Me arrepiento

65 6 0
                                    

Era pasada la medianoche cuando llegué tambaleándome al porche de nuestra casa.

Todo se sentía borroso, la cabeza me daba vueltas mientras trataba de meter la llave en la cerradura. Después de varios intentos fallidos, finalmente conseguí abrir la puerta.

Pero al entrar, me detuve en seco...

Cho estaba ahí, parada en la sala, en pijama, con los brazos cruzados y una mirada que me atravesaba como una maldición.

Su rostro estaba tenso, y la furia apenas contenida era evidente.

—Harry… —dijo, su voz baja, pero cargada de decepción y enojo—. ¿Otra vez?

No necesitaba decir más. La culpa me golpeó más fuerte que cualquier cosa que el alcohol pudiera provocar. Tragué con dificultad, tratando de formar palabras, pero solo logré balbucear, incapaz de explicar lo que estaba pasando en mi cabeza.

Cho seguía allí, sin apartar la mirada de mí, y yo no podía soportar el peso de su decepción.

El silencio entre nosotros era más doloroso que cualquier reproche que pudiera haberme lanzado.

—Cho, no tengo ganas de pelear —digo con la voz arrastrada y llena de enojo, tambaleándome mientras intento mantenerme de pie—. Si empiezas con tus celos, mejor me hablas mañana.

Las palabras salen más bruscas de lo que quería, pero el alcohol no me deja pensar con claridad. Solo quiero que todo esto desaparezca, el dolor, la culpa… y esa mirada de decepción que me está matando.

Cho me mira, incrédula y furiosa, pero no dice nada al principio. El silencio entre nosotros se vuelve sofocante, y todo lo que quiero es escapar de esta conversación antes de que las cosas se pongan peor.

—¿Es por ella o no? —chilló Cho, su voz temblando de rabia y celos—. ¡¿Por qué sigues pensando en esa andrajosa y sucia Weasley, en lugar de pensar en mí?!

Su grito me atravesó la cabeza como un maleficio, haciéndome doler aún más de lo que ya me sentía.

La ira empezó a crecer dentro de mí, algo más fuerte que el alcohol o el cansancio.

—¡De ella no hablas así, Cho! —le grité, sin poder contenerme. El enojo hervía en mis venas, y todo lo que había intentado reprimir se escapó—. ¡Y sí, sí pienso cada maldito segundo en ella!

Las palabras salieron antes de que pudiera detenerlas, y el silencio que siguió fue peor que el grito.

Cho se quedó paralizada, y yo sabía que había cruzado una línea de la que no podía regresar.

Pero en este momento, no me importaba. Todo lo que podía sentir era el peso de esos recuerdos que me perseguían... y la verdad que acababa de admitir.

—¡¿Por qué?! —me gritó Cho, su voz cargada de desesperación y furia, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.

El enojo ya no podía contenerse, y las palabras salieron de mí antes de que pudiera detenerlas.

—¡Porque me arrepiento de haberla dejado por alguien como tú! —respondí, lleno de rabia.

El silencio que siguió fue abrumador. Cho me miró con los ojos llenos de dolor, sus labios temblando, y supe que había dicho algo que no podría deshacer.

Pero en ese momento, el alcohol y la ira me dominaban, y no me importaba lo que acababa de destruir.

La culpa y la furia se mezclaban en mi interior, mientras las lágrimas de Cho caían silenciosamente, haciendo que el ambiente se volviera insoportable.

—¡Porque dejé al amor de mi vida! —le grité con lágrimas de furia llenándome los ojos—. ¡La dejé por algo pasajero! ¡Le destrocé el corazón! ¡El día en que debía estar más feliz!

Mi voz se quebró por completo, y con ella, todo lo que había estado conteniendo.

Las lágrimas salían con más fuerza, nublándome la vista, mientras el peso de mis palabras caía sobre mí como una montaña.

Recordé ese día, el día en que Ginny debió haber sonreído, el día en que debía estar a su lado. Pero en lugar de eso, le rompí el corazón.

Me tambaleé, incapaz de soportar el dolor que venía con la confesión.

Todo lo que había estado tratando de ahogar con alcohol y enojo estaba ahora expuesto, y me di cuenta de lo que había perdido, de lo que yo mismo había destruido.

Cho seguía ahí, en silencio, con el rostro devastado, pero ya no podía pensar en ella.

Todo lo que sentía, todo lo que había dentro de mí, era por Ginny.

—¡¿Sabes qué es peor?! —grité, completamente fuera de mí, mientras las lágrimas seguían cayendo—. ¡Que todos tienen razón! ¡Destrocé a la única persona que podía hacerme sonreír!

Mi voz resonaba en la casa, rota y llena de desesperación.

El dolor era insoportable, y cada palabra me golpeaba como una maldición.

"Ginny"

era la única que realmente me entendía, la única que me hacía sentir vivo en medio del caos, y la dejé ir. Dejé que mi orgullo y mis inseguridades la alejaran, y ahora, todo lo que quedaba era este vacío que no podía llenar.

Me sentía derrotado, como si el peso de mis decisiones me aplastara.

Cho me miraba con una mezcla de dolor y sorpresa, pero en este momento, ni siquiera podía enfrentar su expresión. Todo lo que importaba era lo que había hecho… y lo que nunca podría arreglar.

HP/GW

Días después del desmayo de Ginny y el descubrimiento de su embarazo, la rutina en San Mungo cambió por completo. Sus padres, Arthur y Molly, junto con los gemelos Fred y George, comenzaron a visitarla con frecuencia, ansiosos por asegurarse de que se encontraba bien o necesitaba algo.

Molly, siempre preocupada, se dedicaba a llevarle grandes cantidades de comida en cada visita. Entraba en la habitación con una bandeja llena de platos humeantes, su rostro mostrando una mezcla de preocupación y ternura.

—Tú y el bebé necesitan comer bien.—decía Molly,
con ese tono de voz que mezclaba dulzura y autoridad maternal— Mira nomás, estás muy flaca, Ginny, y necesitas recuperar fuerzas.

Ginny, recostada en la cama, no podía evitar sonreír ante el exagerado festín que su madre había preparado. Había de todo: tartas de carne, puré de patatas, guiso de ternera, y hasta una tarta de melaza, uno de los postres favoritos de Ginny.

Aunque su apetito no era lo que solía ser, sabía que negarse sólo aumentaría las preocupaciones de su madre.

—Mamá, no me voy a desvanecer si no me como todo eso.—respondió Ginny con una risa suave, aunque agradecida por el cuidado de su madre.

Fred y George, por su parte, no perdían la oportunidad de bromear cada vez que la visitaban.

Se acercaban a la cama con expresión teatralmente seria, como si estuvieran a punto de anunciar algo grave.

—Hemos decidido... —dice Fred, cruzando los brazos—, que seremos los tíos más divertidos que este bebé haya visto jamás.

George asintió con gravedad fingida. —Por supuesto, también nos aseguraremos de enseñarle nuestras mejores bromas. No queremos que sea un aburrido, ¿verdad?

A pesar de sus bromas, Ginny sabía que sus hermanos estaban tan preocupados como el resto de la familia.

Sentía el peso de las miradas de todos, esperando que se recupere, que acepte la realidad de lo que estaba por venir. Pero en ese momento, mientras escuchaba las palabras reconfortantes de su madre y las bromas despreocupadas de los gemelos, Ginny se sentía arropada, como si nada malo pudiera pasar mientras estuviera rodeada de su familia.

No me dejes, ginny...(hanny)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora