa –respondió con las comisuras de sus labios curvadas hacia el cielo con maldad.
Ѽ
Lo primero que recibió a los jóvenes cuando llegaron al pequeño palacio que habitaba Emma fue una pared llena de pulpa de moras. El trazado irregular y chorreante equivalía a la forma de una chica mirando el cielo, dos gruesas gotas de pulpa morada corrían por sus mejillas asemejando lágrimas. La chica sonrió orgullosa con su trabajo mientras se encaminaba al comedor, lugar del que provenía una estruendosa risa.
—Ernesto, no seas tan ruidoso, espantarás a tu hija y a su invitado –decía Clarissa por lo bajo con la mirada fija en la entrada por la cual aparecían los muchachos.
Emma tenía el cabello lleno de ramitas, hojas y un trozo de liana medio enroscado, el vestido lleno de fango y jugo de moras, mientras que sus pies aplanados parecían los de un chico. Estefan, por otro lado, era la fiel representación de un vagabundo, con la ropa sucia y rota, el cabello sucio y los pies lleno de churre.
—Familia, les presento a nuestro invitado temporal, Estefan. Es el ladrón que están buscando desde la capital, lo he traído a casa por mi terrible y poco oportuna tendencia a la caridad y a apoyar causas perdidas. Sean amables –y con esto salió del comedor rumbo a unas escaleras de caracol, murmurando algo que se escuchó como “bon apetite”.
Mientras se bañaba en su amplia bañera de madera, Emma se cuestionó la decisión que había tomado. Era un desconocido, un ladrón, un potencial peligro. Sin embargo, en el fondo de su ser, en sus entrañas, sentía que era correcto, que debía ayudarle.
Entre ellos había surgido una conexión instantánea y algo le decía que él era necesario para ella, que sus destinos se encontraban entrelazados de la más extraña y absurda manera. Pudo verse a sí misma caminando a través de un angosto camino de piedras hasta un lugar desconocido en el que sabía que aclararía todas esas dudas y pensamientos que la aturdieron de repente. Se vio visitando un lugar al cual hacía mucho tiempo no iba, no desde que Rita casi la había arrastrado ahí con la excusa de un baile y había descubierto en su naturaleza algo que la aterró.
Cuando se fue a dormir, pensó que debía seguir su vida con normalidad a pesar de las circunstancias. Esa noche soñó que danzaba bajo el agua.
Ѽ
Mientras observaba el techo del sótano, Estefan, se cuestionó si había tomado la dirección correcta en su plan. El enano había dicho que los viejos amigos de sus padres lo ayudarían y eso estaban haciendo, pero él estaba ansioso. Cuando vives toda tu vida huyendo y temiendo por el peligro que te persigue, terminas por acostumbrarte a la incertidumbre. Cada noche antes de dormir la última frase que pasaba por su cabeza era: ¿despertaré mañana?
Tenía oro, poder e inteligencia, un plan perfectamente estructurado que se pondría en marcha en el momento preciso, cuando las condiciones fueran óptimas, pero ¿qué haría mientras esperaba? Podría tomar días, semanas, meses e incluso años.
Decidió que lo primero era redecorar el sótano, su habitación actual. Siempre había vivido en el subsuelo, estaba acostumbrado a la oscuridad y la hediondez de las cloacas en la gran ciudad. Se había adaptado a dormir con el roer de los roedores como canción de cuna, al hedor que desprendían las rejillas que rodeaban su habitación y a dormir toda la noche con la ropa y los zapatos puestos por si debía salir corriendo.
Por eso, se sintió raro cuando le dieron ropa limpia, sabanas suaves, una pequeña lámpara y cobijas. Se había dado el mejor baño de su vida: con agua caliente y aroma a orquídeas. Había tomado sopa y comido pan hasta saciarse luego de varias semanas viviendo gracias a las sobras de otros marineros.
Ahora, acostado en una cama suave, arropado por el incesante sonido de la cigarra, el olor a plantas nocturnas y la caricia de un gato negro que dormía junto a él, supo que quería muchas más noches así. Sintió la culpa por abandonar a su padre adoptivo, pero al instante fue opacada por las palabras que este le había dedicado antes de marchar: no te preocupes por mí, ya he cumplido mi propósito en esta vida y en otras mil, es momento de que comiences a vivir en lugar de sobrevivir.
Cuando cerró los ojos, dispuesto a dormir, un cabello verde y una mirada aguamarina ocuparon su mente. Esa noche Estefan soñó que nadaba en un lago junto a una ondina.
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Descenso
FantasyUna chica de agua. Un chico de fuego. Una conexión desconocida que los unirá y separará a su antojo. Estefan y Emma no tienen idea de lo que el destino les tiene preparado, pero sin poderlo evitar se entregan uno al otro.