Reposo

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Ese día, la sanadora estaba revisando a Ginny minuciosamente, con su varita pasando sobre su abdomen, mientras las manos de la joven descansaban nerviosas sobre las sábanas.

Molly estaba sentada a su lado, vigilando cada movimiento de la sanadora con una mirada de madre protectora, incapaz de relajarse hasta escuchar buenas noticias.

Afuera, Arthur y los gemelos esperaban, inquietos.

Fred y George se apoyaban contra la pared, intercambiando comentarios susurrados y haciendo bromas sobre la impaciencia de su madre.

Sin embargo, no se atrevían a desafiarla después de que los hubiese dejado afuera con una mirada fulminante. Sabían que en momentos como estos, era mejor no intentar entrar a la fuerza.

La sanadora, una mujer de mediana edad con gafas en la punta de la nariz, terminó su revisión con un suspiro, luego comenzó a escribir en su libreta con un plumón encantado que se movía casi por sí solo.

La sanadora, después de cerrar su libreta, se acercó nuevamente a Ginny con una expresión más seria.

—Bueno, Ginny.—dijo la sanadora al fin, levantando la mirada— todo parece estar en orden. Has respondido bien al tratamiento, y el bebé está en perfecto estado.

Molly soltó un suspiro de alivio audible, sus ojos brillando de gratitud mientras apretaba la mano de Ginny.

—¿Eso significa que le podrá dar el alta? —preguntó Molly, aunque su tono dejaba entrever que ya esperaba esa respuesta.

La sanadora, después de cerrar su libreta, mira a Molly y asiente pero se acercó nuevamente a Ginny con una expresión más seria.

— Antes de que te vayas, hay algunas indicaciones médicas que debes seguir estrictamente. —dijo, mirando a Ginny directamente a los ojos, y luego a Molly, quien prestaba atención con el ceño fruncido— Primero y más importante: necesitas estar lo más tranquila posible. Nada de estrés. Si ves que el ambiente a tu alrededor se vuelve tenso o te sientes abrumada, debes alejarte inmediatamente.
El descanso es fundamental.

Ginny asintió en silencio, absorbiendo cada palabra mientras Molly apretaba su mano en señal de apoyo.

—Además.—continuó la sanadora— no debes hacer ningún esfuerzo físico innecesario. Nada de cargar objetos pesados ni movimientos bruscos.
Tu embarazo es de riesgo, y el reposo será esencial para asegurar el bienestar del bebé. Tu cuerpo necesita tiempo para adaptarse y recuperarse.

Molly soltó un leve suspiro, como si ya estuviera mentalmente organizando cómo iba a asegurarse de que Ginny no moviera ni un dedo en casa.
La sanadora, viendo la preocupación en el rostro de ambas, les ofreció una pequeña tableta de vidrio verde.

— Aquí tienes una dosis de ácido fólico. —dijo, entregándole la tableta a Ginny— Es vital para el desarrollo del bebé. Debes tomar una al día, preferiblemente después de alguna comida. Esto ayudará a prevenir posibles complicaciones.

Ginny asintió de nuevo, sosteniendo la tableta en sus manos con cuidado. Molly la miró con preocupación, pero también con determinación.

Sabía que seguirían todas las indicaciones al pie de la letra.

— Gracias, sanadora. —dijo Molly, inclinando ligeramente la cabeza— Nos aseguraremos de que Ginny cumpla con todo.

La sanadora sonrió con amabilidad.

— Estoy segura de que lo harán. Cualquier duda o si surge algún síntoma extraño, no duden en volver. Es mejor prevenir que lamentar.

Con esas palabras, la sanadora se despidió, dejando a Ginny y Molly procesar toda la información. Ahora que sabían lo que debían hacer, el siguiente paso era asegurarse de que Ginny se mantuviera sana y tranquila en casa, lejos de cualquier estrés que pudiera poner en riesgo su bienestar o el del bebé.

No me dejes, ginny...(hanny)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora